Cuesta refrenar los ánimos cada vez que surgen desguisados en nuestro fútbol, más cuando vienen de una dirigencia dispuesta a anteponer los intereses sectarios por los generales, a buscar promoción personal a toda costa y a protagonizar despropósito tras despropósito.La crisis de nuestro fútbol es la crisis dirigencial, a nivel general los dirigentes con sus gruesos errores y omisiones lo han llevado a un despeñadero. Son demasiados para que quepan admisibles justificaciones.
Entendible podría ser uno que otra aislada equivocación pero jamás la contumacia que entraña una larga cadena de ellos hasta formar un rosario.
Son incontable los motivos que se dan para la crítica o la censura, pero a título de muestra ya pueden bastar algunos cargos reverdecidos con la brillante medida de cobrar las credenciales para periodistas hasta 84.75 dólares cuando en realidad llegan a colaborar con el espectáculo.Viéndolo en función económica, los aficionados son consumidores y estos no van a llegar corriendo en masa porque un equipo funcione bien y meta goleadas.
Van a llegar cuando se enteren de ello por cuenta de los medios. Es cierto que en nuestro fútbol no es ninguna cachada ser dirigente, se trata de una actividad que deja pérdidas; que de la misma manera que los buses, su mala administración y carencia de mantenimiento forman parte de la industria del transporte, el deprimente juego en la cancha, la ineptitud dirigencial y la falta de ideas forma parte de la actividad futbolera.
De ahí que al ver esos graderíos desiertos, no se les ha ocurrido otra cosa que cobrarle a los periodistas sin advertir que los equipos de fútbol son los únicos productos que reciben publicidad diaria sin pretenderlo.
Y tratan a los periodistas como humildes suplicantes en lugar de verlos como verdaderos promotores de mercado, que impulsan sin cobrar la marca de los equipos. Una actitud tan carente de sentido común, porque los aficionados siguen la actividad futbolera a través de los medios.
Pareciera que esta gente se abraza a la idea que si se televisan los partidos, se transmiten por la radio, o se promocionan en los diarios la gente desistirá de ir a los estadios. No advierten que en el Cuscatlán podrían presentarse los mejores equipos, pero si no hay promoción en los medios las gradas lucirán vacías.
Es que existe un vínculo tan estrecho entre la promoción de un partido y la asistencia de los espectadores que se ignora o no se quiere ver.
Y aunque se hacen algunos intentos, en nuestra industria proletaria del fútbol se desconfía de la educación y del marketing, eso se deduce porque los equipos están controlados por presidentes que meten dinero impulsados por sentimientos relacionados con el ego, lo cual no suele ser bueno a la hora de administrar un equipo y, tienen gerentes con pretensiones de técnicos y amanuenses amaestrados.
Por eso las corporaciones o las grandes marcas no se meten al fútbol, ellos prefieren ser anunciantes o dar una cantidad para que la administren como les dé la gana. Por otra parte, acá hay equipos que sobreviven, porque algunos de sus seguidores siguen siendo fieles a pesar del mal espectáculo, y dentro de tales coordenadas definir esto como lealtad no le hace ninguna justicia al sentimiento del hincha. Pero tales gracias ya no son novedad, se han vuelto una constante en la reciente historia de nuestro fútbol en que predominan los dirigentes de chequera. Claro que ellos son seres humanos con limitaciones y ventajas, pero si malo fuera que se equivocaran por ineptitud, mucho peor sería que lo hicieran por mala intención o desesperados por la falta de aficionados.
Alguien dijo que notables juristas, eminentes médicos y brillantes administradores de empresa cuando entran al circo mediático del fútbol son dominados por la pasión y hasta se les nubla la razón, pues son absorbidos por una dinámica donde equivocarse es cuestión de método.