La prueba

CUENTOS DE F??TBOL - El periodista argentino, Mauricio Coccolo, se mandó unos parrafitos que retratan aquel instante en el que todo jugador sin fama pasa para integrar un club, ese dicho momento de: "Probarse". Para paladares exigentes.

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Desde pequeños, los chicos se prueban para quedar en un grande, y hacer realidad sus sueños

Por Mauricio Coccolo

2014-07-24 9:05:00

“No hay que juzgar la idea sino el sustento (…) Lo que nunca se puede hacer es sustituir las convicciones”, Marcelo Bielsa.

Lo primero que nos llamó la atención fue cuando sacó el paquete de cigarrillos, dorado y más largo de lo común, con una inscripción en letras extrañas que nos resultaba difícil de pronunciar: “Benson & Hedges”. En el pueblo estábamos acostumbrados al papel rojo de los Jockey o el blanco de los Derby. Todos nos miramos para hacernos cómplices en el prejuicio, pero el tipo ni lo advirtió y siguió con su ritual. Se puso de espaldas a la cancha, encorvó la espalda y cerró los hombros, como buscando meterse en sí mismo para evitar que el viento apagara el fuego; con una mano sostenía el encendedor y con la otra formaba una especie de tubo para rodearlo, por el hueco metió el cigarrillo. Después de un par de chispazos sin éxito, la llama se sostuvo flameando como una bandera y ahí nomás explotó la bocanada de humo seguida por una frase que agudizó el misterio: “Me gusta el ocho”, dijo mientras con el índice y el pulgar se acomodaba los bigotes rodeando las comisuras, en una clara demostración de seguridad.

–Psé. Juega lindo… –le respondió el viejo Alesso sin despegar la vista del partido y las manos del tejido.
–¿Cómo se llama? –preguntó el tipo.
–Pachi –contestó Alesso, con pocas intenciones de abrir el dialogo para aportar más detalles porque si había algo que le molestaba era que le hablaran durante los partidos.
–Pachi. ¿Pachi cuánto? –insistió el ignorado interlocutor, que trataba de ampliar la pregunta al resto advirtiendo que con Alesso la mano venía complicada.
–Pachi Bustos. En realidad se llama Germán, pero todo el mundo le dice Pachi –intervine para aclarar y que el tipo no se sintiera tan mal impactado en su visita bautismal a la cancha.
–¿Sabés si alguna vez jugó en algún club? –me preguntó, volviendo a cerrar el círculo de la charla.
–No, en Sarmiento nomás –respondí casi contradiciéndome y sin estar seguro de que esa fuera la precisión que el tipo buscaba.
–Tiene un potencial enorme –sentenció, mientras con un tincazo tiraba la colilla al suelo para pisarla después con la suela de unos mocasines tassel negros, que habían perdido brillo por culpa de la tierra.

Aunque apenas iban cinco minutos del partido, fueron suficientes para adivinar a ese personaje que se había parado en un lugar de la cancha reservado, por la costumbre nomás, para los que íbamos siempre ahí. “Este tipo es representante de jugadores, empresario o algo así”, pensé atando cabos sigilosamente para no perder el hilo del intercambio, que ni siquiera llegaba a ser una conversación.
–Para este nivel le sobra –resumí el diagnóstico.
–¿Cuántos años tiene?
–¿El Pachi? Eh, 17 creo. Si no los tiene está por cumplirlos. 17 tiene el Pachi, ¿no? –le pregunté a Carrizo, que como estaba en la Comisión del club­ siempre sabía todas esas cosas.
–Sí –contestó Carrizo por todo concepto.­
–Mi nombre es Mario Conrrado, soy representante de jugadores, trabajo para Boca detectando talentos en el interior. Me gustaría hablar con el presidente del club y evaluar qué posibilidades hay de llevarlo a Bustos, Gustavo me dijo que se llamaba, ¿no?, a una prueba en La Bombonera –largó todo de corrido, sin dejarme lugar ni siquiera parar aclararle que el nombre era Germán.
–El presidente es aquel que está allá –dije, señalando hacia la caja del buffet, donde Jorge Almada, el presidente de Sarmiento, estaba cada vez que jugábamos de local. Por girar la cabeza para mostrarle a Conrrado con quien tenía que hablar me perdí el golazo que clavó el Pachi. Según la escueta descripción del viejo Alesso la agarró picando al borde de la dieciocho y la colgó de un ángulo. “Potencia y dirección”, resumió.

