Pablito era uno más en el río de niños corriendo detrás de una pelota en el Centro Escolar El Progreso. Tenía seis años y un carácter arisco. “Un poco bélico”, admite. Jugaba sin camisa y lo suyo era el fútbol. Le gustaba pegarle a la pelota en su escuela y en su casa, en la Comunidad La Fosa, cerca de la Universidad de El Salvador.
No sabía, Pablito, que ese 1997 sería el de su inicio en un deporte poco popular, exigente, plagado de lesiones, duro. La gimnasia. Tampoco sabía que se enamoraría de ella, y que desde entonces sería su polo a tierra, su ancla para controlar su carácter y darle sentido a su vida.
“Había profesores (de gimnasia) que salían a las escuelas en búsqueda de talentos, y el profesor de Educación Fïsica me vio condiciones y me inscribió para ir a hacer unas pruebas al Polideportivo, en 1997. Fui, hice un montón de sentadillas y como 60 pechadas, fui el único como entre 30 niños que hizo eso y los profesores se quedaron como… ¡wau! Sí trae fuerza”, recuerda hoy Pablo, mientras se apoya en uno de los colchones del Polideportivo, en Ciudad Merliot, para platicar con El Diario de Hoy.
La Federación Salvadoreña de Gimnasia ya no hace esa búsqueda de talentos por falta de presupuesto, cuenta el entrenador Irving Nóchez.
“Los recursos que había para atender a los talentos que encontrábamos ya no los tenemos. Pablo es de los pocos que ha quedado de ese programa”.
Resultó que esa visita a La Fosa cambiaría, al menos, la vida de un niño. Velásquez es ahora un gimnasta con 23 años de edad (recién cumplidos, el 14 de septiembre pasado), con una musculatura excepcional que contrasta con un carácter algo introvertido. Olvidadizo pero honesto. No recuerda muy bien sus logros deportivos en una trayectoria de ya 13 años (ver recuadro, son muchos), pero sí sabe bien los retos que tiene enfrente: Vienen los Juegos Centroamericanos y del Caribe en Veracruz, en noviembre próximo; y para 2015 acaba de lograr un cupo en los Juegos Panamericanos, que serán en la ciudad canadiense de Toronto, en julio.
Gracias a Pablo, El Salvador podrá decir presente por tercera vez consecutiva en unos Panamericanos en la rama masculina. Logró colarse en el puesto 55 entre los 57 que podían clasificar en agosto. Sonará a poco para muchos, tal vez. Pero lo hizo en medio de atletas que compiten en olímpicos y mundiales. Y sin contar con una beca deportiva o algún apoyo económico para entrenar. “No importa que no me den, lo más importante es que voy a representar a mi país, es un orgullo”, dice.
Sus columnas
Pero, para ser justos, ese mérito no es solamente del atleta. Hay actores que, desde el silencio, han sido pilares en su vida. Quizá ahora fuera un joven perdido en el fuerte narcomenuedo que hay en La Fosa, la comunidad donde ha vivido desde pequeño. Quizá habría caído en las garras de alguna pandilla, o no habría tocado algún libro. Pero no. Pablo es gimnasta, el mejor gimnasta en activo que tiene El Salvador en la actualidad.
Pablo está ahí y si está ahí es por su abuela. Doña Enma de Jesús Hernández, la mamá de la madre de Pablo. “Mi abuelita me traía en bus a entrenar de chiquito, primero en el Palacio de los Deportes y después hasta el Polideportivo, en Merliot, cuando me llamó Enrique Trabanino. Yo sentía un gran apoyo en mi abuela.
Mis papás no podían; mi padre trabaja en Pizza Nova y mi mamá es ama de casa. Con mi abuelita me iba en la ruta 33-A, que pasa cerca de mi casa, y después agarrábamos la 42-C. De chiquito, salía de estudiar a las 12, ya en el Centro Escolar Fernando Llort, y después entrenaba de 2 a 5 y media de la tarde. Mi abuelita siempre me esperaba”. Doña Enma, hoy de 87 años, dejó de acompañarlo cuando Pablo ya podía viajar solo en bus, con 15 años. Pero, sin ella, esta historia habría sido corta.
