Dicen que era algo en la tierra. Un estudio de Richard Haggarty que se encuentra en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos afirma que a principios del Siglo XX, El Salvador era capaz de producir café sin la asistencia de capital externo, financiero o tecnológico, y con mayores índices de eficiencia que cualquier otro país en la región centroamericana. Era algo en la tierra y en el hombre. A partir de esta capacidad productiva también se abría una brecha en los estratos sociales, y esto es también parte de la historia.
De la bolsa en el vivero a la plantación y luego a la producción, un proceso que en el cafeto puede empezar a partir del tercer año. El café es un árbol noble, que bien tratado puede producir ricos granos durante décadas. Merece especial y metódico cuidado. Podarlo mantiene su crecimiento y potencia la recolección de su fruto. Las plantaciones se demarcan en sectores para planificar lo que requiere cada cafeto. Así las plantaciones del sector #1 reciben un año el trato que el siguiente recibirán los del sector #2. Y así, sucesivamente.
El árbol florece una elegante cubierta blanca. De su flor a la cosecha que recoge los frutos maduros, de revestimiento rojo y dulce. El grano de su interior tendrá propiedades en directa proporción con el cuidado que se dé al árbol. También es importante el buen trato al suelo en el que se siembra, especialmente en plantaciones con amplio historial de producción. El tiempo provoca pérdida de nutrientes básicos y fundamentales para el sano desarrollo del árbol.
Después de dos o tres décadas continuas del ciclo de producción, el cafeto reduce su rendimiento. Es necesario trasladar esos pequeños sustitutos que pacientemente han crecido en el vivero. La renovación del parque cafetalero fue ineludible en El Salvador al término del conflicto armado, más en aquellas plantaciones que fueron abandonadas o cuya producción no pudo ser atendida por estar en zona de combate. Algunas de estas plantaciones no regresarían jamás a producir café como alguna vez lo hicieron. La renovación no es una tarea para hacerse cada cierto tiempo. Es de todos los años.
El café llegó a El Salvador a principios del Siglo XIX. Pasaron más de cinco décadas para que superara al añil como el producto de mayor exportación. Hace unos 15 años el país llegó a exportar más de tres millones de sacos de café. El ejercicio 2013-2014, según datos del Concejo Salvadoreño del Café, vio salir apenas 500,000 sacos de café de nuestro país al exterior. El café en El Salvador ya no era lo de antes y hay que recuperarlo. Pero requiere de paciencia. Como en el fútbol, necesita de un proceso ordenado que mejore la tierra para renovar el parque. Para que los cafetos crezcan sanos y sean productivos, como lo eran antes.
Como un proceso natural, el futbolista -como el árbol de café- toma un tiempo para ser productivo. Lo que es urgente es construir nuevos jugadores de fútbol que puedan competir en las exigencias de un nivel que hace ratos El Salvador no alcanza. Esto demanda trabajo y organización. Como cuando en una plantación de café se trabaja en los distintos sectores de forma especializada. Si en el país se quiere recuperar el fútbol, es preciso reconocer que no es un problema en la germinación de talento, sino en su traslado a la profesionalización, a las zonas de productividad.
Llegados ahí se pierden en la carrera por sacar frutos cuando el jugador no está preparado para producir. Lo podan sin orden ni organización o lo abandonan hasta convertirse en uno más del bosque. Hoy el fútbol es una industria a nivel mundial, y así como en el café, El Salvador ahí también ha perdido competitividad. En el fútbol salvadoreño hay una necesidad: renovar su parque.