El día que el doctor Tomás Pineda Martínez detectó que su primogénito, había sido atacado por la parálisis infantil, sufrió una devastación emocional.
La vida le jugaba una mala pasada con su pequeño, en quien veía su reeencarnación.Ese primer instante fue durísimo; como eminente médico que se prodigaba por los enfermos de Santa Ana y de la Zona Occidental, no entendía como su hijo era acicateado por un virus tan viejo como cuando empezamos a ser humanidad. Lloró y hasta se sintió culpable pero se dispuso a poner lo mejor de sus conocimientos para recuperar a su retoño.
Los tratamientos fueron drásticos y constantes pero el niño supo aceptarlos con estoicismo, por eso cuando a los seis años aprendió a caminar sin las muletas, su padre mostró la mejor de sus sonrisas y se lo llevó a la catedral para darle las gracias a Nuestra Señora Santa Ana. Tomás se había aferrado a la natación y con sus escasas cincuenta libras de peso pero con tremendo ánimo para hacerlas valer, llegaba todos los días a la piscina para hacer sus ejercicios de rehabilitación. Un día casi arrastrando los pies se fue a jugar con sus compañeros del Liceo Santaneco a la cancha del Centro de Empleados de Comercio, ellos al verlo tan débil tenían miedo de golpearlo y, por no dejar lo pusieron de portero con la condición de que vigilara los útiles. Aquello lo dejó entusiasmado y pensó que si todos trajinaban por meter goles, el los evitaría.
No obstante venir de una familia de clase privilegiada donde se veía al fútbol como una ocupación menor, su padre tomó de la mejor manera la actividad y confió que sería vital para su recuperación, no como un deporte sino como una terapia.
Por eso con muchos deseos pero con menos fuerzas su hijo apareció de portero en un equipo de baby fútbol que dirigía Gregorio Bundio. Muchos años después, el maestro argentino no se cansaba de comentar aquel portento de recuperación, pero si en aquel momento, alguien le hubiera dicho que aquel cipote llegaría a ser el mejor portero del país y que defendería el arco de la selección nacional lo hubiera tomado como un chiste.
Con su bachillerato ya ganado Tomás se vino a la capital e ingresó a la Universidad Nacional para realizar sus estudios de arquitectura. Una tarde entre clase y clase se encontraba peloteando con sus compañeros cuando fue invitado por Conrado Miranda para entrenar con el equipo de la Primera División. Algo le decía al gran entrenador que aquel joven llegaría lejos y el nuevo alumno comenzó a poner todo su empeño así como lo ha hecho en todas los proyectos que se ha propuesto en la vida.
Ya para entonces su dolencia infantil era solo un recuerdo, con pequeñas secuelas que en un hombre de su temple sonaban más a bromas. El arco de la Universidad había estado al cuidado de Yohalmo Aurora y de Luis Catuta López quienes ya iban de salida y se nutrió de las enseñanzas de aquellos maestros como quien absorbe el agua de una fuente primitiva y saludable. De ahí que cuando accedió a la titularidad se la entregaron como quien entrega un tesoro.
Fue cuando experimentó lo que muchos de sus predestinados colegas han sentido, una curiosa sensación de mutua pertenencia con la portería, que se le presentaba con el permanente recordatorio de que en el área chica solamente se puede conocer la gloria o la desgracia y él estaba dispuesto exclusivamente a emparentarse con la primera.
El Flaco Pineda
Irrumpió con su pinta juvenil y su estatura ideal pero con una piernas tan delgadas que lo hicieron acreedor al mote de Flaco que de inmediato convirtió en su nombre de batalla. Muchos aficionados aseguraban que tenía la apariencia de un protagonista de western italiano tan en boga por aquellos días pues hacía gala de su elegancia con atuendos que incluían coloridos guantes, ya que fue el primer arquero en el fútbol nacional en usarlos.
Por entonces le tocó jugar aquellos clásicos contra el Alianza integrando un equipo de ensueño que comenzaba con él y terminaba con el Chino Guillermo Ruiz en la punta izquierda. Por supuesto que también brillaban los uruguayos Raúl Avellaneda, Rubén Filomeno, Franki, Viteca Pererira, el guatemalteco Zúniga y los nacionales Pipo Rodríguez, René Toledo, Jorge Vásquez, Mauricio Manzano, Julio Buho Ruano, Pepe Calidonio, Orlando López Peña, Adán Casares, de ahí que el llamado a la selección no se hizo esperar.