El otro pilar para Pablo ha sido el entrenador cubano Salvador Quiala, “el Coco”. El mentor principal del atleta desde 2004. “Coco” le tiene aprecio a Pablito, pero también es honesto. “En 2007, después de una Copa Panamericana de Clubes que tuvimos acá, él se fue de la gimnasia, por temas económicos. Ya no tenía para llegar aquí (pasajes en bus al Polideportivo). Es que a estos muchachos nunca se les ha pagado”, lamenta.
Antes de esa deserción, el profesor Quiala hizo todo lo que pudo para mantener a Pablo en el deporte. “Él había estado un año estudiando en el Maxper, el programa académico de la Federación de Tenis. Yo lo tenía en mi casa en La Sabana viviendo, comiendo y dándole porque no tenía para comer ni para estar acá, ni simplemente para entrenar. Ya de adulto lo volví a poner a estudiar en Santa Tecla, pero dejó de estudiar y no apareció más. Luego se reincorporó… y se volvió a ir. Ahí dije yo, hasta aquí. Ha sido muy intermitente. Pero continuamos trabajando”, confiesa Quiala.
A pesar de esa intermitencia, la gimnasia ha sido siempre el puerto de Pablo. Cuando el país lo necesitó, dio la cara y apareció en 2012 para entrenar hacia los Juegos Centroamericanos de 2013, en Costa Rica. “Hicimos un plan de entrenos de 90 días, de los que se desapareció 45… Pero independientemente de eso, de no tener esa responsabilidad sistemática, tiene un don”.
Pablo admite que “me agarró la locura de ya no venir, me desaparecí un rato… En 2010 me estresé, me frustré, no me estaban ayudando mucho (en lo económico), solo regañándome. Como atleta, nunca me han pagado. Hubo un tiempo, entre séptimo y octavo grado, que me pagaron el estudio, y por varios años me dieron el pasaje para el bus, cuando venía mi abuelita. Después me quitaron eso, y ya nunca me volvieron a dar nada”, explica.
Pero volvió. Increíble cómo la gimnasia puede ser un polo a tierra. Velásquez, aún con una lesión de muñeca, ganó dos medallas en esos Centroamericanos y también estuvo presente en los Boliviarianos en Trujillo, Perú, en noviembre de 2013. Sin embargo, no tuvo una sola participación internacional más hacia el clasificatorio en Toronto, no tuvo fogueos para afinar o prepararse; y aun así, logró el boleto a los próximos Panamericanos de 2015. Aunque a algunos eso les sepa a poco.
Ahora, está motivado. Pablo se siente capaz de lograr una medalla en los próximos Juegos de Veracruz, una presea que sería histórica para nuestro país, que nunca ha entrado en el podio en la gimnasia a nivel C.A. y el Caribe. Además, tiene un impulso extra: Desde hace casi un año es entrenador. Y, al fin, le pagan.
“Tengo a un grupo de cinco a seis niños entre los nueve y 13 años. Los entreno de 2 a 5 y media de la tarde en el Poli. Yo entreno de 9 a 12 del mediodía y de 5 a 7 de la noche. Les enseño lo básico, los pongo a que agarren fuerza y que se diviertan, que les guste el deporte. Siento que no me ha costado mucho”, dice el Pablo entrenador.
El deporte no le ha permitido graduarse como bachiller, aunque espera coronar al fin este año. Ahora solo estudia los domingos, de 7 de la mañana a 4:20 de la tarde, en el Centro Escolar España. Cuando lo logre, quiere estudiar Licenciatura en Educación Fïsica en la Universidad Pedagógica o en la Nacional.
Lo tiene claro: quiere transmitir lo mucho que este deporte le ha dado a las nuevas generaciones. Ese deporte que convirtió a aquel Pablito arisco en un atleta de calidad internacional, esa gimnasia que fue el escudo contra vicios y maras. La gimnasia que corre por sus venas.