Con el corrrer del tiempo nos llegamos a acostumbrar a su manera de ser, pero al principio nos costó entender tanta humildad y sencillez en un hombre de su talla. Lo trajeron para dirigir a la selección nacional que participó en el II NORCECA en Guatemala en 1965, pero antes había sido auxiliar de Fernando Riera en la preparación de la selección chilena que ganó el tercer lugar en el Mundial de Fútbol de 1962 realizado en su país.
Ya tenía una brillante trayectoria, pues había sacado campeón al Colo Colo y formado el Ballet Azul, como se le llamó al representativo de la Universidad de Chile que fuera la base de aquel equipo. Para entonces estaba empeñado en hacer del Alianza una institución ganadora y paralelamente era nuestro entrenador en la selección juvenil para competir en los IX Juegos Centroamericanos y del Caribe en Puerto Rico. Su llegada coincidió con la época en que los futbolistas, en su mayoría eran anárquicos y comenzó una cruzada exigiendo decencia y respeto.
Muchos lo tomaron como iluso y superfluo, pero su liderazgo y sabiduría tan proverbiales no dejaban lugar para los rebeldes, quienes pronto se encausaban y entendían que su capacidad y compromiso eran genuinos.
Hernán Carrasco más que entrenador ha sido un educador a través de las nobles armas del deporte, de esos personajes que dejan una marca en cada cancha o elencos que dirigen y en cada alma que tocan.
Con esa filosofía edificó el onceno que la crítica dio en llamar la Orquesta Alba porque daba recitales no solamente a nivel nacional, sino ante cuanto equipo viniera por estas latitudes. El Santos de Pelé y Flamengo de Brasil; Palestino de Chile, Peñarol de Montevideo, América de México, Emelec de Ecuador, Saprissa de Costa Rica supieron de sus ejecutorias.
En nuestro medio pues ha dirigido en grande y conquistado numerosos títulos, pero su mayor aporte ha sido el haber formado a millares de salvadoreños. Es que se trata de un hombre limpio, sano, que jamás anda buscando gloria o hacerse ver, a quien la fama personal le tiene sin cuidado, personaje que se guía por normas tan escasas en estos tiempos, plenas de sensibilidad, delicadeza, modestia y profunda fe en el Supremo Hacedor.
Sus alumnos nunca le hemos escuchado decir nada que no esté inspirado en lo mas profundo de su experiencia y con sus actitudes nos ha instado a seguir su ejemplo, absorbiendo cada una de sus enseñanzas como que si se tratara de una fuente cristalina y saludable. Su presencia ha sido motivo de alegría para quienes hemos sido sus dirigidos y su voz suave y su verbo ilustrado le confieren un magnetismo especial.
Recuerdo que a veces nos llegaba a agobiar con tantos consejos y en las largas sobremesas se la pasaba diciéndonos como debíamos actuar, los peligros que deberíamos eludir, y hasta como debíamos pensar. Hubo momentos en que llegabamos a pensar que intentaba coartar nuestras libertades, pero no teníamos más remedio que rendirnos ante su mirada tierna y penetrante que exigía atención.
Es que siempre ha sido un convencido de que si en el fútbol no se puede llegar muy lejos, sí es una herramienta para abrirse paso en la vida. Y como cosa curiosa con el correr de los años, cuando dirigí algunos equipos o en mi rol de educador, inevitablemente me daba por aconsejar a mis alumnos y me salían espontáneamente sus mismas palabras y consejos, entonces era yo el que agobiaba.
Actualmente a una edad en que todos están jubilados, don Hernán Carrasco sigue formando generaciones de salvadoreños en su Academia Futuro. Y quizá sea eso lo que mantiene a mi querido maestro, henchido de amor al fútbol y a sus semejantes; esa su capacidad para desechar cuanto de triste y de amargo hay en la vida y para prolongar lo hermoso y placentero.