No es preciso ser analista para advertir que la mayoría de dirigentes del fútbol han llegado por cuestiones relacionadas con el ego, pocos lo hacen por amor al deporte o al representativo de su tierra.Y hay algunos que se cambian de equipo de acuerdo a los vaivenes de su conveniencia. “El amor es eterno mientra dure”, dice Vinicio de Moraes.
Por acá cuando se accede al abrupto florecimiento económico, de la forma que haya sido, no se nos ocurre otra cosa que incursionar en la política o en el fútbol, es cuestión de ocupar los espacios que otros han dejado.
Y como el que tiene más saliva es el que traga más pinol, el que pone el pisto en la mesa siempre va a encontrar quien elogie sus ocurrencias con un tono cómplice o piadoso, sobre todo cuando busca anteponer sus disparates a la evidencia. A principios del año tuvimos la desagradable noticia de que nuestra liga había sido declarada la de más bajo nivel en Centroamérica, de manera que tenemos una actividad en que los escasos triunfos a nivel internacional dejaron de ser un milagro para volverse un imposible.
Y el descaro campea más en el torneo de la Concachampions en que los equipo nacionales viajan con planteles limitados para aprovechar al máximo los 40 mil dólares que les otorga la organización para alojamiento y boletos aéreos. Y eso sucedera mientras se los acepten. En tales condiciones los triunfos si es que los hay son más el resultado de una hombrada de los jugadores, donde cada una de las hazañas se cimenta en anteriores descalabros. Perdemos siempre en el mundo real, pero mantenemos la esperanza fallida de que en la próxima será.
De esa manera los pobres aficionados se han vuelto insensibles a las derrotas, han aprendido a celebrar los triunfos domésticos y a vivir de glorias pasadas. Llevamos años deprimidos en la mediocridad, somos el patito feo de la región. En la pasada final tuvimos una premiación en que por no gastar dos mil dólares en energía eléctrica, se hizo a oscuras y después se gastó más en notas aclaratorias.
Y así abundan las salidas variopintas, floclóricas, con franco componente idealista pero nulo razonamiento dirigencial. Lo cierto es que estas líneas se pueden contrastar con cifras que ofrece la realidad en que no se puede negar la evidencia, al menos hasta que se demostrara lo contrario.
Pero en cierta manera somos afortunados, porque con tales medidas y decisiones nuestro fútbol debería estar peor de lo que está. Y así como a veces decimos que un gol es de otro partido, debemos decir que tenemos dirigentes de otra actividad. Es que cada vez surgen nuevos desguisados al punto que quisieramos recuperar el pasado para olvidar lo que tenemos: duro, triste, angustiante. Volver al pasado sería liberador, así como los sueños nos permiten ser diferentes o mejores.
Ahora estamos desgastados por el estéril pleito de las acreditaciones periodísticas. Y al respecto debemos citar que al principio en Inglaterra, la televisión se negó a transmitir partidos con publicidad en los uniformes porque no les rendía ningúna ganacia. A partir de 1983 la BBC aceptó transmitir partidos con jugadores enfundado en publicidad. Su pecho había elevado su precio. Hoy se anuncian bebidas, yogures, telefónicas y hasta casas de apuestas. Se ha vuelto importante ver las marcas en la tele, aunque de manera fugaz; pero de forma permanente en los medios gráficos.
Los signos de identidad se han transformado en plataformas de negocios porque a los patrocinadores no les intersan tanto los goles del equipo, sino que ver su marca, especialmente en las portadas de los diarios como anuncios subrepticios. Por eso en ninguna parte del mundo un periodista que llega por la información va a pagar por entrar al estadio; solamente por acá, a alguna mente brillante se le ocurrió que la credencial es un salvoconducto que saca al informador deportivo de sus estrecheces laborales, de su sala de redacción para poder cubrir un fútbol invertebrado.