Obsesivo amor paquidermo

Jesús Alfredo Campos lleva años luciendo por diversas latitudes del planeta, la camisola del Alianza; ya acumula más de 60 ciudades y hará las gestiones para que su marca sea aceptada por el guiness récord

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Con la Esfinge de fondo, en las Pirámides de Egipto.

/ Foto Por Cortesía

Por Manuel Cañadas | Twitter: @Memecanadas

2015-02-01 10:17:00

Este aliancista no tiene ambages para rendirle una sentida declaración de devoción, lealtad y amor a su divisa; más que eso, a un sentimiento que se le prendó en el alma cuando era niño

Solo existe un aficionado aliancista que pasea el amor a su equipo, portando su camisola en diferentes lugares del planeta como el Estadio Olímpico de Múnich, el Metro de Tokio, las Pirámides de Egipto, las playas de Cancún, República Dominicana, Puerto Rico, Jamaica y la inmensa geografía de los Estados Unidos. Se trata de Jesús Alfredo Campos, Fredy para sus amigos. Reside en San Rafael, California, abogado y notario de profesión, hombre de letras, maestro por vocación, se confiesa ser un albo químícamente puro y esgrime como lema que “todos los hombres nacen iguales, pocos llegan a ser albos; eso quiere decir que ser aliancista es llegar a un indescriptible estado de gracia, de felicidad infinita que solo los iniciados pueden entender”.

Y se refiere estrictamente a esos hinchas que están en peligro de extinción, que llegan de manera pacífica a extasiarse con las proezas de sus ídolos, muy lejos de los cáfres que con sus desmanes llegan a arruinar el espectáculo.”La verdad, a mí no me importa en qué lugar de la tabla vaya mi equipo, nada impide mi pasión. Lo ideal es que gane, pero si pierde, ¿qué importa?, ganar, empatar o perder es parte del juego, el Alianza es parte de mi vida. Pero mi fe en el equipo es grande, siempre espero lo mejor, por eso la noche de enero de 1975 que disputó el descenso con el Sonsonate no sentí ningún temor, fuí al Flor Blanca para verlo ganar, salvar la categoría y ser testigo de un hecho histórico, el último partido de Raúl Magaña, El Gran Salvadoreño.Tengo en un sitial de honor de mi mente los goles con que se ganó 2-1 de Herbert Machón y del Roberto Cuchillo Guerra en tanto Guillermo Fisher hizo de penal el del honor para los cocoteros”, expresa.

La vida de este inmigrante exitoso ha estado llena de extraños y profundos contrastes pues nació en el mesón La Bolsa una de esos unidades habitacionales que a principios del siglo proliferaron en el viejo San Salvador para darle cabida a la gente que venía del interior del país y, para los más desposeídos. Luego la familia se trasladó para la 3 de Mayo y ahora en California, es un prestigiado educador, hombre próspero que viaja constantemente, andarín como pocos que ha conocido tantos países y que se apresta a recorrer el Cono Sur con esa costumbre de meter en la maleta de mano su pasaporte y su camisola blanca. Y a pesar del desarraigo físico con su tierra, sigue conservando su autenticidad salvadoreña como que si se hubiera ido ayer. 

Su amor al color blanco viene desde que allá por el 63 siendo un cipote fue llevado al Flor Blanca por don Alfredo, su padrastro, seguidor del Águila quien nunca le impuso su color. El Alianza se enfrentaba al Madureira de Brasil y cayó 0-2, pero él ya llegaba prendado de los albos, de manera que no hubo noviazgo y decidió que nunca lo abandonaría, para cumplir aquello de que hasta que la muerte los separe. 

Al principio los albos no despegaban pero con las nuevas caras se convirtió en un suceso. A partir de 1965 se integró un plantel con los chilenos Ricardo Sepúlveda, Hernán Álvarez, Miguel Hermosilla, Andrés Pareti; Cascarita Tapia, Guido Alvarado, Alberto Villalta, Roberto Burra Rivas, Chamba Mariona, Araña Magaña, Tigre Zamora, Patagorda Morales, Conejo Liévano y un sabio llamado Hernán Carrasco. Ellos provocaron voces de alegría en el Coloso de las Araucarias de donde salían caravanas de felices aficionados, celebrando porque su equipo le ganaba a cuanto equipo pasaba por acá, incluyendo al mejor del mundo el Santos de Pelé. Así ganó dos campeonatos nacionales y un NORCECA.

