Es para una película. Un equipo que entre balas de un conflicto armado se dispone a competir en un torneo regional. Alejados de cualquier pronóstico, logran vencer al gigante de la zona en dos ocasiones. La última de ellas sirve para ganar la medalla de oro por primera vez en su historia. 25 años después esa medalla de oro sigue siendo la única que El Salvador ha ganado en el béisbol de unos Juegos Centroamericanos. Ese grupo de jugadores que encontró que los imposibles dejan de existir hasta el día en el que se supera lo imposible.
El Salvador sufría la ofensiva militar a fines de 1989 y en este contexto sus deportistas tenían que preparar su participación para los Juegos a realizarse en Honduras. El equipo nacional de béisbol, un deporte que había quedado a muchas décadas de distancia de su etapa de esplendor en el país, era parte del contingente de más de 350 deportistas que se vieron obligados a interrumpir o cuando menos modificar sus entrenamientos durante el traqueteo del ataque “hasta el tope”.
Cuando el cruce armado bajó intensidad los deportistas se animaron a continuar sus entrenamientos conocedores que del alto riesgo que significaba hacerlo, pero sabiendo del compromiso de representar deportivamente al país. El Salvador invertía poco en todo y el deporte, como ahora, recibía migajas cuando algo recibía. Rescatados por el esfuerzo del sector privado, el béisbol logró juntar uno que otro fogueo para encarar el torneo. Enfrentaron a novenas mexicanas, estadounidenses y un equipo de Taiwán como parte de su preparación. “Hacia arriba con el béisbol” era la frase de TACA que acompañaba al equipo.
La inestabilidad urbana que generaba el choque armado impactaba fuerte al béisbol. El Parque de Pelota se encuentra ubicado en una zona militar y por entonces el tránsito era extremadamente restringido. Los entrenamientos se limitaban a un par de horas diarias y pocas veces con equipo completo. Esto se daba apenas cuando el trabajo de algunos de les permitía arribar temprano al Saturnino Bengoa, entrenar y salir a casa antes del toque de queda impuesto. Además, los operarios del estadio no podían encender las torres de iluminación por medida de seguridad de los militares.
Recursos casi nulos, preparación en medio de una guerra y competitivamente lejos de ser considerados candidatos a ganar el torneo. Pero eran un equipo comprometido, que conocía excusas pero las repudiaba. Jorge Bahaia y Cirilo Errington Díaz se ocuparían del manejo del equipo, con el más jóven de los dos en el puesto de manager. El veterano, nacido en Costa Caribe, Nicaragua, en 1946, sería el líder en el campo. Ya en Tegucigalpa, la pobre organización de los IV Juegos Centroamericanos no hacía más que sumar inconvenientes a una delegación que había convivido con la incomodidad durante su preparación. Costa Rica fue el primer rival de los salvadoreños que ganaron 6 a 3 y una pizarra con 8 errores de los ticos.
8 de enero del 90, el equipo salvadoreño de béisbol irrumpía desde el anonimato. Jugaron ese día el primer partido ante los favoritos nicaragüenses. El equipo pinolero había dominado el béisbol en ediciones anteriores de los Juegos Centroamericanos. El equipo que llevaron a Tegucigalpa fue el mismo que en Edmonton quedó detrás de Cuba y fue segundo en la Copa Mundial. Cuarta vez que Nicaragua era subcampeón mundial amateur de béisbol. En otros deportes llegaba con la fuerza ganada por la inversión del Frente Sandinista en el deporte. Iniciaban lo que el gobierno revolucionario de Daniel Ortega llamaba el “Plan 90”. Esos Juegos de 1990 han sido lo mejores Juegos Centroamericanos para Nicaragua. Sumaron 137 medallas, 59 fueron de oro.
