Dista mucho de ser uno de esos técnicos que gustan de citar retóricas memorizadas, que hablan más de lo que hacen. Lo suyo es el trabajo, meterse en la cancha, corregir las limitaciones de sus jugadores, que son muchas; repasar una y otra vez las alquimias estratégicas y hablarle a sus dirigidos sin poses ni subterfugios.
Mauricio Tuco Alfaro ha tenido que hacer pasar sus capacidades por la prueba de la realidad en un medio poco compensador, pero ha seguido de frente sabiéndose estrechamente vigilado pues solamente los buenos resultados podrían darle una continuidad a su trabajo. Además tiene uno de los más graves defectos, es salvadoreño, dentro de un medio donde se estila la moda extranjera y él de eso tiene muy poco, por el contrario no le interesa quedar bien y habla de frente, sin crear falsas expectativas.
Por eso cuando se perdió el partido del repechaje Sub 20 en Jamaica ante los Estados Unidos, externó su inconformidad sobre la forma intermitente en que llegaron los jugadores a la preparación. Es que solamente tuvo dos meses para ello, un nulo sistema de fogueo, mientras que los gringuitos lo vienen haciendo desde niños. En realidad era ir contra la corriente y aquello nos pareció más una expresión de deseos.
En un país como el nuestro pretender que los equipos de las Liga Mayor presten a tiempo completo a sus jugadores resulta una utopía. Y mientras los jóvenes norteamericanos realizaron giras por Europa, los panameños por Suramérica y los otros por diversos confines del mundo, el equipo nacional apenas jugó partidos contra cuadros de Segunda. En tales condiciones le tocó lo de siempre, improvisar y no pudo repetir la hazaña que había logrado hacia el Mundial de Turquía, en que incluso hubo quienes lo pidieron para dirigir a la selección mayor.
Pero de repente le llovían las críticas y hasta le achacaron el haber trabajado en condiciones inaceptables, aunque el estilo de Mauricio es ese: trabajar. He visto numerosos procesos de aspirantes y, pocos técnicos como Mauricio Alfaro se meten a la cancha y corrigen con paciencia de artesano las graves fallas con que llegan los cipotes. Entrenar en esas condiciones es sinónimo de sufrimiento, pero nunca ha eludido el bulto y le ha metido el diente, mucha fe y empeño hasta conocer a fondo la idiosincracias de sus alumnos.
Además valora mucho el conocimiento del fútbol, el estudio y el método; tanto que no alcanza a comprender las opiniones livianas de aficionados o periodistas. Su concepto es el fútbol “profesional” y no tolera fácilmente las críticas de quienes pagan por entrar a los estadios, incluso en las redes sociales donde abundan los técnicos tuiteros que se atreven a cuestionarlo, pero lo suyo no es atender a la grada y menos a esos, es hacer a ultranza lo que cree correcto donde a veces ha tenido que transigir. Conocemos su manera de pensar, pues desde el principio se mostró como un profesional radical que ve el fútbol como una oficio gratificante y acomete su función con el mayor sigilo para analizar una jugada o excluir a un jugador que considera inconveniente.
El Tuco ha estado en el ojo del huracán, y defiende a sus jugadores aunque sabe que presentan numerosas limitaciones, lo que muchas veces deriva en críticas destructivas que lo señalan por insistir con ellos.
Pero él se aferra a lo que tiene, buscando un equilibro, porque después de todo, a menudo le ha tocado depender de lo que la buena voluntad de los equipos de la Liga Mayor le puede proveer.
“Si pudiera tener un grupo de manera permanente , si hubiera mayor voluntad, la cosa sería diferentes”, expresa. Pero por acá el talento, el sacrificio y la paciencia de los técnicos nacionales son vistos a título secundario.