Cuando en cuatro años se “baja” de 61 medallas a 23, no se me ocurre otra palabra que retroceso. Podrá ser por las razones que sean; falta de apoyo, erogación de dinero tardía, falta de preparación, etc. lo cierto es que, desde Mayagüez hasta Veracruz, en dos ediciones de Juegos Centroamericanos y del Caribe, fueron 38 preseas menos las que consiguió El Salvador. Sin embargo, la herencia de Veracruz nos obliga a sacar conclusiones, dolorosas algunas, necesarias otras, de lo que pasó, por qué pasó y cómo hacer para que no vuelva a pasar. Detenernos a evaluar rendimientos y gestiones, es decir, identificar puntos débiles y buscar cómo fortalecerlos. Hay que trabajar en equipo, sin echarse culpas unos y otros. Los señalamientos de un lado hacia otro y viceversa no ayudan en nada.
Hoy queda asumir de la mejor manera lo hecho en Veracruz. La malo y lo bueno. Canalizar esas emociones que quedan. Identificarlas y reconocerlas para mejorar, para sacar lo positivo y, sobre todo, para buscar la mejor manera de superarlo.
A simple vista, la cosecha mexicana de nuestros atletas, en cuatro años, significa un retroceso; sin embargo, es ingrato obviar los imponderantes.
Como la participación cubana en esta edición, que disminuyó medallas a muchos países. Otra, la inversión deportiva en esos países es una desventaja grande con la que debemos lidiar, y muchas más. Hoy hay que ver hacia adelante y no repetir los errores que se cometieron. Brasil espera, pero sin trabajo difícilmente lograremos satisfacciones.