Es amigo de varios de mis amigos del colegio. Será uno o dos años mayor que yo quizás. No nos vamos a detener en el nombre, se llamará Manuel para propósitos prácticos del relato. Es la historia la que me llama mucho más la atención que el nombre del protagonista. Es un conocido mío con quien tuve la posibilidad de charlar y no hace mucho. Un tema nos lleva a otro. Manuel siempre fue muy activo y lo recuerdo extremadamente inquieto. Si andaba en bicicleta lo quería hacer más rápido que todos y buscar la pendiente más pronunciada para lograr mayor velocidad.
Como jóvenes de esa época, aquellos convulsos ochenta, vivíamos en un país que restringía la posibilidad de disfrutar plenamente de nuestras libertades. Siempre con el preocupación que creaba andar por la calle en época de guerra. Digamos que Manuel era de los menos atentos al tema. Esta permanente intención de estar en movimiento lo llevaba siempre muy cerca de la frontera de la aventura. Del riesgo al límite.
Se recibió de bachiller y le perdí el rastro. Se que estudió en una Universidad de nuestro país, en un momento en el que esa nación parecía estar naciendo. Como mucho quería crecer y hacerla crecer. Al término del conflicto obviamente nacía también el entusiasmo de aquello que nos creíamos constructores de un nuevo país.
Arquitectos de la reconstrucción. Con el tiempo me di cuenta que le surgía un alto compromiso por hacer algo bueno por su país.
Manuel seguía con aquella hiperactividad que lo hacía tan efusivo. Subía y bajaba de la bicicleta para no sólo por deporte sino para sanar su curiosidad ambiental.
Muy apegado a la tierra y sus bondades. Seguía en confiando en las ausentes oportunidades que creía que el país le debía. Un entusiasmo inagotable. De esos que pasa de las primeras páginas de los periódicos para llegar a las caricaturas, no por desinterés por la actualidad, lo suyo era sonreír primero.
La realidad no hacía lo mismo con Manuel. El Salvador ya no le hacía creer en aquella oportunidad pero seguía desafiando el pesimismo creyendo que las instituciones algún día harían lo que decían sus comerciales de televisión y ayudarían al crecimiento del pueblo salvadoreños y sus buenas ideas. No se detuvo, busco darle impulso a esos proyectos. Chocó contra quienes se creen dueños de esos sueños y los ahorcan hasta la asfixia con la trampa de la extorsión.
Ahora es día que combate por orgullo por quedarse con lo que es suyo, sin apoyo alguno. Ya no lo hace en su tierra. Manuel ya no se sustentaba riendo de las caricaturas. Las primeras planas lo abatieron porque se escribían con personas y sueños como el suyo. Y se siguen escribiendo esas primeras planas. Manuel se fue.
Encontró energía para su inquietud cerca de la presa Malpaso, en medio de la selva chiapaneca. Criando tilapia. De afuera confiaron en su talento y ahora conduce una de las operaciones piscícolas más importantes de la región. El 50% de la energía de México se genera en una de las cuatro presas de esa zona muy cerca de Arriaga, punto de tránsito en ese camino que lleva al norte. No se fue lejos, aunque el país que no pudo construir insistiera por alejarlo. Pensó que al terminar aquella guerra, habría un nuevo país. Se habría reinventado la forma de hacer “El Salvador”.
Manuel habría sido de los últimos en esquivarlo pero el pesimismo le dio alcance cuando se convirtió en una realidad sin oportunidades.
Charlamos hace poco. Regresaba de la selva Lacandona, poblada por el maya Lacandón, el que sobrevivió la invasión española se refugió entre árboles y ríos.
Aun alimenta su economía de la cooperación entre ellos y la tierra. Ahí no llegan las señales de celular, ni la televisión. Hay Internet pero la convivencia es plena entre el hombre y la naturaleza. Los Lacandones operan en su territorio hostales turísticos enclavados en la selva. La luz eléctrica de las habitaciones tiene que apagarse a cierta hora.
Manuel llegaba ahí con su familia, después de trece kilómetros en calles de tierra desde la carretera más cercana hasta el ejido Las Nubes. Dos lacandones lo atendieron en la recepción del hostal. Manuel entregó sus documentos para completar el registro y recibir las llaves de su habitación. Los lacandones se miraron uno a otro y sonrieron. Le preguntaron a Manuel: “¿usted es de El Salvador?”.
Era obvio que eso afirmaba sus pasaportes, pero igual Manuel respondió: “Si”. Lo siguiente nos sirve para entender el alcance de la imagen que se ha exportado en los últimos meses desde nuestro país: “¿no es ahí adonde la selección de fútbol vendía sus partidos?”.