Con la fiebre por ser el anfitrión de la Copa del Mundo, al Gobierno brasileño se le fue la mano y utilizó 12 estadios, en lugar de solamente ocho.
Ahora, cuatro de ellos han quedado con poco o nulo uso, lo que muchos llaman “elefantes blancos”: animales-construcciones raros, exóticos, impactantes al exhibirlo, pero que ahora ya no tienen mayor utilidad.
Así han quedado los estadios de Brasilia, Manaos, Natal y Cuiabá. El Mané Garrincha, por ejemplo, costó $600 millones para una ciudad que no tiene equipos en Primera, con capacidad para 72 mil personas.
Algo similar parece ocurrir en El Salvador. Es otro deporte (fútbol playa), pero también hubo un poco de “fiebre”… Cuando la Selecta Playera logró aquel histórico cuarto lugar en Rávena, en septiembre de 2011, el entonces presidente Mauricio Funes hizo una promesa: su Gobierno construiría dos estadios “profesionales” de fútbol playa.
Su administración no pudo inaugurar dichas obras, pero ya están listos los escenarios en Apulo y Costa del Sol. Ahora, cabe la pregunta… ¿Son elefantes blancos? No albergan partidos o torneos de ningún tipo.
Solo están allí, inertes. Habrá Copa Uncaf del 14 al 16 de noviembre… ¿Y después? Vendrá el Premundial de Concacaf… ¿Y luego? ¿No sería mejor abrirlos para uso controlado de la afición en general, para que se enamore más de este deporte?