Estadios con vida

Ejemplos dispares en el estadio Olímpico de Berlín y el de Wembley: Reflexiones hacia el Flor Blanca

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Foto Por edhdep

Por Fernando Palomo | @Palomo_ESPN

2014-09-21 9:40:00

La final de la Euro del 2020 será en Wembley. Una de las semifinales también. Alguien, cuyo nombre no quiero recordar, escribió en redes sociales que no había mejor elección para el escenario adonde se coronará al campeón de la Eurocopa de Naciones en ese año. El torneo viajará por Europa y por primera vez se jugará en múltiples sedes.

UEFA habrá tomado esta decisión por cuestión política o por capricho y no me agrada. Pero no es el tema. Tampoco me gusta que el Wembley de hoy se aproveche de la historia del Wembley de ayer cuando lo único que comparte de aquel desaparecido templo es el terreno en el que se ha levantado.

Los escenarios del fútbol, dijo Galeano en “Fútbol a sol y sombra”, son mudos sin nadie. “No hay nada menos vacío que un estadio vacío”. Para mí, no son simples estructuras de cemento con un rectángulo verde o quizás una pista atlética. Algunos son escenarios con vida por la vida que vivieron. Enérgicos aunque sus gradas estén vacías. Tienen alma. A veces en pena. Otras muchas con personalidad, fuerza. Transmiten su historia y gritan memorias. Galeano dice que no.

El Wembley de hoy despreció las dos torres por un arco que sobrevuela toda su estructura, un techo retráctil que protege al público del clima londinense. Muchos salones exclusivos con atención de primera categoría. Eso le sobra. Lo que le falta son momentos que le hagan cosquillas al desaparecido escenario.

El triunfo del Barcelona de Guardiola en 2011 o la Champions del Bayern de Heynckes le empiezan a dar forma a su álbum de recuerdos. Pero no tiene un gol fantasma como el de Hurst en el 66, no tiene un concierto de Michael Jackson, o un “Live for Africa” o un Juego Olímpico con Fanny Blankers Koen. Lo destruyeron para que entrara la modernización.

En Berlín, el 6 de junio del 2015 que ya se viene, se jugará la final de la UEFA Champions League. En el Olímpico que tiene todo parecido al Olímpico de siempre. Aquel que fue sede para los Juegos Olímpicos de 1936 le sumaron el techo que cubre las tribunas y una pista sintética, azul porque no todo podría ser para mejor. Estuve en ese estadio y me llevó por el tiempo. En este escenario hay mucho que le hace mantener su personalidad. Primero y principal, su semblante. Es el mismo. La modernización no le deformó como una cirugía plástica mal practicada.

Permanece como esa colección circular de pilares altos y rectangulares. Da la bienvenida con dos enormes torres entre las que se suspenden unos aros olímpicos de hierro.

El hierro, la piedra caliza y el vidrio hacen del estadio Olímpico de Berlín una apología a la sencillez. Minimalista pero grandioso al mismo tiempo.

Sus asientos son grises, todos. Los 74,064 asientos del estadio se ocultan a la distancia. De un costado al otro del estadio, con ese gris color piedra, parecen una continuidad de la superficie en la que descansan. No hay colores brillantes. Gris piedra, negro del hierro. Y esa pista atlética color azul para recordar que el estadio pasó por un proceso de rejuvenecimiento.

Pero habla con la fuerza de un joven. Cuenta que ahí llegaba una de las abominables personas que habitó este planeta. Permanece el palco desde donde el canciller alemán inauguró los Juegos del 36.
Wembley tiene el nombre, pero su actual estructura hace difícil imaginar a George Best, elegante y ágil en la final europea de 1968 frente al Benfica.

En el Olímpico puedo imaginar un joven alemán enciendo el pebetero olímpico. Porque la urna de hierro es la misma. Imagino a Jesse Owens mirando al palco del canciller, porque mi perspectiva es la misma que Owens tuvo hace casi 80 años. Entre la salida de la estación del metro y las puertas del estadio, hay un túnel del tiempo. Pocos estadios tienen esa capacidad de superar sus procesos de modernización para seguir siendo lo que han sido.

Ojalá y darle vida a la historia sea algún día prioridad nacional porque el Estadio Flor Blanca, en varios procesos de reforma se fue convirtiendo en otro. Se hicieron pequeños sus espacios, víctima de su crecimiento y el de la ciudad. Se perdieron los jardines y sus jardineras, sus faroles.

La tribuna de techo plano y rectangular creció pero dejó de ser la misma. Le creció una pirámide, como un grano. Quizás la pirámide era para hacerlo más viejo. Seguro más lejano a sí mismo.

En un país con aprecio a su historia entenderíamos que estas líneas buscan recuperar esa historia. Comprender que el modernismo no rivaliza con el pasado. Es una utopía pensar que una nación desconectada con ayer tenga intención o sea capaz de rejuvenecer un estadio sólo para reconquistar lo que fue. Estas líneas, como el estadio, son sólo un medio para pensar que las utopías son posibles. Como viajar al pasado es aún posible en Berlín.