Cómo quisiera que esto dure para siempre. La canción es de Andrés Calamaro, el deseo es muy mío. Que lo que pasó en Nanjing para el deporte salvadoreño sea de todos los días. Que podamos ver el nombre de El Salvador compitiendo por los primeros lugares de todo lo que hagamos. Las dos medallas olímpicas conseguidas en los Juegos de la Juventud generan múltiples sensaciones, alguna indescriptible. Alegría que no se puede esconder y una confirmación: que las cosas bien hechas dan buenos resultados.
Este domingo fue reflejo de eso que provoca el deporte. Que no haga falta con alarma en medio de la madrugada para seguir por señal de Internet una competencia de equitación de los Juegos Olímpicos. Eso es lo que provocan los deportistas que compiten ante los mejores del mundo en su edad. Ver que la bandera de El Salvador tiene el mismo tamaño que el resto. Porque el talento es indistinto del lugar de origen, porque lo importa es el destino.
Dos medallas en una competencia mundial deben servir para reafirmar que en este pequeño país hay grandes talentos. Que necesitan de una estructura que los prepare y la certeza de que su trabajo tiene un sentido. Que no merece trabajar bajo los nubarrones de incertidumbre que históricamente ha generado el compromiso estatal para el deporte. Hay talento que merece creer que el deporte en su país es algo importante.
Existe talento en nuestro país que aún sin la atención debida compite en el escenario adonde compiten los mejores del mundo.
Las medallas conseguidas en estos Juegos Olímpicos reflejaron mucho de la realidad deportiva de los salvadoreños: juegan contra la desconfianza. Marcelo Acosta fue el primer ganador de medalla olímpica en la historia de El Salvador para sorpresa de la gran mayoría, incluso de los entendidos. Aunque no faltó quien destacó la sorpresa por encima de lo conseguido por Acosta, una medalla de plata. El bronce de Sabrina Rivera no se recibió con el mérito debido. Quizás perdía peso al ser en una prueba por equipos de nacionalidades mixtas.
Hay una obligación por comunicar y procurar en el camino un equilibrio natural entre la información que el consumidor necesita conocer y la que quiere conocer. Una responsabilidad por formar los gustos y preferencias del lector, televidente o de quien escucha la radio. En la repetición se genera una costumbre. Una medalla olímpica es información que el consumidor debe recibir en la justa dimensión que merece un hecho excepcional. Acostumbrémonos a mirar más hacia el talento nacional y el consumidor hará lo mismo. No sólo en deporte.
La delegación salvadoreña que asistió a los Juegos Olímpicos de la Juventud no merece más que elogios. Dos medallas olímpicas, un cuarto y un quinto puesto no merecen menos. Lo contrario sería el reflejo de los trastornados signos de identificación de los salvadoreños para con lo nuestro. En el deporte al menos. Esta actuación es memorable y debe servir de ejemplo. El salvadoreño es capaz de hacer grandes cosas. Estos jóvenes lo han demostrado, portadores de la inmunidad de su juventud a la inmundicia que los contamina a diario. Creen que se puede y lo hacen.
Una medalla olímpica debe tener suficiente peso como para ser el principal punto de interés para un país cuyos éxitos no son casos comunes y con mucha menor frecuencia en el deporte. Nos hemos convertido en salvadoreños que no valoramos lo salvadoreño. Ni cuando gana, ni para vender. Los casos de éxito que reflejan estas dos medallas conseguidas en Nanjing y su posterior repercusión en nuestro país gritan a los cuatro vientos que nos hace falta un vistazo al espejo y reconocer que somos irreconocibles.
Los sellos que nos identifican los estamos perdiendo por la preferencia al consumo de cosas que nos quedan demasiado lejos. Dejamos que de a poco se erosionen los rasgos históricos que fortalecen los vínculos con lo nuestro para que dentro de poco tiempo apenas y sepamos de donde somos. Esto es evidente cuando una medalla olímpica ganada por un salvadoreño no tiene lugar para competir con la camiseta de algún Cristiano. ¿Y si empezamos a recuperar lo nuestro?
Si estas medallas algo consiguen que sea el despertar por un aprecio genuino a las cosas valiosas que generan los propios salvadoreños. Que arranquen del letargo al motor que impulsa la educación física de los niños. Que se desprenda el deporte de la política partidaria y que sea de una vez por todas una prioridad de nación, más que de estado.
Que estas medallas consigan la dimensión que merecen, porque son medallas Olímpicas y porque las ganaron jóvenes salvadoreños. Que las medallas ya son grandes pero más lo son los jóvenes. Que dure para siempre el recuerdo de Nanjing. Pero que su efecto dure casi, casi como una eternidad.