Una de las medallas más esperadas se les escapó en el béisbol y fue obra de la milagrosa novena salvadoreña. El primer mensaje lo enviaron con Cirilo desde el montículo. Entró de relevo en el séptimo inning después que los nicaragüenses llenaran las bases, sin outs, con el joven Aurelio Villalta como lanzador. Errington sacó a los nuestros del atolladero y El Salvador se aseguró su primera victoria ante Nicaragua en unos Juegos.
Villalta arrancó ese partido sin vacilar y en la alta de la tercera entrada recibió apoyo de los bates de Rubén Rosales, Rodolfo Rosales y Oscar “la Pipa” Ruiz para poner en ventaja a los nuestros por 3 a 0. Un inning más tarde, Nicaragua descontaría con un elevado de sacrificio de Carel Lampson y un doble de Erly Britton quien era considerado el mejor pelotero de Nicaragua. Parte alta de la sexta entrada. El Salvador pone a un hombre en base con doble del catcher Carlos Medina. El “Chelito” Alberto Valdivieso lo trae a home con un sencillo, 4-2. La siguiente carrera fue más elaborada y dramática. Clemente Monterrosa consigue una base por bola. Un doble de David Nolasco pone a hombres en segunda y tercera. Jorge Bahaia era el bateador designado. Con un toque suave y la anticipada carrera de Monterrosa para ganar ventaja, la quinta carrera sube a la pizarra.
5 carreras a 3. En Nicaragua decían que ese resultado fue un “accidente”. El Salvador no le ganaba a Nicaragua en un torneo oficial desde que lo hiciera en La Habana en 1952 en ocasión de la Serie Mundial Amateur. La sorpresa inicial tras el triunfo ante los poderosos nicaragüenses no desvió al equipo del camino confianza por el que llegaron a los Juegos. Derrotaron a Honduras, en el siguiente partido. No era victoria menor ya que frente ese mismo equipo hondureño perdieron una serie de fogueo un meses y medio antes. Serie de la cual regresaron para encontrarse con la ofensiva del FMLN en apogeo. Después de ganarle a Honduras, Raúl Urquilla fue el pitcher que se agenció el contundente triunfo sobre Guatemala por 12 a 5. Otro paso para la afirmación de esa convicción.
A esa victoria le siguió un nocaut a los ticos de 10-0 en ocho innings. Tras triunfo de Nicaragua por 17 carreras a 1 sobre Honduras, el duelo por el oro los enfrentaría de nuevo a los nuestros en el Estadio Chochi Sosa de la Villa Olímpica de Tegucigalpa. “Tengo nueve pitchers para este partido. Vamos a ir inning a inning” le dijo el manager Bahaia al lanzador abridor. De nuevo sería Aurelio Villalta quien no había nacido la última vez que El Salvador le ganó a Nicaragua en cualquier ámbito. Fue una serie en Managua. Con 17 años apenas, Villalta ya era reconocido como el mejor brazo del equipo. La fortaleza de sus lanzamientos residían en el cambio de ritmo y las curvas. Pelota lenta para contrarrestar la potencia de los bates nicaragüenses.
Una potencia mundial acostumbrada a ver rapidez, pelota de poder. Davis Hodgson Deerings dirigía a los nicas y cuatro años después serían semifinalistas en los Olímpicos de Atlanta. “Que la afición en El Salvador no se desespere. Ya se ganó a Nicaragua la primera vez y no existe duda que se trabajará para triunfar” decía Cirilo Errington antes del partido. En el país el partido final ante los nicaragüenses fue transmitido por radio. En Tegucigalpa eran acompañados en las tribunas por integrantes de otros equipos. Las selecciones de básquet, softbol, atletas de ecuestres. Aquel cuya agenda deportiva no entrara en conflicto con el arranque del partido, estaba en el estadio.
Era el mediodía del 12 de enero de 1990. Nicaragua comenzó como se esperaba y llevaron ventaja de dos carreras temprano en el partido. Los bates nacionales responderían y ambas novenas intercambiarían ventajas. Para Villalta las instrucciones se mantenían: cada inning sería un partido aparte. Novena entrada, 4-4. El Salvador arrancaba turno al bat con el jardinero derecho José Antonio Marroquín, noveno en el orden. Marroquín no había pegado de hit en ninguno de los cinco partidos anteriores. Con un batazo que muerde la cal de la línea de primera base, Marroquín rompe su mala racha con un doble.
