SAO PAULO, Brasil. Hagamos una escala. Están los jugadores buenos, los habilidosos, los cracks… y está Messi. Este Messi versión Brasil 2014 habita un mundo aparte, otra galaxia. Vive en el olimpo de los tocados por un rayo divino, con la habilidad de aparecer ahí, cuando la zozobra aparece, cuando la nada parece llenar todo.
Suiza, ante la favorita Argentina, rozó el escalón de irse a penaltis, pero al 118? del tiempo extra, en esa rendija que él ve y los demás no, apareció “la Pulga” para acelerar, encararar, pasar a Di María, y el 7 la definió cruzado para revivir el corazón de la Albiceleste en el Arena Sao Paulo.
Messi llevaba cuatro goles en tres partidos. Esta vez no marcó, pero ese pase al “Ángel de Sao Paulo” (como le llamaron algunos hinchas) vale por un tanto más. “Lío” volvió a ponerse la capa, como lo hizo antes frente a Bosnia e Irán. Hoy se le vio más participativo, con más actitud, aunque igual lo apretaron con un dispositivo especial para anularlo. La tuvo que hacer de héroe de nuevo.
Bien por Argentina. Pero la duda persiste: ¿Por qué un equipo con tantas estrellas tiene que sufrir tanto, pero tanto? ¿Qué pasará si un día Messi no hace su milagrito?
Esta Argentina no cuaja. No parece a la altura de lo que tiene en su vestuario. El 4-4-2 que mandó Sabella ayer, con Lavezzi, Di María e Higuaín para acompañar la magia de Messi, sí encontró recursos para superar a la zaga de Suiza, pero jamás con precisión como para hacer daño. Tiros flojos, cabezazos sin determinación y la gran actuación del cancerbero Benaglio secaron la pólvora gaucha, que igual parecía mojada y sin efecto no tanto en la cancha, sino en la cabeza misma de los jugadores.
Bien dijo Sabella, un día antes del juego, que el factor clave era la “fortaleza psicológica”. La mente de los argentinos tenía tres partidos enfrente: El de Suiza; el de no fallarle a los más de 40 mil argentinos que llegaron a la Arena Corinthians; y el de no sucumbir a la presión de los brasileños, que alentaron a los de rojo a viva voz. Hasta el mismo Lance!, publicación brasileña, le metió presión a Messi y compañía, al poner en su portada: “Ya están los grandes… ¿Falta alguien?”, como viendo de menos la historia y los dos títulos de campeones del mundo de los albicelestes.
Hitzfeld, el DT de Suiza, prometió que “vamos a demostrar que podemos frenar a Messi”, y para hacerlo recurrió a la fórmula del relevo escalonado y unos Behrami e Inler que tapaban al del Barcelona en cada intentona. Tres o cuatro jugadores para marcar a “la Pulga” significaba más espacios para los demás gauchos, y así fue, pero Lavezzi no resultó una apuesta ganadora para Sabella (“Kun” Agüero, el titular, está lesionado); Higuaín estaba en otra cancha y Di María era una bandera solitaria, incisivo pero sin fineza.
Suiza, además, no fue un chocolatito. Es cierto que Argentina llevó el peso del partido, pero los helvéticos fueron siempre ordenados, sí, como un relojito tan famoso de los que hacen. Eficientes.
Shaquiri, su principal referente ofensivo, metió en apuros a la zaga che en repetidas ocasiones, bien asociado con Mehmedi y Drmic, aunque siempre con equilibrio, sin abrirse demasiado, conocedores de la pegada que -en teoría- tenían los sudamericanos.
La armada roja se creció al 27?, cuando Shaquiri entró por izquierda y centró retrasado para que Xhaka le pegara con el alma, pero tapó Romero, quien tuvo que exigirse de nuevo en el contrarremate de Lichsteiner.
Argentina lo intentaba, pero fría. Tiritito de Lavezzi cayéndose, balón perdido con poca garra por Higuaín, centro de Di María al que no llegaba Garay. Muy poco. Gago se frustró al 32? cuando abrió para la izquierda y levantó las manos, molesto, en plan de reclamo, porque sus compañeros no se movían ni se ofrecían para atacar.
Suiza en cambio empezaba a crecer. Shaquiri recuperó por derecha, avanzó y logró puntear hacia la izquierda al 38?, para que Drmic quedara solo contra Romero. El meta gaucho dudó en salir, no fue y terminó reculando (“¡cómo te vendiste, Romero!”, se escuchó en los graderíos), pero el 9 suizo le regalón un bombón al arquero, al intentar un globito bastante torpe que el del Mónaco atrapó con facilidad.
“¡Pongan huevos, huevos Argentina!”, gritaban los gauchos en las gradas para el segundo tiempo. El hielo en las venas de sus jugadores pareció descongelarse un poco. Higuaín anticipó a Djourou de cabeza al 62? pero Benaglio mandó al córner, y luego Messi intentó de media distancia, arriba. Entró Palacio por Lavezzi (muy poco) y al 75? intentaba de cabeza… en lugar de dejarla para Higuaín, que estaba mejor ubicado. Eso era Argentina. Ganas e ineficiencia al mismo nivel.
Los gauchos se llevaron las manos a la cabeza cuando terminaron los 90 minutos. La favoritísima Argentina tenía que jugar tiempo extra. Y encima, Suiza se creció, y al 104? se escuchó el “ole, ole” de los brasileros, felices porque Shaquiri y Mehmedi hacían sus travesuras por izquierda, sin darle la pelota a una Albiceleste con la angustia en el cuerpo.
Cuando comenzó el segundo tiempo extra, Argentina era un manojo de frustración. Casi anota Di María al 108?, pero una vez más el zurdazo del de Real Madrid lo tapaba el meta suizo del Wolfsburgo.
Parecía que a Argentina le tocaría sufrir aún más, tanto como lo hizo su archirrival, Brasil, ante los chilenos, en su serie de octavos. Y parecía, por el momento anímico del partido, que eran los de rojos los que se llenaban de confianza y ambición.
Ahí, cuando la nada invadía todo, cuando el naufragio era evidente, Messi sacó las alas y abrió para Di María. Gol. Tiro cruzado y gol. “El Ángel de Sao Paulo” con su festejo del corazón en las manos, la locura en las gradas… y a sufrir.
Lo de Argentina en esos dos minutos finales más tres de reposición fue de una angustia extrema. El meta Benaglio subió para hacer el milagro y casi la prende de chilena; y al 121?, Dzemaili le entró de cabeza y la bola pegó en la base del poste. El banquillo gaucho era una locura, los suplentes pedían tiempo casi adentro de la cancha, tiraban pelotas para entorpecer el juego, Sabella era un monumento a la desesperación.
Argentina, la favorita Argentina, ha entrado a cuartos de final por debajo de la puerta. Sin brillar, sin convencer. Está ahí por Messi. Porque Messi, en este Mundial, está un escalón arriba de los demás. Como Maradona en el 86