La pintura del fútbol

César Menéndez es un pintor y escultor salvadoreño de porte internacional cuya otra pasión es el fútbol

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El pintor y escultor salvadoreño César Menéndez, con una de sus excelentes obras. Foto EDH

Por Manuel Cañadas | Twitter: @Memecanadas

2014-11-09 10:47:00

A diferencia de otras latitudes, en nuestros círculos intelectuales, el fútbol ha sido visto tradicionalmente a título secundario; parece de buen gusto presumir de ignorancia futbolística. Se le acusa de trivial, anodino, propio para la chusma, actividad para iletrados, distractor capitalista que aliena al ser humano.

Parece existir una relación frustrada desde los orígenes, como que en las relaciones prematrimoniales no hubo mucho gusto y aquellos optaron por el desprecio y la indiferencia. Por eso se me antoja decir que el célebre pintor salvadoreño César Menéndez es un intelectual atípico, pues siendo un portento de las artes plásticas cuyos cuadros se venden a precios elevados en galerías importantes del mundo, ha sido un apasionado del fútbol desde siempre.

El pasado jueves dio el conversatorio “Transición de la pintura moderna a la pintura contemporánea”, en el Museo Forma, donde expone 14 muestras en el género abstracto que ha llamado “Memorias”. 

Estuvo brillante en su presentación, pero paralelamente me platicó largo y tendido sobre el fútbol mundial, mientras que muchos lo abordaban para hablarle sobre su trascendencia como pintor y escultor de fama internacional que expone en Houston, Nueva York, Washington, Sudamérica y, hace poco, en una retrospectiva de la pintura latinoamericana en Los Ángeles, su obra estuvo entre la de mayor demanda. Han pasado tantos años desde que el César cipote descubrió que sus aptitudes apuntaban hacia las artes plásticas, pero sentía enorme predilección por el balón, le gustaba escuchar las transmisiones a través de la radio, que se escuchaban nítidamente en su Sonsonate natal.

Disfrutaba con las narraciones en las voces de Raúl “Pato” Alfaro, Rosalío Hernández Colorado, Lito Rodezno, el “Chamaco” Alfaro, Mauricio Saade Torres, y una voz culta que gritaba los goles sin agredir los oídos y que era de Miguelito Álvarez.

Ellos le despertaron el deseo de conocer el Flor Blanca y a tantos ases de la época como “Baiza” Ruano, “Cariota” Barraza, Mario Monge, Katán Cubas, “Volskwagen” Hernández, “Maquinita” Merlos, Raúl Magaña, Guillermo Castro, Guillermo Méndez, Óscar “Negro” Herrera, Héctor “Camello” Núñez. Sus primeros contactos con el fútbol los había tenido en el estadio cocotero en sus andanzas de cipote viendo al Leones en el ascenso, que rivalizaba con el Huracán. Admiraba a Chito Molina, Manuel Viscarra, Calín Santos, “Tigre” Garzona, al “Chele” Iván Martínez, al “Pibe” Vásquez y, a un tico que parecía jugar con el balón amarrado al pie, siempre con la cabeza levantada y que respondía al nombre de Álvaro Cascante Barquero; recuerda que los aficionados lo idolatraban no solamente porque era un gran futbolista, sino por su don de gente.

Luego los selváticos subieron de categoría y se cambiaron al nombre de Sonsonate que causara tanta sensación cuando el presidente Koky Zedán trajo a los brasileños Odir Jaques, Ferreira da Silva, Cousanni y Mario Aparecido Baezo. Después llegarían el “Patío” Valencia, Sívori Sánchez, Adrián Chacón, Mario Tiorra Castro, Edgardo “Chelito” Contreras y los brasileños Alcyr Coutinho, Custodio Le Roy, Joao Alves, Elenilson Franco.

