El sóftbol es su vida, aunque le quedó tiempo de practicar el béisbol, el fútbol y el voleibol, y no le fue mal. Es Guillermo Napoleón Grajeda Trujillo, un nombre que quizás no sea muy reconocido por completo, no así el apodo “Cheta”, ese que evoca las grandes gestas en la pelota suave salvadoreña, en aquellas grandes tardes en la cancha de la colonia Guatemala.
Comenzó en el béisbol, como la mayoría de softbolistas nacionales, pero como le “quedaba bastante lejos” de su casa en la 5 de Noviembre, se fue al sóftbol, donde encontraría su pasión acompañada de títulos y récords personales, como aquel de haber conectado tres jonrones seguidos en un solo juego en el diamante de la Guatemala. “No se si aún sigue vigente, pero no es fácil sacar la pelota de esa cancha”, dijo.
En el béisbol comenzó en la Guatemala en el Morazán, luego pasó por La Constancia, etc. hasta llegar a Negocios Internacionales y El Granjero, ya en primera, pero no logró ganar ningún título porque siempre aparecía Acero para ganarles cada final que les tocaba enfrentarse. Le alcanzó, sin embargo, para ser seleccionado nacional y participar en Juegos Centroamericanos y del Caribe y en un Mundial, en 1972.
Dejó el béisbol porque un lanzador panameño le fracturó el dedo medio y el sóftbol ganó uno de los mejores paracortos de la historia. Era el año 77 cuando se pasó a la pelota suave y desde entonces no paró de cosechar títulos con los diferentes equipos en los que jugó y con la selección nacional, pues se volvió en seleccionado habitual.
De la escuela del también expelotero Ricardo “Zurdo” Rosales, Grajeda, en el sóftbol logró lo que el béisbol le negó. Ganó títulos con Dodgers, Pícalas y Marte y un campeonato centroamericano con la selección en unos juegos celebrados en Guatemala. “Mi único título internacional en el sóftbol”, aceptó.
Pero también lo “tocaron” otros deportes a Grajeda. Jugó fútbol en Liga B en el Embajadores y en el Marte Juvenil, “que era un paso casi de llegar a la Mayor. Me defendía bien en la delantera”, dice el también pupilo del exfutbolista Manuel Cañadas, en su paso por la compañía de seguros La Centroamericana.
“En el voleibol también no era tan malo”, aseveró, aunque confió de que no lo hizo a nivel federado por falta de tiempo.
Dice este padre de dos mujeres y un hombre que los lanzadores que más le costaba batearles recuerda a Samuel Pedroza, Julio Lizama y “el Chele” Umanzor, pero siempre encontraba la manera de vencerlos.
Su última etapa en el sóftbol nacional fue el campeonato de Lanzamiento Lento, una liga que empezó para veteranos y luego se volvió bastante competitiva. Con Marte ganó varios títulos hasta que se retiró, el año pasado, por un problema en la vista que lo obligó a alejarse de lo que tanto amaba.
Quizás se quedan cortas estas líneas para hablar de lo buen pelotero que fue Napoleón Grajeda, y de todo lo que le dio a la selección.
¿Qué hace?
Napoleón Grajeda hoy es un abnegado abuelo que dedica gran parte de su tiempo al cuido de dos de sus nietas allá por Santa Tecla, mientras no está en la cancha de la Guatemala, donde entrena a la selección nacional femenina.
Después de 30 años en su único trabajo, en la compañía de seguros La Centroamericana, se jubiló en 1998 para dedicarse de lleno al deporte y a su familia, pero una enfermedad ocular lo obligó a retirarse, recién el año pasado, mientras jugaba en el Marte del sóftbol del Lanzamiento Lento.
A la par de su labor como pelotero veterano, también aceptó dirigir la selección nacional femenina, primero como auxiliar y ahora lo hace como mánager principal.
Aunque se queja de la falta de recursos para sostener fogueos, y del “bajón” que ha tenido el deporte, no se arrepiente porque dice que en el país hay talento y que se pueden hacer grandes cosas. Sin embargo, también acepta que hay mucho trabajo por hacer.
De sonrisa fácil y una gran diligencia en el cuido de su nieta más pequeña, Napoleón Grajeda cree que aún tiene mucho que darle a la pelota suave salvadoreña.