Era previsible que el estadio no se llenaría, hubo espacios vacíos en sol preferente sur y norte así como en la sombra sur. Y el ambiente parecía desolado cuando faltaba una hora para comenzar el partido.
Un factor que influyó fue el tráfico a la altura del Boolevard Los Próceres. Literalmente era intransitable. El plan de seguridad le jugó en contra a muchos y por eso ya se habían entonado los himnos nacionales de las dos selecciones y hasta se había movido el balón cuando había una larga cola en el sector popular.
Esos desafortunados se perdieron el primer gol. Dos minutos habían pasado y a todo pulmón se gritó el gol de Darwin Cerén. Fue normal ver a esos aficionados que entraron de último preguntar quién marcó, cómo fue el gol.
En el estadio la fiesta era evidente para los que sí creyeron en la Selecta. Algunos padres hasta llevaron en brazos a sus hijos identificados con los colores nacionales, más de alguno portaba su bandera, bincha y hasta lucían pintura en sus mejías o frente con las siglas “ES”.
Ya en el estadio, se vivió la fiesta como siempre, aplausos, coreando “El Salvador, El Salvador…”, el “ole” cuando no le prestaban la pelota al rival y no faltaron las mentadas de madre sobre el árbitro o abucheaban a St. Kitts cuando encimaba.
Pero la adrenalina aumentó en el complemento cuando Nelson Bonilla en un rebote dentro del área aumentó la cuenta y cuando se señaló un penal a favor y Arturo Álvarez definió a los 61? en dos toques. Ya con el 3-0 salieron volando vasos con soda y cerveza. Todo por la euforia.
Sin embargo cayó el gol de descuento para la visita, en un tiro de esquina. Fue en ese momento que el rival cayó a la hinchada. Y muchos se acordaron de Roca en señal para criticarlo pero lo dejarone en paz cuando Bonilla firmó el 4-1 y selló el triunfo. Fue una noche azul.