Entre nuestas conmemoraciones cristianas la Navidad y el fin de año son las que más regocijo nos provocan, es casi un estado de ánimo, un alto en la rutina que da paso a tiernos sentimientos de paz y amistad.
Nos sentimos impulsados a desearles felicidades a todos, incluso a personas extrañas o que nos serían indiferentes en otras circunstancias y la mirada interior se vuelve introspectiva, esencial, e invita a hacernos preguntas sobre nosotros mismos y sobre nuestra vida.
Experimentamos con especial intensidad la importancia de los afectos y la necesidad de buscar la cercanía de familiares y amigos, esos que todos los días nutren nuestra vida. Ya lo dice un pensamiento, amigo es aquel que parte la pena en dos y duplica las alegrías, el que se hace el desentendido ante nuestros múltiples defectos y prefiere destacar nuestras escasas virtudes.
Lo hemos podido comprobar tantas veces porque cuando nuestras fuerzas han estado a punto de claudicar su presencia ha bastado para recuperarnos y darnos el respaldo necesario para afrontar los embates de la vida. Dentro de la soledad nunca hemos estado solos, ya que su luz alcanza para iluminar nuestro camino y ha sido a ellos a quienes hemos recurrido para saciar nuestra sed de paz y tranquilidad en los momentos mas rigurosos.
En esta cofradía que integra nuestra gente, hemos compartido momentos alegres y de los otros, tratando de sembrar con aprecio y de igual manera buscar una dosis de amistad y de cariño como respuesta. Y en este empeño cotidiano de hilvanar ideas y llevar noticias hemos intentado arrancarle amor a todo aquello que simboliza el bálsamo que llega al corazón y que reconforta.
Tenemos la bendición de estar en un ámbito colmado de amigos donde casi siempre su presencia es como la sangre que fluye cuando se hace una herida para restañarla. Amigos cosechados en la calle, en el trabajo, más allá de nuestras fronteras, en el Facebook, en una cancha de fútbol, que como riqueza nos regalan su amistad, su aprecio, su amor.
Y es que a menudo los que hemos visto tanto llover nos envalentonamos y nos sentimos con cierto derecho a consejar, todo eso para decirles que debemos apreciar a nuestro seres queridos mientras los tenemos a nuestro lado, vivos; no hay excusas para no llamarlos, el teléfono lo andamos en la mano.
No hay que dejar de ver a los padres, hermanos, abuelos, hijos, no solo debemos quererlos, digámoselos, porque mañana puede ser muy tarde.
No tenemos nada asegurado, la vida es un misterio y un milagro en sí misma, los seres humanos somos así, nos la llevamos haciendo planes para el futuro con una seguridad plena y a menudo nos olvidamos de disfrutar el presente, solo pensamos en lo que vendrá mañana. Y de pronto la partida de una persona querida nos recuerda nuestra fragilidad, nuestro precario equilibrio vital. Somos una obra maestra del Señor que tiene un ciclo, únicos e irrepetibles y todo lo que hayamos visto y vivido se irá con nosotros al momento de la partida, exceptuando nuestras obras.
No sería bueno entonces dejar un legado como testigo de nuestro paso por esta tierra, seguir vigentes en las obra que hemos hecho, en los amigos que hemos cosechado, haciéndole una gambeta a la parca para seguir vivos en el recuerdo. Llega el momento de arrancarle al calendario la última página y darle paso al nuevo que si Dios quiere podremos vivir, disfrutar y compartir.
Dentro de la euforia del año que termina y el que está por iniciar hagamos un esfuerzo y elevemos una plegaria por los amigos que debido a los quebrantos de salud nos estan haciendo falta y por los que se nos adelantaron en este año: Ricardo el Chelito Sepúlveda, Héctor Camello Nuñez, Rodrigo Osorio, Fernando Chino Villalobos, Carlos Chicharrón Aguilar, Rigoberto Guzmán, Chamba Rodríguez, Juan Máquina Merlos, Luis César Condomi, Rodolfo Fito Baello y otros más.
Este 31 cuando el reloj marque las 12 y nos obligue a la meditacion, entre la alegría y los abrazos de nuestra familia, nosotros estaremos levantando una copa de amistad y de esperanza porque la salud y el bienestar estén presentes en sus vidas.