Lapa, alcohol, fiesta, Mundial

Ponga las palabras del título en el orden que le apetezca. Es lo mismo. Una noche de copas, durante la Copa, en el corazón de la noche en Río de Janeiro

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Foto Por edhdep

Por Carlos López Vides

2014-07-05 4:17:00

Lapa. Los arcos de Lapa. Los bares de Lapa. Es el corazón de la noche bohemia de Río, un Río que quiere festejar porque Brasil está en semifinales. La fiesta es aquí. Los cariocas vienen aquí. No es Copacabana, Ipanema, Lebon, Botafogo o Jardín Botánico. Es Lapa. Son mesas en las calles, carros que apenas pueden pasar por el mar de gente en las vías. Todo amarillo y verde, verde y amarelho. Cervezas. Caipirinhas. Es Lapa durante el Mundial. 
Hay dos caras en Lapa. Están los bares y restaurantes donde los comensales se pueden sentar, algunos con música en vivo, samba, bossa nova. Un plato de pollo a la milanesa, con arroz, papas fritas, ensalada y frijoles puede costar unos 10 dólares. La bebida es aparte y es cara. Es Lapa para los que lo pueden pagar. Y luego, más allá de los arcos que son símbolos turísticos de la ciudad, que hace décadas fueron un sistema para trasladar agua, está la otra Lapa. La de los callejones, los grafittis, los changarritos. La caipirinha a cinco reales, unos 2.50 dólares. Están los clásicos palitos al carbón con piezas de cerdo, pollo o carne ensartados, tipo pinchos. Cuestan también 2.50 de dólar. Es lo más barato en el lugar. El palito con queso refrito vale lo mismo. Los puestos callejeros están colocados cerca de la calle, en una explanada de tierra y otra zona adoquinada. Hay brasileros tocando un balón, e invitan a los turistas a jugar. Es la Copa. En Río siempre hay turistas, siempre, pero ahora hay Mundial. Lapa se pone la camiseta. 
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 Joao está molesto. Se dedica a trasladar verduras, frutas, basura… lo que sea para ganar unos reales en su carretón. Decidió tomar un “refrigerante” en Lapa, mientras descansa de su faena. Pero hay dos rubias sobre su carretón. Las chicas han bebido de más. Son de Nueva Zelanda y el carretón es su juguete. Joao las increpa. “¡Hey, bajen de ahí, cara!”, exige. Las oceánicas ni lo escuchan. El carretón es un sube y baja para ellas. Una pieza de parque. Joao decide que es mejor no enojarse y dejarlo pasar. “Son gringas, no importa”, dice. Gringo, aquí, es como llaman a cualquiera que no sea de Brasil. Un argentino es igualmente gringo que un estadounidense o un japonés. O dos neocelandesas borrachas. “Ya se van”, dice Joao. Las rubias ya se aburrieron del carretón-sube-y-baja. Escucharon música reggae en un bar cercano, y se marchan, abrazadas, hechas una carcajada. 
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Luis es peruano. Inmigrante peruano. Está con dos amigos y dos amigas en Lapa, disfrutando de la noche cerca de los famosos arcos del lugar. Todos tienen años de vivir en Río, y ya no dicen usted, dicen “vosse”. Ya no dicen gracias, dicen “obrigado”. El español de su Perú natal ha ido cediendo al portugués. No es común para ellos disfrutar de Lapa y su noche. Viven a dos horas de Río, en las afueras de la ciudad carioca. Se dedican a confeccionar ropa, y no les da para mucho ingreso. Pero se movieron a Río, y a Lapa, porque hay Mundial. Y quieren vivirlo. “Nos encanta el Mundial, la copa, conocer gente de todos lados”, dice Luis. ¿Y es caro vivir en Brasil? “Sí, un poco… pero se vive y se disfruta, se logra vivir aquí”. Su acento tiene notas de portugués muy fuertes. “Chau, boa noite, goza”, se despide. Perú está muy lejos. 
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Hay franceses. Lógico. “Les Bleus” acaban de ser eliminados y hay que ahogar la pena con un par de copas. Lapa llama a los galos. Hay dos que son franco-brasileños que incluso aceptan tomarse una foto con un alemán. No quieren decir sus nombres, pero sí dan su análisis. Piensan que Deschamps es un gran técnico, que Francia fue valiente, que jugó bien y sienten orgullo a pesar del adiós en cuartos de final. Contentos a pesar de la derrota, aceptan posar junto a unas brasileñas en el lugar, justo bajo uno de los arcos más famosos de Lapa, donde está el nombre del lugar. Pero se suma un tercer francés. Un francés de cepa. Jean. Ombligo en Bordeaux. Detesta a Deschamps. “Francia no tuvo corazón, no peleó, no mostró coraje. Es una vergüenza. Deschamps es un cobarde, se tiene que ir. No nos tenían que eliminar así, no mostramos nada”. se queja Jean. Reprende con la mirada a los otros dos. Y los dos terminan por coincidir. “Sí, Deschamps es un cobarde”. Se abrazan y caminan hacia los arcos de la Lapa. La cerveza que más les gusta es la Antártica y quieren más. 
