En el fútbol cada posición en la cancha determina una forma de conducta. Por ejemplo, el portero es un ser constantemente amenazado, lo cual a menudo lo vuelve desconfiado, receloso y suspicaz.
Y con esa carga debe infundirle confianza a sus compañeros.
Un equipo se forma a partir de un buen arquero, quien no se puede permitir el lujo de parecer inseguro o al menos debe disimularlo y saber que sus errores son los más notables.
En nuestro medio Ricardo Mora ha sido uno de los mejores, sino el mejor, pero muchos lo recuerdan más por los goles que le hizo Hungría en España 82 y no por los que detuvo después, en la ruta previa y a lo largo de su prolongada carrera. Luego de aquella debacle necesitó como nunca la comprensión de sus allegados y siendo un joven de escasos 18 años, que había debutado en primer con apenas 14 años cinco meses, reaccionó de una manera irrascible y se volvió contestatario; era su manera de sobrellevar la presión.
Al principio quiso dar la cara ante quienes lo agraviavan y trató de hacer su vida habitual, sabiendo que lo habían condenado ya que recibía insultos en cada estadio que jugaba, de parte de la misma gente que lo había elevado al altar mayor, cuando fue determinante para que la selección clasificara a España 82.
En esa justa los dirigentes llegaron a pensar que se podía pasar a la segunda fase, aunque en el fondo y viviendo una guerra, todos sabíamos que el solo asistir al Mundial ya era una hazaña de enorme propociones.
Otro en el lugar de Ricardo se hubiera quebrado pero en esa situación límite, en lugar de evadir la realidad optó por buscar una revancha sabiendo que esas no existen para los arqueros, porque cada partido es una nueva historia.
De ahí que los suyos siempre estuvieron prestos para auxiliarlo ante la fragilidad con la que pudiera haber reaccionado.
En realidad fue una amarga lección, para enterarse que los triunfos pueden ser visitantes frecuentes pero que se pueden esfumar súbitamente.
Ha habido casos de figuras y equipos embriagados de constantes victorias, de ahí que una derrota estrepitosa puede ser terminal, recordemos las tragedias de Brasil en el 50 con el Maracanazo, que marcó la vida de los integrantes de la verdeamarelha especialmente del arquero Barbosa quien fue enterrado dos veces. Y que decir del 7-1 que le hizo Alemania en el pasado mundial en que ya en el medio tiempo, los torcedores se enjugaban las lágrimas.
Es que tras un gol el guardamenta es la imagen de la impotencia, pero despues de 10 podría haber sido la frustración, el desprecio, la muerte.
Para Ricardo solo fue el principio de una historia carente de fantasía, pero abrumada por una realidad aplastante que enfrentó valientemente y que lejos de deprimirlo le templó el carácter. Luego jugaría en Estados Unidos y el Aurora de Guatemala donde fue considerado el mejor arquero desde los tiempos de Raúl Magaña y Nixon Gracía.
Después volvió al país para seguir ganando laureles; para entonces había comprobado que si bien el fútbol puede ser una forma de la estética o del arte, tambien puede ser de la muerte prematura… o de la reivindicacion. Y había pasado de irascible a reflexivo, acaso ensimismado como lo sigue siendo.
En una de sus andanzas, en Alemania conoció a un señor que aseguraba que “los jugadores de fútbol son los que están locos”; decía que “el portero es el que los cuida por eso parece mas loco que los demás”. Eran palabras sabias de su ídolo Sepp Maier. Por eso preconiza que el portero tiene la agobiante tarea de ser coherente; en el arco no pueden haber improvisaciones o equivocaciones, a menos que no provoquen goles en contra.
En la actualidad Ricardo Mora es funcionario del IMDER, donde se empeña en ayudarles a los niños en situacion de riesgo y redondea su fama con el prestigio de la solidaridad y el altruismo.
No hay ídolos sin leyenda y la de Ricardo Mora es aleccionadora.