Para entonces, César ya se había prendado del Alianza de don Hernán Carrasco, se dejó subyugar una noche de 1966 en que lo llevaron a ver al equipo blanco que le ganó al América de México 2-0 con bailada incluida. Recuerda a Miguel Hermosilla, Ricardo Sepúlveda, Salvador Mariona, Raúl Magaña, Guido Alvarado, Francisco Tigre Zamora, Roberto Burra Rivas. Salió asombrado del estadio sobre todo cuando Sepúlveda le hizo un doble túnel a Alfredo del Águila, a la sazón capitán del América y de la selección azteca. Le pareció que aquel equipo era de puros artistas, pues cuando tenían la pelota parecían estar pintando sobre la grama.

Y es que desde sus años escolares tuvo esa dualidad: el fútbol y la pintura, pero pronto se dio cuenta que sus aptitudes apuntaban para esta última y tuvo que guardar sus sueños futboleros para plasmar en sus cuadernos de dibujo las cosas que veía y otras que se imaginaba, por eso escogió el bachillerato en artes, donde coincidió con una generación de jóvenes talentosos que después también se hicieran un nombre. 

Asomado a las aulas de aquella institución conoció a Da Vinci, Miguel Ángel, Dalí, Picasso, Miró, Renoir y a los de este lado del océano Diego Rivera, David Siqueiros, Botero, José Luis Cuevas, Andy Warhol. Fue cuando aprendió a descifrar las combinaciones de colores, medir porciones y proporciones, a comprender el mundo que encierra un lienzo, a dejarse fascinar por los claroscuros.

En medio de la ciudad, el joven solo codicia estampar en un lienzo su obra, lee con desesperación sobre los grandes pintores, se sumerge en un mundo mágico, policrómico, convocando imágenes y figuras en todos los insomnios y yendo esporádicamente a ver al Alianza que de tanto en tanto se encontraba con la gloria. 

Luego le llegó el momento del despegue en que imperceptiblemente se fue convirtiendo en una figura célebre, en un referente de las artes plásticas salvadoreñas, pero sin olvidarse del fútbol para dar opiniones y decir que el Mágico González ha sido un genio, que representaba cosas que rompían todas las expectativas, que no estaban previstas en los cálculos, un caso en que el arte se puede dar a través del cuerpo. 

Para Menéndez, muchos intelectuales detestan al fútbol porque existe un divorcio entre la mente y el cuerpo, como que si no demandara tanto talento dentro de la cancha, pareciera que el ser pensante el que realiza la obra con la mente antagoniza con el que la realiza con los pies.

Ahora es un hombre realizado, sus tres hijos que procreó con su amada Delia lo colman de felicidad, Shantal se graduó en historia del arte en La Sorbona, Arturo es un brillante cineasta que hace unos días tuvo un éxito tremendo con el estreno de la película Malacrianza, y Andrés, con apenas 16 años, paralelamente a sus estudios de bachillerato es propietario de un equipo llamado Bayern Múnich que en El Cafetalón ha ganado varios campeonatos. 

Y no se trata solamente de una obra deportiva, sino que social, pues el cuadro lo integran cipotes que están en riesgo. “Andrés les ayuda a estos jóvenes y uno como padre debe apoyarlo sobre todo que se trata de ser solidario con los demás” dice. 

En cuanto al fútbol sonsonateco expresa: “Es bien difícil que Sonsonate meta un equipo en la Mayor, antes para ganarnos había que sudar sangre, los visitantes sabían que se iban a encontrar con un grupo de muchachos que derrochaban coraje. Nuestros equipos tenían identidad propia, abundaban los jugadores del departamento”. 

Y como buen aliancista se muestra dolido porque el equipo no levanta vuelo “no sé qué pasa, pero no se respetan los procesos y ello lleva a que no se pueda consolidar el equipo”. 

Hace un tiempo César me contó que quería pintar un futbolista en el momento preciso en que celebra un gol, la obra más vívida e impactante del fútbol. Por eso aproveché para recordárselo, es una deuda que tiene pendiente con una de sus pasiones.