Llegaría a la caja de bateo, sin outs, el primero en el orden. Rubén Rosales, el mejor bateador del torneo fue el primer out. Turno para Rodolfo Rosales que conecta al campo corto nicaragüense Julio Medina. El tiro de Medina a primera es errático y Marroquín entra desde segunda para poner la pizarra 5 a 4 para los salvadoreños. Clemente Monterrosa y David Nolasco, los más poderosos bates nacionales, fueron silenciados. Pero El Salvador estaba a tres outs de su victoria más importante de aquellos Juegos.
Ganarle a Nicaragua una vez había sido algo cercano a una hazaña, pero, ¿hacerlo dos veces?. Las voces de la radio seguían contando la historia. Era pincharse la piel cada minuto para creer lo que escuchaba. El Salvador encaminándose al triunfo ante una potencia mundial del béisbol. La delegación nacional consiguió 96 medallas en Honduras. 41 de ellas fueron de oro y de un mérito enorme por el contexto en el que cada atleta tuvo que prepararse para conseguirlas. Carlos Baltazar Rosales se había llevado ocho medallas en gimnasia, una actuación histórica también. Pero El Salvador disputaba el oro ante Nicaragua en béisbol. Ante la ausencia de las hermanas Poll, de las mejores nadadoras del mundo, la selección de béisbol de Nicaragua era el representante de mayor nivel que asistía a esos Juegos.
Cirilo Errington había relevado al juvenil Villalta y subía a la lomita para cerrar el partido. Sacó a los primeros dos que enfrentó. El segundo out, una pelota picada al shor stop Monterrosa. Antes del partido Bahaia, Monterrosa y el primera base Valdivieso acordaron que las pelotas al “Chelito” llegarían de rebote. Monterrosa tenía el brazo extenuado. Así fue como llegó la pelota para que Valdivieso hiciera la atrapada. Siguiente al bat, Nemesio Porras, ahora presidente de la Federación Nicaragüense de Béisbol. Porras fue uno de los mejores bateadores en la historia del beis nica. Errington sabía de su poderío y se cuidó hasta darle la primera base por bolas. Genaro Yáñez (que años después jugó en nuestro país) bateó un sencillo al jardín derecho. Hombres en 1ra y 3ra para Nicaragua, dos outs. Al bat Próspero González, quien ese año fue el mejor promedio de bateo de la liga nica.
Reunión en el montículo para charlar con Cirilo y preparar el turno de González. Dicen que fue largo en duración, hasta diez minutos en la caja de bateo. Máxima tensión. Errington lanzaba, González mandaba la pelota de foul. Así una y otra vez. Hasta que vio un lanzamiento que le gustara. Su batazo salió elevado rumbo al jardín izquierdo. El vuelo de la pelota, dicen que fue eterno. Cayó dentro del guante de Rubén Rosales. El Salvador había completado lo imposible. Después de un camino de sacrificios que sirvió para elevar el espíritu de familia de los jugadores nacionales, llegaban pararse en lo más alto del podio. Sabían que no eran los mejores, pero el esfuerzo y la dedicación que los vio entrenar con la compañía de tanquetas y bajo la tensión de una guerra que llegaba a la ciudad, los hizo más fuertes.
Se abrazaron, lloraron, festejaron el triunfo. Recibieron la única medalla de oro que El Salvador ha ganado en su historia en el béisbol de los Juegos Centroamericanos y cumplieron su promesa. En plena tarde de aquel viernes 12 de enero de 1990 salieron caminando desde el Estadio de béisbol de la Villa Olímpica de Tegucigalpa y recorrieron 4 kilómetros hasta la Basílica de la Virgen de Suyapa. Porque la fe, mueve montañas.