Sus vecinos deliraban y cada domingo se preparaban para la fiesta en los tendidos de sol, muchos haciendo el Sandinazo tal como le llamaba Roy Archila, a aquella forma de llegar a ver los partidos sin pagar, que consistía en saltar el muro del estadio de manera casi heróica y eludir los garrotazos de los cuidanderos. 

Eran los inicios de los 70, para entonces el equipo estaba renovado, había pasado de los chilenos a los brasileños y su adhesión seguía con José Taneses, quien metía goles por montones, Virgilio de Camargo quien había venido del Sao Paulo y había sido compañero de habitación de Cariota Barraza en una gira por México con el equipo paulista; Nilton Rodarte, Helio Rodríguez, Odir Jaques, los hermanos Adilson y Adalto Barboza, Héctor Pasaquiri y, el uruguayo Albert Fay; los nacionales, Ruso Quintanilla, Jaime Portillo, Ninón Osorio, José Luis China Bracamonte y un punterito goleador y veloz como una gacela: Armando Cortez Sandoval.

Sentía que aquello le concedía raíces, un sentimiento de pertenencia y consideraba a los jugadores sus amigos quienes siempre se le mostraron accesibles. Para entonces el Alianza había dejado de ser un pasatiempo y ya era parte de su identidad.

Paralelamente estudió derecho, se graduó con honores y estaba convertido en un docente universitario cuando vio que sus días podían terminar si no desaparecía del mapa. Entonces se dijo: “solo se vive una vez y no estoy dispuesto a quedar tirado por ahí, era el 17 de octubre de 1983 y tuvo que irse al exilio pues su vida corría peligro. Y se fue vestido de celeste y blanco, el uniforme de visita del Alianza, llevando debajo la camisola y no se la puso encima porque no debía llamar la atención. Atrás quedaban sus tres hijos, Amalia su amada esposa y por supuesto el Alianza, aunque en realidad se los llevaba en el alma. 

Como todo inmigrante ‘le tocó sufrir, ser anónimo como que si se tratara de un cuarto árbitro, pero se las arregló para llevarse a la familia, trabajando de lo que fuera, desde pintar casas, cortar grama, botar basura y hasta amenizar fiestas con un conjunto musical que fundó con varios amigos, pero siempre pendiente de su equipo, sintiendo las derrotas y celebrando los encuentros con la gloria.

Así disfrutó en grande cuando el escuadrón albo ganó el tercer título en 1986 bajo la dirección técnica de uno de sus ídolos Ricardo Sepúlveda, con aquel equipazo donde Kin Canales Escobar, Julio Palacios Lozano, el Pitufo Pacheco, Rubén Alonso, Raúl Chamagua y Carlitos Reyes entre otros sentaban sus reales.

Luego aquella corona que ganó don Hernán en 1990 al Firpo con Raúl Toro a la cabeza y el del 94 de Gustavo Faral ante el FAS con goles de Milton Meléndez y Sergio Buffarini.Posteriormente llegó el título de Los Grandes de Centroamérica ganado el 11 de junio de 1997 en Costa Rica en el mítico estadio Ricardo Saprissa. El cuadro era dirigido por Juan Carlos Masnick y brillaba los argentinos Marcelo Bauzá y Horacio Lugo, los uruguayos Adrián de la Cruz y el Colorado Curbelo y los nacionales Héctor López, William Chachagua, Mario Elías Guevara entre otros. 
Cuando ganaron el Apertura 2001, el Clausura 2004 y la Décima,el 15 de mayo de 2011, Fredy ya era un ilustre educador en California, estaba en una situación bonancible trás recorrer un largo y sinuoso camino; convertido en viajero impenitente, portaba el color aliancista por diversos rumbos del orbe. Costumbre que no ha dejado y a la fecha ha llevado su divisa por más de 60 ciudades del planeta. Todo un récord mundial.

Incluso estuvo en un museo de Hiroshima donde dejó escrito su grito de batalla ¡Viva el Alianza!. “Para estar al tanto, hoy es más facil, enciendo mi computadora y me las arreglo para ver o escuchar los partidos, antes era difícil, pero siempre estaba pendiente con muy pocas noticias. Ahora cuando mis ocupaciones como docente me lo permiten viajo al país y soy infaltable al Cuscatlán siempre acompañado de mi esposa. En realidad el Alianza es literalmente mi religión, para mí ir al estadio y ver salir a esos once hombres de blanco equivale a que los católicos vayan a la Basílica de San Pedro en Ciudad del Vaticano y vean salir al Papa; o que los budistas vayan al Tibet y vean aparecer al Dalai Lama, para solo mencionar a dos gigantes del plano espiritual histórico-tradicional en el mundo. Escuchar un gol del Alianza es el sonido más bello que mis oídos puedan oír y no se me tome como una extravagancia sino como una lealtad a toda prueba”, expresa. 

