Fútbol y religión

El padre Patricio Martinozzi formó a generaciones de salvadoreños con la bilblia y el fútbol

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Martinozzi, tercero de izquierda a derecha, presente en una misa

/ Foto Por Instituto Emiliani Religiosos Somascos

Por Manuel Cañadas | Twitter: @memecanadas

2015-05-31 8:25:00

Fue el encargado de la parroquia de los Santos Niños Inocentes en Antiguo Cuscatlán, pertenecía a la congregación Somasca y no estuvo tranquilo hasta que instauró como debía ser, su conmemoración. 

Pasaba gran parte del año afanado en una misión, que todos los 27 de diciembre se ponía y se sigue poniendo en escena a partir de las dos de la tarde con la llegada de las carrozas, el ingreso de la imagen de Santa Juana, hacia la iglesia donde se encuentra un cuadro que data del año 1754 y que representa los Santos Niños Inocentes; un óleo que mantiene vivo los colores y que constituye el altar mayor. Había venido de Italia en un viejo vapor a finales de los años 40 y su ministerio sacerdotal lo dedicó al cuidado de los niños huéfanos en el Instituto Emiliani en

La Ceiba de Guadalupe. Para mi fue un padre sustituto, en aquellos días posteriores a la muerte de mi progenitor; mi mamá me fue a dejar al recinto y cuando la puerta se cerró lo primero que ví fue un grupo de cipotes rodeando a un viejo cura que conducía la pelota. Su raída sotana se tendía al aire y su blanca cabeza se meneaba al compás de la pelota. “¿Quién es ese viejo?”, pregunté con aire despectivo, como queriendo darme importancia.

Un muchacho me contestó: “Cuidado con lo que decís, es el padre Patricio Martinozzi nuestro rector, quien siempre juega con nosotros y aunque muchos no tenemos padres, el no nos deja ser huérfanos”. Muy luego descubrí que aquel sentir era general y más temprano que tarde estaba formando parte del enjambre. Una mañana incurrimos en una falta colectiva y el cura indignado nos regaño: “la mayoría de ustedes se portan así porque creen que están solos en el mundo y que nadie los quiere, deben saber que un señor llamado Wálter 

Deininger dejó al morir parte de su fortuna para su educación, de manera que ustedes no son objeto de caridad, son sus herederos y no tienen más obligación para con él que honrar esta casa”. 

Durante varios años me tocó escuchar sus consejos tan llenos de pasajes bíblicos y ya mayor me escapaba para escucharlos. El padre también era el encargado de los talleres y su método para hacernos trabajar y aprender algun oficio era sencillo y eficaz. Si la tarea estaba bien hecha nos llevaba los domingos al estadio Flor Blanca a ver aquellas doble de antaño, donde se las arreglaba para que nos ubicaran en la

Sombra Derecha. Pero si jugaba el FAS todos estabamos casi obligados a hacer fuerza por los tigrillos ya que en sus filas militaban varios jugadores argentinos de origen italiano como Héctor Dadderio, Héctor Marinaro, Juan Pablo Saint Girón, Omar Muraco además de grandes valores nacionales como Mario Monge, Mario Conga Medina y los hermanos Cubas, Max y Leonel.

Aquel cura fue uno de mis personajes favoritos y siempre me ha gustado evocar sus sentencias con un dejo italiano, que me causaban gracia y que infundieron ánimo, empuje y gozo a mis tempranos años. Cuando dejé el internado, seguí con mi pila futbolera, la situación llegó a tanto que milité durante 16 años en la Liga Mayor.

Mi paso por el Atlético Marte fue en dos etapas por casi diez años y una tarde cuando eramos campeones le ganamos al FAS, teníamos un equipo de lujo con los argentinos Juan Ríos y Rodolfo Baello en la defensa, Ricardo Sepúlveda, José Antonio Ruso Quintanilla, Raúl Magaña, Chanti Cortez Méndez entre otros, bajo la dirección del sabio chileno Hernán Carrasco. Al salir del estadio alcancé a divisar la formación del Instituto Emiliani con el padre Patricio a la cabeza. Entonces paré para saludarlo y la cipotada me rodeó con suma admiración. “¡Padre, viene de ver a su FAS!”, le espeté.

Entonces me tocó escuchar una de las respuestas más agradables de mi vida deportiva: “joven, te equivocas, ahora por culpa tuya somos marcianos”. A mediados de los años 90 el padre Patricio partió hacia el Altísimo, lo cual me causó enorme pena, pero cuentan que en aquel santuario, hay una presencia viva del piadoso sacerdote que dedicó tantos esfuerzos y sacrificios a formar generaciones de salvadoreños.Entonces paré para saludarlo y la cipotada me rodeó con mucha admiración. “¡Padre, viene de ver a su FAS!”, le espeté.

Me tocó escuchar una de las respuestas más agradables de mi vida deportiva: “joven, te equivocas, ahora por culpa tuya somos marcianos”. A mediados de los años 90 el padre Patricio partió hacia el Altísimo, lo cual me causó enorme pena, pero cuentan que en aquel santuario, hay una presencia viva del piadoso cura que dedicó tantos esfuerzos y sacrificios a formar generaciones de salvadoreños.