“Yo no soy más que un mendigo de buen fútbol. Voy por el mundo sombrero en mano, y en los estadios suplico: ‘Una linda jugadita, por el amor de Dios’. Y cuando el buen fútbol ocurre, agradezco el milagro sin que me importe un rábano cuál es el club o el país que me lo ofrece”.
La cita es, claro, del inmortal Eduardo Galeano, el escritor que contaba como pocos al fútbol, sus personajes y sus circunstancias. También denunciaba como ninguno sus miserias, su corrupción y el poder detrás de la pelota, casi siempre asociado a las grandes corporaciones internacionales. El uruguayo falleció un lunes gris de una Montevideo triste pero sigue vivo con más de una enseñanza y una sonrisa en cada biblioteca, en cada libro, en cada página.
El autor del fenomenal “Las venas abiertas de América Latina” tuvo en “El fútbol a sol y a sombra” su mayor acercamiento literario a la pelota. Pero no solo allí habló de fútbol -”la única religión que no tiene ateos”-, a veces tan desigual como la vida misma de su querida Latinoamérica. Sus latidos futboleros también se leen en varias páginas de su profusa obra, tema recurrente en sus extraordinarios escritos.
Capacidad asombrosa para definir situaciones, protagonistas, historias. A Maradona lo calificó en “Espejos” como “un dios sucio, pecador; el más humano de todos los dioses”. De Messi dijo: “Ojalá que nunca Messi se crea Messi porque eso le permite jugar con la alegría de un pibe de barrio”. Hizo una descripción perfecta de Pelé en el “Fútbol…” : “Fuera de las canchas, nunca regaló un minuto de su tiempo y jamás una moneda se le cayó del bolsillo. Pero quienes tuvimos la suerte de verlo jugar, hemos recibido ofrendas de rara belleza: momentos esos tan dignos de inmortalidad que nos permiten creer que la inmortalidad existe”. También se acordó de los anónimos de la redonda como Manuel Olivares, en “Los Hijos de los días”. Olivares es un colombiano que es presidente, técnico y narrador de un equipo y que “pide prestado los ojos a sus amigos” para mirar los partidos. Es ciego.
Tuvo palabras para los árbitros: “…con toda razón se persigna al entrar no bien se asoma ante la multitud. Su trabajo consiste en hacerse odiar, única unanimidad del fútbol…”; para los escenarios: “¿Ha entrado usted, alguna vez, a un estadio vacío? Haga la prueba. Párese en medio de la cancha y escuche. No hay nada menos vacío que un estadio vacío…”; para los jugadores: “…Cuanto más éxito tiene, y más dinero gana, más preso está”. Y para el gol: “Es el orgasmo del fútbol. Como el orgasmo, el gol es cada vez menos frecuente en la vida moderna”.
Su maestría para contar hizo que muchos no enamoráramos aún más del juego, además de la literatura. Quizás sea como escribió el periodista argentino Ariel Scher: “Todos sabíamos que nos gustaba el fútbol. Un día vino Eduardo Galeano y nos explicó por qué”.
Pero no sólo fue fútbol, Galeano, en el mundo del deporte. Hubo palabras para los postergados, que son los mismos que en la vida: negros e indios. Dijo de Tiger Woods “el llamado el Mozart del golf está triunfando en un deporte de blancos ricos”. Y realizó en “Patas arriba: la escuela del mundo al revés” una inolvidable síntesis descriptiva sobre el máximo ídolo chapín: “El maratonista Doroteo Guamuch, indio quiché, fue el atleta más importante de la historia de Guatemala. Por ser gloria nacional, tuvo que cambiarse el nombre maya y pasó a llamarse Mateo Flores. En homenaje de sus proezas fue bautizado Mateo Flores el estadio de fútbol más grande del país, mientras él se ganaba la vida como caddy cargando palos y recogiendo pelotitas y propinas en los campos del Mayan Golf Club”.
Amante incondicional del fútbol, enemigo acérrimo del negocio que significa. “’Cómo explicaría usted a un niño lo que es la felicidad’ le preguntaron a una teóloga alemana. Y ella respondió: ‘No se lo explicaría, le tiraría una pelota para que jugara’. El fútbol profesional hace todo lo posible por castrar esa energía de felicidad pero ella sobrevive a pesar de todos los pesares. Y quizás por ella ocurre que el fútbol no puede dejar de ser asombroso… Por más que los tecnócratas lo programen hasta el mínimo detalle, por mucho que los poderosos lo manipulen, el fútbol continúa queriendo ser el arte de lo imprevisto”.
Gracias, mendigo, por tanta sabiduría, por tanta palabra, por tanto fútbol.