QUÉ GRANDE ES SER PEQUE??O. Esto es perfectamente aplicable al rincón de la magia. Si observamos desde un satélite esta parcela, comprobaremos que es minúscula, insignificante para los más de 500 millones de kilómetros cuadrados que tiene la superficie de la tierra. Incluso para España, situar este punto de referencia sería una tarea imposible o prácticamente inapreciable. Desde un mapa de Valencia, debemos desplazarnos a la parte del norte. Entramos en Google Maps, la plataforma que ahora todo el mundo utiliza para buscar un lugar. Entras por Rascanya, Els Orriols, Avenida de los Hermanos Machado por el norte, Calle de San Vicente de Paul que limita por el oeste, Santiago Rusinyol por el sur y el Centro Comercial Arena por el este. Ya tenemos localizado este terreno que para una persona alejada del mundo del fútbol, simplemente será una parada de tranvía en su destino, el colegio donde estudian sus hijos o una tarde de ocio para las tiendas de los alrededores.
YA ES UNA TRADICIÓN que en cualquier paseo hacia Valencia, nos desviemos para realizar esta peregrinación. Durante 162 horas semanales, o en algunas, incluso, completando las 168, este espacio tiene poco de ambiente. Los gritos de unos niños en el patio, el tranvía que pasa por las vías camino del Marítimo o Tossal del Rey y una nube de coches que circulan por la Ronda Norte interrumpen un silencio fresco que aprovechan algunas personas para practicar deporte, ya sea footing o bicicleta. Llegas al inicio de la calle San Vicente de Paul por la parte de arriba, a la derecha el Colegio Miguel Hernández, a la izquierda un recinto deportivo: Estadio Ciudad de Valencia. Un escudo y dos palmeras en la entrada, ventanas medio abiertas y puertas azules cerradas, solamente la de las oficinas es la que de vez en cuando registra movimiento, y casi siempre hay unos coches aparcados en la zona habilitada. Enormes carteles de publicidad indican que este espacio vive cosas por dentro que son emocionantes, aunque desde fuera no se puede apreciar ninguno de los secretos que guarda. Continuamos delante hasta que topamos con el parque de Orriols.
GIRAMOS A LA IZQUIERDA, por el parque salen personas mayores que vienen de hacer su paseo, o algunos aparcacoches esperando recibir compensación por sus indicaciones. Continuamos mirando el estadio, se va haciendo mayor, se acerca, pero las vallas aún nos separan del recinto. Así hasta llegar a la puerta de acceso al aparcamiento, justo al lado de una tienda, la tienda granota según pone en el cartel. Grandes bloques de cemento grises caracterizan este enorme lugar, tocas con las manos los muros y están fríos, son rugosos, poco agradables para el tacto. Algunas ventanas pequeñas salpican la estructura: las taquillas, que anuncian precios para el próximo partido o información sobre el horario de apertura. Seguimos rodeando este recinto, llegamos a unas puertas que están numeradas. 11, 12, 13, 14, y así continúan hasta que te encuentras frente a la entrada del Centro Comercial. Pero no es nuestro destino de la visita y sigues girando por tu izquierda hasta meterte por un callejón donde raramente encontrarás alguna persona, y de vez en cuando, un coche saliendo del aparcamiento interior del CC Arena.
EN ESTE CALLEJÓN ESCONDIDO, más puertas numeradas y algunos desechos de basura: latas en los rincones, botellas de plástico, cáscaras de pipas, chicles masticados, hojas de periódico y envoltorios de aperitivos. El color gris es la tonalidad que predomina en toda esta vuelta, hasta que llegas de nuevo a la Avenida de los Hermanos Machado, mientras que en el estadio lucen más carteles de publicidad. Así es el panorama que te puedes encontrar cuando rodeas este campo de fútbol. Un panorama que cambia al menos una veintena de veces al año. Durante estas ocasiones, el club propietario del Ciudad de Valencia convoca a su gente para que vengan al estadio. Aparecen desde los cuatro calles que rodean el recinto personas vestidas con camisetas de colores azul y grana. Equipadas con bufandas de los mismos colores o diferentes, pero todas ellas con un escudo en común o unos eslóganes originales. De pronto, como si aparecieran de bajo de la tierra, te puedes encontrar tiendecitas que venden frutos secos, refrescos, bufandas o banderas de distintos colores y equipos de fútbol.
SE ABREN LAS PUERTAS DEL CAMPO, vigilancia, máquinas donde los aficionados tienen que introducir sus abonos para poder entrar dentro. De repente, aparcar el coche se convierte en una tarea muy complicada. Pero sobre todo, lo más difícil es no escuchar palabras que salen de boca de casi todos los espectadores que han aparecido por esta superficie. Palabras que emocionan y les hace sentir felices: rana, victoria, levantinismo, coraje o ilusión. El ambiente es radicalmente distinto, de la frialdad de un día normal al calor de un lugar especial. La gente entra dentro, poco a poco, se escuchan millones de sonidos, saludos de amigos, risas, gritos, canciones por megafonía que se escuchan dentro y también fuera. Un marco incomparable, porque como comenta uno de esos aficionados veteranos, en ningún otro lugar vivirás tanta concentración de granotas, pero en ningún caso estamos hablando de anfibios. Por cuatro horas, este intrascendente lugar en el mundo se convierte en el mejor paraíso para miles de personas que comparten una palabra transformada en sentimiento: Levante.