Y en ese su andar se precia de tener entre sus grandes amigos a Salvador Mariona, Horacio Lugo, Hugo Damian Neira, recuerda con mucha estima a Helio Rodríguez, Ricardo Sepúlveda y se comunica con alguien muy especial, el peruano- holandés Axel Hockoepler quien siendo gerente del Hotel El Salvador Intercontinental y junto a Enrique Sol Meza bautizaron al Alianza. 

En realidad, ningún equipo ha jugado mejor que el Alianza imaginado por Fredy Campos, puede estar ubicado entre los últimos y lo sigue soñando ganador; las generaciones van pasando, su traje de obrero dio paso a la corbata, a la toga y lo sigue amando igual o más que cuando don Alfredo lo llevaba al Flor Blanca.

Dedicado a dos de sus ídolos
PEQUE??O GIGANTE

Es el hombre pequeñito más parecido a un gigante que en la vida ha existido. Dios lo hizo nacer el mismo año en que mi equipo Alianza F.C. se preparaba para realizar las más grandes hazañas deportivas de la historia de El Salvador: 1966.

Y un día Horacio Lugo fue lo suficientemente maduro para viajar a mi país e incorporarse al equipo para darle, entre otros triunfos, el de Campeón Grandes de Centroamérica, ganándole nada menos que al mítico equipo Saprissa, en el estadio Saprissa en el país del Saprissa.Aquella noche en Costa Rica Horacio Lugo anotó un gol que más que gol parece un milagro. Habiendo sido fouleado en el terreno del equipo lindo, corrió hasta el del equipo tico, y al cobrarse el tiro libre él ya estaba merodeando en el área grande morada.

Siendo él nuestro delantero más diminuto le ganó una pelota aerea al defensor más alto del Saprisa venciendo con certero testarazo al mundialista Porras, a la época uno de los porteros más emblemáticos de Centroamérica, que petrificado solo vio pasar como a diez kilómetros de distancia la pelota juguetona directo para adentro de su marco, a cumplir una cita que tenía con la red.

Yo siempre he dicho que por más que veo el video, nunca alcanzo a descifrar si en ese cabezazo Lugo saltó de la tierra o bajó del cielo exprofeso para anotar ese gol que le dio el título a mi amado Alianza, siendo el único equipo nacional que lo posee. No hay otro, señores, no hay otro…! Gracias Horacio porque sos grande e hiciste más grande a mi equipo. Que mi santo Dios, que viste de blanco, te dé muchos años más de vida y que un día te veamos los albos dirigiendo a nuestro equipo para que lo hagás aún más grande.

EL CEREBRAL

La leyenda cuenta que salía de la cancha sin despeinarse y con el uniforme nítidamente blanco luego de noventa minutos de juego intenso. De ahí que le llovieran los apodos por parte de los fanáticos rivales, que resaltaban su delicadeza en el toque del balón y su desplazamiento en la cancha, tales como “la niña” y “la muñequita”, “Lulú” entre otros. Es que a Sepúlveda no se le iba a ver corriendo desesperado tras la pelota en la cancha. Sus movimientos eran precisos, era una fórmula matemática lo que desarrollaba cada vez que el balón llegaba a sus pies. Parecía no importarle qué rival estuviera enfrente para hacer llegar la pelota a donde él quería que llegara, como lanzada con la mano.

No importaba tampoco quién anotara el gol, si Mario Monge, Cascarita Tapia o el Conejo Liévano, el pase siempre llegaba de Sepúlveda. A veces anotaba goles de los que hicieron historia, como el que le hizo de chanfle a aquel América campeonísimo de México que cayó frente al Alianza 2 a 0 contando entre sus estrellas a los brasileños Arlindo y Vavá, a los mundialistas mexicanos Alfredo del Águila, Javier Fragoso, o el pénal que le hizo al también mundialista Gilmar, que era uno de los mejores porteros del mundo, en aquel memorable partido que le ganamos 2 a1 al equipo campeón de Brasil Santos con Pelé, consolidando al Alianza como el más grande de El Salvador.

Esas fueron las razones que llevaron al cronista Miguelito Alvarez, el mismo que bautizara al Alianza como La Orquesta Alba, a bautizar a Sepúlveda como El Cerebral. Por todo eso tiene indiscutiblemente un lugar privilegiado en la historia del equipo más grande de El Salvador. Este hombre hizo campeón dos veces como jugador y una vez como entrenador a nuestro equipo.