Nuestra olimpiada

El Stadium se abrió temprano. Construido para la ocasión en la pujante zona poniente de la ciudad de San Salvador por el ingeniero José Eugenio Alcaine, ya había tenido su primera prueba un par de semanas antes...

descripción de la imagen
Foto Por edhdep

Por

2015-03-15 1:07:00

La temperatura de ese día no pudo estar por debajo de los treinta grados centígrados. Ese fue el promedio del marzo aquel de 1935 y así lo reflejan crónicas de enviados especiales de periódicos de México y Costa Rica. No lo sabríamos al ver las fotografías de los elegantes personajes ataviados en sendos trajes de tres piezas. Era sábado, el día de la inauguración de los Terceros Juegos Centroamericanos y del Caribe. Para efectos prácticos, eran las “Olimpiadas Centroamericanas”.

El Salvador había sido elegido sede de esos juegos cinco años antes en La Habana. Diversos eventos, los políticos sobre todo, no permitieron respetar el cuadrienio desde los Juegos de 1930. Pero fue el ciclón de junio de 1934 el que hizo necesario retrasar el arranque de los Juegos. El Salvador y Honduras fueron arrasados por lo que llamaron “el temporalón” de 1934, unas tres mil personas perdieron la vida por el fenómeno natural.

El “Stadium” se abrió temprano. Construido para la ocasión en la pujante zona poniente de la ciudad de San Salvador por el ingeniero José Eugenio Alcaine, ya había tenido su primera prueba un par de semanas antes para la toma de posesión del General Maximiliano Hernández Martínez como presidente de la República. Más de veinticinco mil personas asistieron para aquella jornada, unas tantas llegarían para la apertura de los Juegos. “Un acontecimiento de mucha trascendencia para la Nación”, cerraba el Decreto No.19 de la Asamblea Legislativa en el que se reducía la jornada laboral de las oficinas gubernamentales durante la celebración de los Juegos. Así, los empleados públicos podrían cerrar sus dependencias al mediodía de cada día de competencia. El gobierno central también instaba a la empresa privada a imitar la medida.

No fueron necesarios concesiones laborales para los empleados de gobierno o privados para que el Estadio Nacional superara de nuevo su capacidad. Si tuvo que intervenir el Presidente de la República para que parte de la delegación de Costa Rica llegara a tiempo a la ceremonia inaugural. Los deportistas arribaron al Puerto de Cutuco, desde donde salieron a San Miguel para subirse a los aviones que los llevaron a San Salvador. Desde Guatemala viajaron dos bandas de música para acompañar a sus deportistas. Invitados especiales colmaron la elegante tribuna presidencial. El representante del Comité Olímpico Internacional y único salvadoreño en la historia en ser miembro del cónclave olímpico, don Pedro Jaime de Matheu. El expresidente de México, Abelardo Rodríguez, como lo señalaba La Tribuna de Costa Rica, acompañado por el vigente secretario de gobernación, Juan de Dios Bojórquez. También la esposa del presidente de Nicaragua Juan Bautista Sacasa llegó a San Salvador antes que la delegación de su país que no pudo desfilar en la ceremonia. Todos los dignatarios eran atendidos como visitantes distinguidos.

A las cuatro y media de la tarde la delegación de Cuba entró a la pista atlética del Estadio Nacional arrancando así el desfile de las delegaciones. Sonaban las sirenas de las oficinas de los diarios, dando aviso al arranque del magno evento, bajo un “intenso calor”, como lo describe el enviado del Informador de Jalisco. La muchedumbre “con orden, sin cordeles, pero con recato. Sin perder un momento el entusiasmo”, lo describe el Diario de Costa Rica. “Quizás nunca se haya visto en Centro América la afluencia tan grande de turistas de las naciones hermanas”, declaraba el director general de la Pan American Airways, de visita en el país por motivo de los Juegos. Esa afluencia terminó en un par de días con la oferta de películas para cámaras fotográficas en todo San Salvador.

“El gran desfile constituyó el número más sugestivo y atrayente del acto inaugural. Su imponencia semejaba con el paso arrogante de los atletas, como si fuese en el Olimpo de la Antigua Grecia”, reza uno de los párrafos de la memoria oficial de los Juegos. A la delegación de Cuba le siguió Costa Rica. Entre los ticos estaba el señor Ricardo Saprissa, entrenador de la selección de fútbol de ese país. Siguieron Guatemala (acompañado por una de sus dos bandas militares), Honduras, Panamá, Puerto Rico, México y luego el país sede. La bandera nacional fue portada por Ricardo Arbizú Bosque.

Don Ángel Soler Serra, presidente del Comité Nacional Olímpico, presentó a De Matheu. “La construcción de este estadio es una demostración de las energías y actividades salvadoreñas”, dijo el representante del COI, quien invitó al presidente Hernández Martínez a dar por inaugurados los Juegos.

El escueto mensaje del presidente fue el siguiente: “En nombre de la República y como patrono de los Terceros Juegos Deportivos Centroamericanos, hoy, 16 de marzo de 1935, los declaro solemnemente inaugurados para bien del deporte, la raza y de la fraternidad de la juventud Centroamericana”.

Después del juramento pronunciado por el mismo abanderado nacional, velocista y capitán del equipo de atletismo, Arbizú Bosque, unidades de la flota aérea salvadoreña sobrevolaron el Estadio. Los atletas salieron con el mismo orden y precisión que caracterizó su marcha de ingreso. Ahora acompañados por el coro de niños de colegios capitalinos que cantaron el himno olímpico.

El primer evento de los Terceros Juegos Deportivos Centroamericanos de 1935 estaba programado para el domingo 17 de marzo, a la tres de la tarde: los 400 metros con obstáculos. Se hacía historia deportiva en El Salvador, se inauguraba la Olimpiada Centroamericana, nuestros Juegos.