¿Qué pasó con José Arévalo?

Fue campeón centroamericano de pesas en la década de los sesenta gracias a una gran historia de voluntad, trabajo y sacrificio

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San Salvador, 30 Octubre 2014. / Foto Por LME

Por Gustavo Flores | Twitter: @GusFlores21

2014-11-02 7:06:00

Santa Ana era su nuevo hogar. Solo, sin conocer a nadie, sin haber pisado jamás la ciudad, José Clemente Arévalo comenzó su nueva vida.

Las urgencias y las carencias en Armenia eran demasiadas como para rechazar una oferta laboral en la Ciudad Morena: fabricar y vender dulces. El detalle es que se trataba de un niño, Josecito tenía apenas 7 años.

Hoy 70 años después, José lo recuerda como si fuera ayer. “Hacía los dulces y después los iba a vender, en Ciudad Arce, Coatepeque, El Congo y Santa Ana. Pasaba por todas las tiendas” cuenta ahora en la sala de su casa, pleno corazón de Santa Ana, rodeado de su hermosa familia.

Tras siete años con los dulces cambió de trabajo. A los 14 se fue con el “Chino Julio” a un almacén donde “vendíamos de todo”. En su infancia y preadolescencia no hubo muchos juegos ni diversiones. Sí sacrificio, voluntad y trabajo, mucho trabajo. Hasta que alguien lo vio levantando tambos de gas. Y allí cambió su vida. “Me dijeron que tenía demasiada fuerza para levantar los tambos. Y me fui a levantar pesas al gimnasio de Nefer, quien era un destacado deportista de Santa Ana en boxeo y lucha”. A los 14 años ya levantaba 180 y 190 libras. Aunque muchas veces no alcanzaban los implementos en el gimnasio para tanto ímpetu juvenil. “Como las pesas eran de cemento, se doblaba el caño. Me las acababa a todas”, cuenta  Arévalo y se le escapa una sonrisa.

En un principio, la idea de Arévalo fue hacer fisicoculturismo, pero su fuerza y sus entrenadores lo fueron inclinando hacia el levantamiento de pesas. “Los sábados llegaba Zacarías a entrenarme”. Se trataba de Carlos Ramón Jubis Zacarías, una gloria de las pesas salvadoreñas que detectó su talento precoz. Y a los 15 años ya empezaban sus primeras satisfacciones en el deporte. Primero en peso gallo, después en pluma.

Su bautizo en competencias fue en Santa Ana. Y el resultado no pudo haber sido mejor: “Había llegado de San Salvador un atleta que venía de ganar en Guatemala en ‘mejores espaldas’. Pero le pude ganar. Nadie lo podía creer”, rememora.

A partir de allí el deporte fue su pasión, pero nunca su medio de vida. No ganó un solo centavo en toda su carrera, a pesar de los logros que obtuvo. Es más, muchas veces hasta tuvo que poner dinero de su bolsillo para poder competir. “Yo daba dinero para el carro para ir a San Salvador a los eventos y sacaba de mi pisto para comer”. Amor al deporte sin retribución económica.

A esa altura combinaba trabajo y pesas. Se había cambiado de puesto laboral y ya estaba con  Gramaco. “Era vendedor de repuestos y halaba café. A las 5 p.m. salía del trabajo y me iba al gimnasio El Modelo (hoy Indes). Y me entrenaba hasta las 9 de la noche. Todos los días”.

Trabajo, empeño, perseverancia… Y los frutos. 

Fueron llegando los títulos: festejos nacionales, campeonatos centroamericanos, reconocimiento en El Salvador y otros países, diplomas en distintas competencias que hoy adornan las paredes de su hogar. Y una prueba máxima a nivel internacional: los Juegos Centroamericanos y del Caribe 1962 en Jamaica.

“En el 62 fui el único levantador en ir a los juegos Centroamericanos y del Caribe en Jamaica” recuerda. Pero cuenta que no fue nada sencillo participar de ese evento de primer nivel internacional. Primero la Federación de El Salvador no lo quería dejar ir. Cuando ganaba el clasificatorio, le organizaba uno tras otro, nuevos eventos para clasificar. Pero no podían bajarlo de ninguna manera: ganaba en todos.  Hasta que llegó la amenaza de su entrenador Zacarías a la Federación: “Si no lo llevan a Jamaica, los demando”. Ya no tenían ninguna excusa en San Salvador para no llevarlo.

En Jamaica también fue una prueba dura. Y no solo por el nivel de sus oponentes. Estaba solo en Kingston. “Cuando salían los demás atletas, yo me quedaba solo a un costado. Nadie había viajado conmigo, no conocía a nadie. Recuerdo que había un periodista de apellido Mena y me iba con él”. 

En los Juegos C.A. y el Caribe, contra deportistas profesionales que solo se dedicaban a entrenar, no pudo llegar al podio, pero semejante experiencia le sirvió de extraordinario aprendizaje. Los pesistas colombianos y venezolanos lo aconsejaban: “mirá cipote, vos tenes mucha fuerza pero tenés que mejorar tu técnica”. Y les enseñaban las nuevas armas de la halterofilia, con las que pudo levantar más libras en su vuelta al país.

A nivel nacional casi que no tenía competencia. En el gimnasio nuevo de San Salvador coleccionaba títulos y siempre estaba en lo más alto del podio. Y también cuando viajaba a los Centroamericanos sea en Costa Rica, Honduras, Guatemala, Nicaragua. “Guardo todos los diplomas con mucho afecto por todo lo que pude lograr”, explica.

Arévalo bajaba cuatro libras antes de cada competencia, en una hora para dar el peso. “Pesaba 126 libras y levantaba 250”, recuerda. Tanto le apasionaba que a los 60 años fue a competir como veterano. “Me gustaba y es lo que hacía. Me iba a la finca con mi patrón, regresaba, me entrenaba, competía…”

Su familia le reconoce una vida de perseverancia y triunfo. “El mayor triunfo de mi papá es haber conquistado a mi mamá. Los tres hijos profesionales, una familia unida… Y se vino solo de Armenia a los 7 años”. Le brillan los ojos a su hija Roxana, psicóloga de 50 años, cuando lo cuenta. El orgullo es gigante. Tanto como los triunfos de su padre. En el deporte y en la vida.

¿Qué hace?

En 1965 José les dijo adiós a las competencias “Me casé y empecé a trabajar más duro en la finca de café. Ya no quedaba chance de entrenar. Y también había pasado a ser jefe del almacén Gramaco por lo que tenía más obligaciones”.

Sin embargo, no se alejó del todo del deporte: “Iba al gimnasio Modelo a enseñarles a los que hoy levantan pesas. Me dijeron que me iban a pagar pero hasta ahorita estoy esperando, ja, ja”. 

Tanto esfuerzo por levantar pesas le pasaron la factura: una operación  y dolores durante toda la vida. “Pasé 6 años ‘patojeando’ hasta que me operaron y me cambiaron la rótula. Hoy combato los dolores con ultrasonido”.

Jubilado, en la actualidad ya no está pendiente del deporte. “Me dieron una medalla en Santa Ana como reconocimiento a mi labor. Hoy, más que nada,  estoy en las cosas que necesiten mis hijos”.

Su hija Roxana destaca que sus padres ya “cumplen 50 años de casados. Buenos ejemplos, sin hablar mucho nos han enseñado honradez y disciplina”. Los hijos de Arévalo son hoy psicóloga, odontólogo y licenciado en administración de empresas. Una familia unida comandada por un gran campeón de pesas.