En el entretiempo cumplí con mi parte en éste asunto que no me correspondía y lo llevé a Conrrado para que hablara con el presidente de Sarmiento y pudiera exponerle sus intenciones.
–Si me aguanta hasta que arranque el segundo tiempo, lo charlamos más tranquilos –rogó Almada, prácticamente sin detenerse a mirarlo mientras con una mano recibía la plata y con la otra entregaba los números a los que compraban choripanes. Conrrado, ya que estaba, aprovechó y pidió uno con un vino para acompañarlo. Yo me había retirado unos pasos, pero igual noté la sorpresa del empresario al advertir que el choripán era, como corresponde, solo chorizo y pan, nada de mayonesa, mostaza o esas salsas que los porteños parecen adorar; después, la cara se le terminó de desarmar cuando le dieron el vino tinto en un vaso de plástico blanco, sin soda y con un hielo rolito como única compañía.

–Así que usted dice que le gusta cómo juega el Pachi y quiere llevarlo a probar en Boca –arrancó Almada.
–Sí, lo que podemos hacer es un convenio. Si el chico queda, les pagamos el pase con 30 pelotas de fútbol profesional y un juego de camisetas. Después, cobran el 20% de una futura venta. Además, si está de acuerdo, organizamos para el domingo que viene un partido de despedida; vamoyvamo con la recaudación.

“Suerte Pachi”. El mensaje en el medio de la bandera estaba adornado por los escudos de Sarmiento y Boca en los extremos. Los jugadores que llevaban el trapo tuvieron que mostrarlo a cada uno de los costados de la cancha porque como nunca había gente desde una punta a la otra del alambrado e incluso atrás de los arcos. Todo el pueblo estaba reunido para despedirlo al Pachi Bustos que se iba a probar a Boca. El presidente le entregó una plaqueta en nombre del club y los compañeros le regalaron una camiseta firmada por todos. Después se sacó una foto con la madre y el padre en el círculo central como cierre de una ceremonia que incluyó un breve discurso del intendente que aprovechó para instar a los pibes a seguir el ejemplo del Pachi: “Un verdadero embajador del deporte de nuestro pueblo”, gritó sobreactuando la ronquera habitual de su voz para darle un toque épico al acontecimiento.

El partido duró poco más de cuarenta minutos. Jugaron todos, los de la primera, los de la reserva y también algunos pibitos de la escuelita de fútbol que entraban y salían continuamente con la única intención de tirar al menos una pared con el homenajeado. Cuando terminó, Conrrado entró a la cancha y fue derecho a buscarlo al Pachi, que casi no había transpirado la camiseta, lo agarró de la mano y se lo llevó para el vestuario prácticamente sin dejarlo levantar los brazos para saludar. Nadie volvió a verlos, pero todo el mundo supone que tomaron el colectivo de las nueve y media a Buenos Aires.

De todo lo que pasó después me acuerdo con lujo de detalles porque estábamos en el bar de la terminal tomando unos vinos y mirando el resumen de los goles de la liga. Era un miércoles bien miércoles, de los peores, lloviznaba y el viento soplaba tan fuerte que se metía por debajo de la puerta y nos congelaba los pies. Carrizo había dicho no sé qué cosa sobre la Comisión del club, pero nadie le siguió la corriente porque justo estaba entrando el único colectivo que viene de Buenos Aires y pasa por el pueblo a esa hora de la noche, todos nos pusimos, como siempre, a chusmear a través de los ventanales si se bajaba alguien, lo que no solía ser muy común. Nos llamó la atención que el chofer sacara de la bodega, además de las encomiendas que eran habituales, un bolso bastante pesado, a juzgar por el esfuerzo que tuvo que hacer. La sorpresa fue completa cuando se abrió la puerta y recortada a contra luz adivinamos la carita inconfundible del Pachi Bustos, que apenas atinó a saludarnos moviendo levemente la cabeza. El viejo Alesso le hizo señas con la mano para que pasara un rato a tomar algo y que contara cómo le había ido, si tenía ganas.

–Me querían poner de cuatro y a mí no me gusta, yo soy ocho. Por eso me volví.
Le dolían los ojos de la tristeza, pero al mismo tiempo su cuerpo irradiaba alivio y convicción. No tuvo que explicar nada más. Cuando cada uno terminó su vino nos fuimos a dormir.