“Te volví a ver, vieja”

CUENTOS DE F??TBOL - La historia de un reecuentro, un momento que devuelve la felicidad y el sentido a la vida cuando se es chico

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Por Marcos Villalobo | Twitter: @MJVilalobo

2014-08-02 10:19:00

Recuerdo ese instante. Parecía tan decadente, me sentía afligido,

y ahora no puedo comprender haberme sentido de tal forma. Para mí

es una añeja anécdota. Aunque el desenlace fue tan raro que me

dolió.

Se coronó con lágrimas, sí, fue así; y también con dos vasos

de vino tinto puro. No tengo remordimientos, es por eso que lo

cuento. Aunque no cometí un delito.

Me sentí un infeliz. Muchas veces me sentí así, pero en ese

momento creí que era el tipo más desdichado. Interrogué a los

sentimientos, litigué con mis creencias e imaginé figuras

cadavéricas. Hoy lo recuerdo y me asombro. Tal vez, transgredí mis

emociones y me culpé demasiado. Pero es que estaba enajenado y el

encierro, en mi habitación, con mis demonios delató ese instante,

que fue justamente un instante; pero repugnante para ese entonces.

No es un grato recuerdo. Ahora lo cuento para descargarme y por el

desenlace.

Había dormido gran parte de la tarde. La siesta en los pueblos

es sagrada, pero ese día descarrilé y dormí de más. Me levanté

desorientado, sí como dice mi hermano “más desorientado que perro

en cancha de bochas”. Y salí a caminar sin ni siquiera haberme

lavado la cara. Caminé. Hasta que vi esa imagen. Fue un accidente.

No debí haber estado en ese lugar; pero estaba. Y la vi, la volví

a ver. A ella, a quien había “extraviado” de pequeño. La recuerdo

por sus marcas. Estaba diferente. Yo también estaba distinto.

Todos cambiamos con el paso del tiempo. La vi en la vereda de la

antigua casa del barrio. Apoyada sobre un cantero adornado con

piedritas blancas y negras. El sentimiento que se me cruzó fue

deshonesto, lo admito. Pero era ella; sí, ella. Desgastada por los

años, pero ella al fin.

Me quedé detenido en el tiempo y recordé cuando la acariciaba.

Eran detalles que le gustaban. Me desvivía por ella y ahora la

volvía a ver, estaba ahí. Capturé aquellas antiguas y simpáticas

tardes de sol donde nos sentíamos únicos, por más que hubiera

mucha gente a nuestro alrededor. Todos la deseaban, siempre fue

así. Los dos. Nosotros dos, despreocupados.

Recuerdo que estaba determinado a tomarla con mis manos y fugarme.

Era osado, pero no creo que valeroso. Por ende, me quedé varios

minutos observándola. Ella estaba indiferente, aunque yo creía, y

estaba seguro, que con esa indiferencia me provocaba.

¡Cómo nos divertíamos juntos! Nunca nos aburríamos. Por eso el

recuerdo; y ese instante ingrato cuando decidí tomarme los dos

vasos de vino puro para tratar de olvidarme. Empero, olvidarla no

se puede. Hoy digo que fue un momento en el que dialogué entre

recuerdos de infante y la realidad de adulto.

Reitero que di muchos rodeos, y quise robarla. Otra vez para mí.

Si había sido mía. Yo recordaba esas líneas, esas pequeñas marcas

tan precisas en su figura.

Hasta que llegó él y la abrazó. Fue un impacto. Pero observé que

no era tan expresivo como había sido yo en su momento. No lo vi

convincente. Habrán sido los celos y por eso lo digo. Esa noche me

sentí tan mal. Quería eliminarla de mis recuerdos. Pero, repito,

eso nunca pasará; porque los bellos recuerdos de la infancia no se

olvidan.

Era mi pelota favorita. Y la había perdido en una apuesta con el

José Arizmendi. Ese maldito clásico. Los goles del “Bati” todavía

resuenan en mis oídos, pero no por perder aquel partido 4-3, sino

porque al otro día tuve que desprenderme de mi pelota de fútbol.

Esa es la razón por la que me sentí tan mal aquella noche al

recordar que por ese perverso clásico había perdido mi “fútbol”.

Sí, fue exagerado, excesivo. Hoy lo admito. Pero ese instante en

que casi le robo la pelota de cuero al hijo del José fue muy raro.

Es que el José se mudó de barrio a los dos días de “obtener” mi

pelota. Y se la llevó, y nunca más pude jugar con ella.

Pero fue un instante. Aquel instante que me sentí extraviado

de ideas. No obstante, al otro día de aquella noche desdichada

se jugaba una nueva edición del clásico. Esa mañana me levanté

temprano, decidido y la vida me regaló una nueva oportunidad. El

tren a veces pasa más de una vez. Y lo ví al José Arizmendi, y le

volví a apostar. No podía dar marcha atrás. Claro que aceptó. Era

esa vieja pelota a cambio de una nuevita, linda, de marca, de esas

que usan los profesionales.

Esa tarde la recuerdo con lágrimas, porque Aimar y Ángel me

devolvieron mi vieja y amada pelota de fútbol.