Era la primera participación de un equipo con un sello indeleble en la historia del deporte mundial. El Torneo de las Américas en Portland sería la puesta en escena del primer Dream Team. Del único Dream Team. El torneo servía de clasificatorio para los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992. Dos años antes, la Federación Internacional de Baloncesto le abría las puertas a jugadores profesionales en sus torneos, incluido estaba el torneo olímpico.
El primer equipo estadounidense en disputar un torneo FIBA con jugadores de la NBA estaba compuesto por Michael Jordan y Scottie Pippen de los Chicago Bulls. John Stockton y Karl Malone del Utah Jazz, Magic Johnson de Los Angeles Lakers, Larry Bird de los Boston Celtics, David Robinson de los San Antonio Spurs, Patrick Ewing de los New York Knicks, Chris Mullin de Golden State Warriors y Charles Barkley, en ese momento de los Philadelphia 76ers, luego traspasado a los Phoenix Suns.
Unas semanas antes del arranque del Preolímpico se sumaban Clyde Drexler de los Portland Trail Blazers y Christian Laetner, el único jugador proveniente de la antigua base universitaria. Era la mejor colección de figuras en la historia de ese deporte. Un equipo irrepetible en un momento único. Caía la barrera del amateurismo en el programa olímpico y los NBA eran la mejor representación del trascendental paso. Su primera competencia internacional sería aquel Torneo FIBA de las Américas. El primer rival fue Cuba. Los isleños apretaron el paso en carrera rápida para darle alcance a los Magic & Co. y conseguir el gran propósito de la jornada: tomarse una foto.
Lo hicieron antes del arranque de una paliza por diferencia de 79 puntos. En el siguiente partido la organización evitó la improvisación y permitió a los argentinos una foto en conjunto en el centro de la cancha y un par de minutos para que los jugadores se retrataran con las estrellas de la NBA. Pero algo más pasó en ese partido. Lo cuenta Jack McCallum en la edición del 13 de julio de 1992 de la revista Sports Illustrated. En un pasaje del partido Karl Malone se sorprendió al ver como un jugador argentino, desde el banco, le tomaba fotografías a un compañero que en ese momento marcaba a Magic Johnson. Lo insólito es que el defensor parecía posar para la foto. “Miraba a un compañero en el banco. Creo que eso ya es demasiado, no?” decía el “cartero” Malone.
Estados Unidos ganaría sus partidos por un promedio de 51,5 puntos de diferencia, además de una sesión fotográfica antes de cada partido con cada uno de sus rivales. Argentina sería una década más tarde, el primer seleccionado en derrotar a un equipo de Estados Unidos compuesto por figuras de la NBA. Relativamente pasó poco tiempo desde la admiración tal que llevaba a los jugadores primero a pensar en las fotografías con los jugadores de la NBA antes que en vencerlas. Un deportista puede y debe sentir admiración por aquellos que en su profesión han llegado a lugares mucho más altos y han conseguido un sitial de leyendas.
También debe encontrar que el propósito de su profesión no debe centrarse en coleccionar fotografías con las figuras de su deporte, sino en alcanzarlas y buscar el momento de superarlas. Argentina lo consiguió en el basketball. La admiración extrema persistió hasta que su lugar fue ocupado por la ambición de la victorias. Un momento lo define todo.
Era el preolímpico de 1999 en San Juan, Puerto Rico. Argentina enfrentaba a Estados Unidos. Un equipo joven el argentino. Atrevido, sin complejos, sin vergüenza. Uno de sus mejores representantes era el santafesino Andrés Nocioni. En un momento del partido ontra la marca de Kevin Garnett, Nocioni giró hacia la línea de base, pasó bajo el tablero y clavó la pelota en el aro, con el rostro de Garnett a un centímetro. Una jugada que le mostró a esos jóvenes que podían competir ante figuras que sólo veían en la televisión. Argentina perdió en semifinales de aquel torneo por 29 puntos de diferencia. Tres años más tarde le ganaba a los Estados Unidos en el Mundial de Indianápolis.
Cuando veo que los jugadores de la Selecta corren tras el final del partido en búsqueda de una fotografía con un jugador colombiano que juega en Europa, no puede dejar de pensar que llegará el momento en el que esa admiración le de paso a la ambición por competir con ellos. No por fotografiarse con ellos. Porque elevar la competitividad también pasa por mejorar esas actitudes. No se puede ser coleccionista de camisetas y derrotas. Que llegue el momento en el que le clavemos la pelota en la cara a un grande. Eso nace desde el respeto hacia uno mismo. Saberse capaz y creerse capaz. Que algún día lleguen corriendo a pedirle la camiseta a uno de los nuestros.