Por esos días vivió la amargura de perder a su padre y el fútbol fue el trampolín que ocupó para ganarse la vida y ayudar a su hogar.
Llegó entonces la gloriosa ruta hacia México 70 y aunque no jugó fue parte de aquel grupo de jóvenes que cuando recibía agasajos y a la hora de los agradecimientos todas las miradas apuntaban hacia él y así se convirtió en el orador sin nombramiento de la selección nacional.
En 1971 paso al Juventud Olímpica que dirigía Mario Rey y fue vital para que el equipo azul y oro que apadrinaban Victor Safie, Toño Rico y Mauricio Ávila ganara el campeonato nacional; un año después llegó al Alianza, vuelve a la UES para seguir destacando y en 1975 recaló en el Luis Ángel Firpo donde brindó lo mejor de su genio.
En esa campaña fuimos compañeros y me tocó ser testigo dentro de la cancha de su calidad bajo los tres palos, además de ir muy bien arriba tenía una fortaleza mental que le permitía enfrentar cualquier situación con suma seguridad. Pero el rasgo más acusado eran sus reflejos felinos.
Muchas veces los delanteros pateaban a la portería y cuando sus seguidores se disponían a celebrar, los dejaba anhelantes pues aparecía de la nada y llegaba con gran exactitud a las pelotas. Ello se sustentaba además en la preparación, pues jamás rehuyó a los entrenos extenuantes, su propensión al sacrificio parecía venir de aquellos días aciagos de su infancia cuando le tocó enfrentar a la adversidad.En esa temporada el
Flaco fue el mejor guardameta del fútbol nacional y se apoderó del arco de la Selecta. Así enfrentó a los mejores equipos que por aquel entonces pasaron por esta parte del mundo. Siempre sorprendente, al año siguiente pasó al Alianza y en agosto de 1976 decidió dejar el fútbol, había pasado más de una década bajo los tres postes. Fue una decisión que pareció intempestiva pero que había reflexionado largamente.
Siendo un hombre esencialmente alegre y optimista muchos pensamos que se trataba de otra de sus bromas pero hablaba en serio. Recuerdo su postrer partido en el Cuscatlán contra la selección de Panamá, cuando teníamos de hijos a los canaleros, Faltaban 12 minutos para el final, la Selecta ganaba 4-0 y se anunció el cambio.
Llegaba en sustitución Mauricio Tarzán Alvarenga y Tomás se fundió en un abrazó con él. Se escuchó entonces una ovación sin precedentes en el Coloso de Monserrat y el Flaco dejó su habitual sonrisa, quiza provocada por sus largos dientes o por su alma de niño travieso, y se dejó ganar por la emoción.
El técnico auxiliar de Raúl Magaña era Ricardo Caite Macías quien fue a su encuentro y en un hecho singular también rompió en sollozos. Fue una tensión casi física, se iba un arquerazo que jamás escatimó esfuerzos. Pero no solamente de partidos y atajadas forjó su carrera, ya que en su paso por el deporte ganó amistades con la facilidad de quien respira. Su don de gente y su solidaridad lo llevaron a auxiliar a cuanto compañero necesitó de su ayuda.
Por todo lo que dejó en la cancha, en cada entrenamiento y por su liderazgo fue despedido con lágrimas, gritos y aplausos. Y al igual que otros de sus antecesores como Yohalmo Aurora, Luis Catuta López, Carlos Ranchero Guerra, Manuel Tamalón Garay y su compadre Raúl Araña Magaña pasó a transformarse en una forma del recuerdo, que al igual que aquellos ha merecido el calificativo de leyenda.
No siendo un personaje que nació para sentarse y ver lo que otros hacen, el Flaco siguió entregando su existencia al deporte. Practicó automovilismo, go karts, motociclismo, regatas, esquí acuático, tenis y llegó a ser uno de los tres mejores jugadores de squash del país.
En la actualidad el arquitecto Tomas Ernesto Pineda Nieto es presidente del Grupo Inmobiliario KING dedicado a la rama de bienes raíces. Y los numerosos clientes que a veces deben hacer antesalas prolongadas, tienen muy pocos razones para pensar que aquel señor de traje entero, modales fino y colonia francesa es un héroe de carne y huesos del fútbol nacional a quien se le nubla la mirada con aquellos recuerdos.