El Salvador se despide del Premundial de Jamaica sin boleto para Nueva Zelanda y con dos derrotas en la mochila: ante México y Estados Unidos. Se entiende la decepción porque la ilusión era grande y porque se intentaba repetir la hazaña que llevó a Turquía 2013, pero a la hora del análisis hay que ser sinceros. Más allá de ciertas dosis de optimismo y nacionalismo, las posibilidades concretas de derrotar a cualquiera de esas dos selecciones son ínfimas. Las distancias son enormes y, lejos de acortarse, se agrandan con los años.
Eso no quita, claro, de que repente se les pueda ganar: algo de fortuna, un mal día del rival, una ayuda arbitral o una actuación descomunal pueden conducir a esa excepción. Pero será eso: una excepción y nada más. Apenas se supo que el rival directo por el boleto sería Estados Unidos empezaron a aflorar los recuerdos de aquella noche en Nashville, donde la Sub23 dejó sin visa para los Juegos de Londres 2012 a los americanos. Hay que recordar que el resultado final fue 3-3, pero que los locales tenían controlado el partido y el pase hasta que un error infantil del portero Sean Johnson ante un tiro de Jaime Alas provocó la hecatombe en la última jugada del tiempo agregado. En todo caso esa fue una excepción, y ni siquiera fue victoria sino empate.
Es difícil hacer conjeturas, pero me atrevería a decir que aquella selección que se clasificó en Puebla al Mundial 2013 no lo hubiera hecho si se hubiera cruzado con México o Estados Unidos en el juego clave en vez de Panamá. Con México lo hizo en dos ocasiones (dos derrotas), pero ninguna fue relevante: una en la fase de grupos y otra en semifinales, cuando el boleto a Turquía ya estaba amarrado. Aquella vez sólo bastó ganarle a Curacao, con sufrimiento, para llegar al juego importante. Es decir, el calendario ha sido la clave que ayuda o dificulta al extremo una clasificación a un Mundial juvenil. Las posibilidades habrían sido otras si el rival hubiese sido Guatemala -como parecía que lo sería durante algunos momentos- y no Estados Unidos. Ni modo.
Nos guste o no, en CONCACAF hay una élite que integran únicamente dos países: Estados Unidos y México. Ambos han clasificado a 14 Mundiales de la categoría, trabajan muy bien las bases en sus clubes y tienen una organizada estructura de selecciones. Contra ellos no se puede… Y si alguno ha podido, ha sido algo ocasional, aprovechando la localía o a base de muchísimo trabajo.
Un segundo grupo lo integran los de Centroamérica, con Costa Rica y Panamá a la cabeza. Los ticos llevan dos Mundiales seguidos sin ir -aquí ni siquiera clasificaron al Premundial- que serían tres de no ser por el Caso Dustin Corea en 2011 que los devolvió a la vida cuando ya estaban sin chances de ir a Colombia 2011. Pero a pesar de todo están en la buena senda, lo mismo que Panamá, subcampeón en Jamaica evidenciando grandes progresos. Un escalón más abajo viene Honduras y luego El Salvador y Guatemala. Aún así, ninguno de Centroamérica es invencible y todos le ganan a todos, como quedó demostrado en el clasificatorio al Premundial jugado en El Salvador. Incluso la Selecta se dio el gusto de ganarle a Panamá, claro vencedor de ese torneo.
Y luego están los del Caribe -con Jamaica, Cuba y Trinidad y Tobago como cabezas visibles- y Canadá, rivales a los que El Salvador normalmente (no siempre) gana en las categorías juveniles. Eso sí, sin sobrarle nada y sufriendo hasta el último minuto, como contra Curacao en Puebla.
A pesar de que algunos piden la cabeza del técnico, hay mucho mérito en el Tuco Alfaro en armar, con muy poco, un equipo competitivo y de pelear hasta el final. No es casualidad. Y no es la primera vez que lo hace. ¿Qué le reprochamos? ¿Qué perdió con México? ¿Que lo superó Estados Unidos? Pues es lo normal, hay años luz de diferencias, aunque no queden reflejadas en el marcador. Es como que le exijan al Granada que le gane al Madrid, o al Almería al Barcelona. Alfaro tiene la virtud de construir equipos competitivos aún en inferioridad de condiciones y en un país donde la industria que produce futbolistas profesionales en serie no existe y jamás ha sido la prioridad.
Se podrá hablar del incidente de Álvaro Lizama o de los cortes de pelo de los muchachos como atenuantes y distractores, pero la verdad es que el equipo ganó lo tenía que ganar y perdió lo que tenía que perder según la escala antes mencionada. No es un pensamiento conformista, es la pura realidad. Un equipo que se prepara como puede y otro que se prepara como se debe, incluso con amistosos en Europa, como lo hizo EEUU.
Cuando ganó no brilló, es verdad. Pero cuando perdió no hizo ningún papelón ni fue humillado. Bastante para un equipo que tenía a un solo delantero de punta (Bryan Pérez) en toda la nómina, que contaba con varios jugadores del Ascenso o con pocos minutos en Primera y que acabó con una defensa completamente improvisada para el juego por el boleto. Queda la duda que habría pasado si Villavicencio hubiese convertido el penal… O el lamento por aquel gol de Haití sobre el final que rebanó dos puntos ya en la bolsillo y que, haciendo cálculos en la tabla final, hubiesen hecho que el rival fuera Guatemala y no Estados Unidos. Gran diferencia, ¿no?