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Más allá de los arcos de Lapa, comienzan una serie de callejones enredados, bañados en grafittis, en dirección a la Escalera de Selarón, Jorge Selarón. Es un artista chileno, quien construyó con azulejos pintados una espectacular y única escalinata en la esquina de Teotônio Regadas y Joaquim Silva, a pocos minutos a pie desde el corazón de Lapa. Inició su obra a principios de los 90s, y lo encontraron muerto en su escalinata tan querida en enero del año pasado. La obra finaliza en el convento de Santa Teresa. Pero los bares y discos que están cerca poco tienen que ver con el convento que observa desde arriba. Ahí lo que circula es el licor, humo, música. La caipirinha se encuentra a tres reales (1.50 de dólar) por un vasito de 300 ml. Uno de 700 ml vale tres dólares. La oferta es mucho más económica que los negocios al otro lado de los arcos. Pero el ambiente es distinto. “Guarde el celular, amigo. Se lo aconsejo. Esta no es zona para andar eso”, comenta Roger cerca de una de las ventas de bebidas. El carioca lo dice con amabilidad y como en secreto. Roger pinta unos 30 y pico de años, y tanto su gorra como la camisa representan la bandera de Sudáfrica. Trabaja en seguridad y también en una peluquería. “Por la Copa, anda mucho más Policía, pero contra los rateros no pueden hacer nada. En un segundo, pasan y ‘puf’, voló el celular. Mejor guárdelo”, insiste. Roger tiene razón. 
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Hanna y Juliana son brasileñas, pero portan la camisa del Bayern Múnich y de Alemania. Son veinteañeras. Andan caminando y bebiendo en Lapa, disfrutando la noche con tres amigos que también son de Brasil y prefieren no mencionar sus nombres. Su deporte, esta noche, es buscar aficionados con personas de otros países y tomarse fotos. “Para eso es la Copa, para conocer personas y hacer amigos”, dice Hanna, de padre argentino. De Buenos Aires. Le da pena hablar tan poco español. Y la mamá de Juliana es maestra y da geografía, pero ella no sabe responder dónde queda El Salvador. Piensa que está cerca de Ecuador. Realmente le da igual. Toman fotos, sonríen y continúan. Se despiden en inglés y unos británicos las escuchan y les piden fotos. Hanna y Juliana acceden, felices. Sus amigos, ni una pizca de español y menos de inglés. Pero la palabra “selfie” la comprenden perfecto. Perfectinho.  
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“No entendemos por qué en Inglaterra no echan a Hodgson, pero la verdad es que tampoco hay un buen técnico para que llegue en su lugar”. Es la conclusión de tres ingleses en Lapa. Dos portan la camisa de Brasil y solo uno la del Chelsea. Ya bebieron unas cervezas. Quieren más. Es que todavía no entienden cómo su equipo quedó fuera en primera ronda. No saben muy bien dónde queda Costa Rica, pero la respetan. Ya decidieron olvidar todo y están gozando la Copa, claro, en Lapa. Se les acercan tres jovencitas brasileñas. Anna Laura, Camila y Ana Gabriele. Ellas les quieren enseñar un cántico del Vasco da Gama. Es muy parecido al de Alianza. “Yoooo, soy Vasco da Gama, es un sentimientoooo, no puedo parrraaaar. Ole ole ole, ole ole ole ola, cada día te quiero más”. En portugués, claro. Uno de los ingleses lo intenta. No da una, pero se esfuerza. Ana Gabriele decide que merece un premio, y lo besa. El británico corresponde. Beso intenso. ¿Alguien se acuerda de Hodgson? Ahora los ingleses dicen que creen que un salvadoreño juega en la Premier League. Rectifican. Es Wilson Palacios, en el Stoke City. Pero es hondureño… Sigan bebiendo…  
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Hay alemanes. Claro. Max, Maurice y Christian están con la camisa de la “Mannschaft” y disfrutan el pase a semifinales con unas Brahvas en medio de los changarritos a un lado de Lapa. No piensan que Alemania mostró un juego pobre ante Francia. Consideran que su selección hizo lo que tenía que hacer, y nada más. Christian es el más reacio a escuchar críticas contra el equipo de Loew. Contraataca. “¿Dime qué selección ha mostrado un gran nivel en esta copa? Ninguna. Todos han tenido sus altos y bajos, no hay ningún equipo dominante en la Copa”. Le mencionamos a Chile, Colombia… Trago de cerveza antes de responder: “¿Chile? Ya no está en la Copa. Colombia tampoco. ¿Qué preferís, un equipo que haga ‘jogo bonito’, o uno que gane y esté en semifinales? Nuestro equipo está en los mejores cuatro, y ha estado ahí, en semifinales, en los últimos cuatro mundiales. Eso es Alemania”. Trago de cerveza y cántico en germano en honor a la ciudad de Münster, cerca de Hamburgo, donde viven los tres. No quieren regresar, por ahora. Creen que la “Mannschaft” quebrará el maleficio, y que será el primer equipo europeo en ganar un Mundial en América. Si su Alemania ganar en el Maracaná, el 13 de julio vuelven a Lapa. Fijo. 
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La persona que es nacida en Río de Janeiro, que es “carioca de yema”, que se siente parte de la ciudad, no frecuenta tanto Copacabana, Ipanema, Barra de Tijuca u otros lugares turísticos. El lugar es Lapa. Y Lapa tiene el corazón abierto para los “gringos” que están aquí para la Copa del Mundo. No importa si su selección ya está afuera, si es grande o pequeña, o que incluso no esté en el Mundial. Importa la noche, que es joven, es carioca y tiene mucho más que 90 minutos y tiempos extras.  Es Mundial, fiesta, alcohol, Lapa. Ponga las palabras del título en el orden que le apetezca. Es lo mismo.
 
Posdata: Este texto no sería posible sin la inestimable ayuda de Juan Calles, quien ayudó a quebrar el hielo en cada una de las escenas aquí descritas.