Mutaciones en el Planeta Azul

La dirigencia marciana optó por pasar a Memo Rivera de técnico del primer equipo a encargado de las divisiones inferiores

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Memo Rivera pasa a ser coordinador de ligas menores de Marte. Foto EDH

Por Manuel Cañadas | Twitter: @Memecanadas

2014-12-07 10:40:00

La dirigencia marciana optó por pasar a Memo Rivera de técnico del primer equipo a encargado de las divisiones inferiores. Viéndolo en frío es como degradarlo de alcalde a alguacil. Pero en el Planeta Azul la historia es diferentes ya que la filosofía es promover jugadores, aunque son varios los que han ido a probar suerte en otros lares y la mayoría no ha podido dar el estirón.

El tema es que por ahora habrá que ver como se levanta un nuevo cuadro sobre la base del recurso humano con que se cuenta. Y en la próxima campaña se debe luchar por salvar la categoría. Hay que recordar aquel descenso de 2002, una tragedia de la que nos costó reponernos y que tuvo su reparación cuando Raúl Magaña tomó al equipo y elaboró un proyecto que hasta la fecha rinde dividendos. En el otoño de su vida y a despecho de su salud y su tranquilidad, se entregó con una tenacidad rayana en la obsesión para devolverle la categoría al Marte.

“Eso será parte de mi legado” me expresó en una de las canchas externas del Cuscatlán”. Y tal hazaña que lo honró aún más, hizo que los marcianos lo entronizaran como su Santo Patrono. Es que el Marte es una tradición de nuestra gente, que representa el vivir al borde de la cornisa, esperando tiempos mejores, frustrados porque los otros nos han ganado, más no vencido; con las ilusiones rotas, ansiosos por retomar el lugar que nos corresponde en la tómbola futbolística. Llevamos tantos años en que las campañas más recurrentes han sido las agonías de mantenernos en la Liga. 

Y en la venida a menos nos hemos vuelto casi socios de las derrotas, hemos aprendido a aceptarlas como que si fueran de esos incómodos parientes cercanos. Nos resignamos con los partidos perdidos sobre la hora o por errores nuestros; los empates nos saben a gloria y los triunfos un milagro, como que si el futuro no existiera y cada alegría podría ser la última. Así que una victoria sonora nos entona para asimilar varias caídas, de lo contrario viviríamos en la tristeza. Nuestro grito de batalla “Marte inmortal” a veces me parece un premio de consuelo condenado a desaparecer, pero sigue ahí y sus militantes somos escasos pero fieles.

Otros cuadros pueden perder y de inmediato sus aficionados los abandonan, pero los pocos marcianos somos obstinados como los soldados de Leónidas defendiendo su alcantilado de las Termópilas, 300 o menos y a la carga. La afición azul ha llegado a sentir que el éxito no depende de los títulos sino de recordar batallas ganadas, a menudo su fe en los muchachos no proviene del rendimiento sino de la esperanza de lo que pueden lograr. Por otra parte ir a ver al Alianza es todo un deporte extremo, hay que ir bajo nuestro propio riesgo, al punto que una derrota puede provocar que muchos de sus adeptos salgan en tropel del estadio buscando quien se las pague porque no los mueve el amor al equipo sino que el odio al rival y evidencian una enorme capacidad de ira, alimentada por ese rencor.

Una derrota del FAS, del Águila provoca que sus jugadores y el técnico sean vilipendiados y la dirigencia monte una reunión urgente para pensar en el posible sustituto.Pero una derrota del Marte nos hermana, hace que nos abrazemos, nos soquemos el cincho y pensemos en días mejores. Y esa barra Imperio Marciano con Chambita Batres, Carlos Chicas y Víctor Cáder a la cabeza, a menudo hasta resistida, ha logrado transmitir que aunque sufriendo se puede disfrutar; que el momento supremo que es el gol puede ser sustituido por otros actos como los homenajes a las viejas figuras, las narices azules, las piñatas a los marcianitos.

Para el escritor Julián Marías “el fútbol es la recuperación semanal de la infancia”, pero también es temor y ansiedad, dramaticidad y zozobra, una mezcla de sentimentalidad y salvajismo, una escuela de virtudes y resoluciones, la escenificación de la épica al alcance de todos, sin distingos de ninguna clase. 

Y en verdad eso de zocar por nuestros colores, nos devuelve a la niñez; lo comprobé en el último partido ante el FAS con el Papo Castro Borja, Ramón Fagoaga, René y Ricardo Gómez, los Tucas; mi hermano Caly, sufriendo como pocos y abrazándonos con los goles como que si fuéramos cipotes. Ojalá y que el nuevo técnico nos nutra con la esperanza de que el legado de Raúl va a seguir vigente.