Organizar un Mundial es un gran negocio para la FIFA. En realidad es “el gran negocio”. Cada cuatro años, la entidad con sede en Zurich se alza entre 3,000 y 4,500 millones de dólares –la cifra crece cada vez más- que le permite montar el resto de los torneos menores, subvencionar el desarrollo en algunos países y que los miembros de esa “sagrada familia” vivan y se muevan a cuerpo de rey, con viajes en primera clase, hoteles cinco estrellas, Mercedes Benz con choferes y restaurantes cinco tenedores.
Sin embargo, está comprobado, los países que se embarcan a organizar un Mundial acaban con pérdidas millonarias, como los casos recientes de Sudáfrica y Brasil. Aún así, cada vez son más las naciones que se postulan como sedes y las luchas por quedarse con ese botín suelen ser encarnizadas y con mucho dinero de por medio. Invierten en el proyecto, en la presentación, en asesores de estrategia y también, fundamental, en la “compra de voluntades”.
El gran escándalo que estalló en FIFA y que derivó en el arresto de una decena de personajes del fútbol está por ahora más ligado a los sobornos por la venta de derechos de TV y marketing, pero pronto saldrá a la luz parte del entramado del otro lado arte del negocio: la compra de votos para adjudicar los Mundiales de Rusia (2018) y Qatar (2018).
AQUELLOS HOMBRES
Han pasado casi cinco años desde que el 2 de diciembre de 2010 se realizó la votación en Zurich. De los 24 miembros que integraban el Comité Ejecutivo de aquel entonces, únicos con derecho a voto, van quedando pocos: solamente 8. Uno murió, varios están presos, otros renunciaron y a otros los expulsaron. Ellos tenían el poder para elegir las sedes…
Si bien cuando se trata de candidaturas lo más importante puede parecer el proyecto, a la hora de la verdad se impone el lobby y otro tipo de “influencias”. Solo eso hace que sea posible que candidaturas ya encaminadas, con estadios construidos, hayan sido ignoradas en favor de otras donde todo está por hacerse y en el que, como el caso de Qatar, es imposible jugar en junio por las altísimas temperaturas. Claro, donde haya que construir siempre habrá posibilidades de “negocios”, licitaciones, inversiones, oportunidades…
Mientras se debate sobre si deben volver a votarse las sedes de 2018 y 2022, la investigación de la fiscalía suiza sigue su curso. Hay fuertes indicios –recaen más sobre Qatar que de Rusia- sobre compras de voluntades. Es más, varios medios británicos, desde la BBC al Sunday Times, han aportado pruebas sobre el supuesta metodología de juego sucio de los asiáticos.
Las dádivas a cambio de votos no solo pasan por dinero en efectivo, sino que también incluyen viajes con todos los gastos pagados, relojes, un cuadro pintado por Picasso y hasta una operación de hígado a uno de los miembros del comité ejecutivo. El más involucrado de todos es Jack Warner, a quien se le acusa hasta de vender el mismo voto a varias candidaturas -el voto es secreto-, de quedarse con el dinero que la FIFA destinó a las víctimas del terremoto de Haití y hasta de conseguir de los organizadores de Alemania 2006 una donación de 20.000 dólares para “la restauración del órgano de una iglesia metodista en Trinidad y Tobago”.
Como se puede ver, la práctica de “seducir” a los votantes viene de lejos (ver recuadro), y si no se dio en Brasil 2014 es simplemente porque fue el único postulante: el otro, Colombia, se retiró en 2007.
Interesante el caso de Alemania 2006 que salió a la luz hace unos días. El diario Süddeutsche Zeitung y la revista Manager Magazin, del grupo Spiegel, contaron que hubo un acuerdo mayor para pagar por aquel Mundial y que la candidatura alemana disponía de al menos 3,5 millones de dólares para influenciar el voto.
EL MÉTODO DE QATAR
Paradójicamente, detrás de toda la campaña de Qatar hay un inglés, Mike Lee, que ha hecho del lobby y de obtener sedes para eventos deportivos su estilo de vida. Fue el artífice de que Londres venciera a París como sede de los Olímpicos 2012 y también encabezó la candidatura de Río 2016. Lleva tres elecciones ganadas al hilo. Como dato, antes trabajó en comunicaciones de la Premier League y la UEFA.
Qatar, al que le sobra dinero, atacó varios frentes, algunos legales y otros no tantos. Para reforzar su imagen contrató a varias leyendas del fútbol, como detalla France Football en su informe: “Pep Guardiola o Zinedine Zidane, embajadores de la candidatura qatarí, recibieron primas tras la elección varían de 11 a 25 millones de euros”. También hicieron campaña Gabriel Batistuta -que al igual que Pep Guardiola jugó en Qatar-, Alex Ferguson y Ronald de Boer. Claro, ellos podían ayudar a crear conciencia, a fomentar la marca país, pero no votaban…
Para los votantes (miembros de FIFA) había otro plan. Phaedra Almajid, que se encargaba de la relación de la candidatura qatarí con los medios, confirma que fue testigo de cómo le ofrecían dinero a dirigentes africanos y éstos aceptaron a cambio de 1.5 millones de dólares. La testigo, que brindó su testimonio a France Football, actualmente vive en Estados Unidos con identidad protegida y será muy útil a la hora de desentrañar esta red de corrupción.
¿Habrá nueva votación? Es probable, dependiendo de las prebas que recojan. Si se volviera a votar, 8 de los 22 que sufragaron en 2010 estarán otra vez allí.
Resulta difícil que Rusia pierda su Mundial: por la presión de Vladimir Putin y por la falta de pruebas contundentes. Además, la proximidad en el tiempo le juega a favor. A Qatar, en cambio, parece que no salva nadie. Todo huele demasiado mal como para que sigan mirando para otro lado.