Atajando penales para el alma

CUENTOS DE F??TBOL – Nunca podría compararme con ningún portero profesional, pero un día, me tocó muy parecido. Eso de ser gallo tapado, lo viví alguna vez

descripción de la imagen

Por Roberto Leiva | Twitter: @RobbieRuud

2014-07-26 12:21:00

Tenía 15 años, en el cole jugaba todas las posiciones si quería divertirme. En el noveno, apenas éramos chicos, no salía ni un equipo decente, siquiera por número.

A eso, hay que agregarle, que había al menos 3, que poco o nada les importaba el fútbol. Decepcionante.

Por edad, la lógica decía que debíamos quedar como campeones de un torneo improvisado, pero las adversidades eran mayores al talento nuestro.

Eduardo, era nuestro mejor jugador sin duda, pero ese día, por cuestiones de la vida, no pudo asistir. Ese tipo tenía pegada, velocidad, y una capacidad de respirar como la de un “scuba dive” con siglos de experiencia. Nadie se le comparaba en el colegio. Y nuestro año, no tenía mucho de dónde tirar para adelante.

Sin Eduardo, ese día, José Carlos, Arnulfo, Manuel, Gerardo, Guillermo, Leonardo, Manrique y yo, jugamos al fútbol. Un torneo que solo involucraba 4 equipos, todos contra todos. Atrás de nosotros, iban el octavo, séptimo y sexto grado.

Empecé como delantero ante el octavo. Muy mediocre. Estaba solo en punta, y no recibía ni un solo balón. Encima de eso, era marcado por dos tipos que si bien no eran rápidos, con el desastre de equipo que se tenía, les bastaba con tener ubicación.

Al final del partido, terminé con una bronca tremenda. Un 0-0 amargo, y de paso, nuestro arco había tenido mucha actividad, como bolero. Nunca le tiraban a marco, y el campo, estaba rodeado de pasto. Así que le tocó ir a buscarla en N ocasiones.

Llegó el duelo contra sexto.

En ese partido, arrancamos perdiendo. A Manuel, que estaba en el arco, se le fue un balón increíble, como cuando intentás atrapar una cucaracha, y sí, digo atrapar, no patear.

1-0, y no se veía por dónde. Pensé que si Manuel seguía ahí, nos meterían una docena. Estos chiquillos sí tenían puntería. “Mejor evitarlo” dije a mis adentros.

-¡Pasáme los guantes, me quedaré yo en el arco!, le dije en todo imperativo.

Manuel me hizo caso, y se fue a poner de central. De ahí en adelante, empecé a salir bastante del área, teníamos más posesión pero no tanto llegada al arco contrario.

En una de esas jugadas en contra, vino el gol. Un centro pasadísimo al segundo poste bañó a Leonardo -que medía como 130 cm- y fue punteado por uno de los microbios, que la mandó al fondo de la meta que custodiaba.

“No puedo creerlo”, me dije. Empecé de inmediato a ordenarlos, según sus capacidades reales, y el tema táctico mejoró, pero nos marchamos al descanso en desventaja. 1-0.

En el segundo tiempo, el sol, que estaba justo perpendicular a la cancha y se posó con fuerza sobre todas las cabezas en cancha.

Le dije a Guillermo que se fuera solo en punta. El tipo parecía un poco descoordinado al momento de gambetear. Pero tenía velocidad, y sabía definir. Pero al cabo, un tipo impredecible. Sabía que no había tomado una mala decisión, y así fue.

En una corrida descomunal por la banda izquierda, Guillermo, que era de perfil derecho, se gambeteó a tres defensas con la misma finta uno por uno, y luego se fue al interior del área donde se sacó al meta y con la misma derecha le anotó.

Quedé impresionado, el tipo que tenía los hombros tan anchos como una mujer flaca, lo había hecho. Me sentí re-DT.

Pero la emoción de goles no se extendió más. Finalizado el partido, el reglamento -que nadie conocía- decía penales. Era la hora de los nervios. No había nadie del colegio antes presente, pero cuando vieron que íbamos a la tanda, se acercaron quizá todos, no faltaba nadie, creo.

En el arco enemigo, estaba un gran amigo. Me iba a doler el alma, llegar a la muerte súbita para fusilarlo. Pero esa tristeza rápido se disipó. Pensé: ¿Si ni tan siquiera sé si patearemos los cinco? mejor ni me hago ilusiones.”.

Me tocaba atajar primero. El primer tiro me fue justo en medio. Un intento más frío que el Macizo de Fitzroy no fue problema. Tomé confianza.

Llegó la hora de tirar para los nuestros, lanzó Guillermo y acertó. Iba de maravilla todo. El segundo penal para sexto, me lo cobró un tipo de origen holandés. Se llama Van Fernando Calloway. Seco, y al lado contrario de donde me tiré. Frío ahora en el buen sentido, como Raikonen, justo para ponerla en las redes. “Bueno, anotemos de nuevo y no pasa nada”, pensé.

Le tocaba a Manrique, un tipo que por usar zapatos de skate se había deformado los pies. El tiro fue tan cruzado y tan extraño, que a parte que salió, pensé que regresaría como boomerang. Horrible.

Empatados en tiros y goles, el marcador en penales: 1-1.

Debo enmendarlo de inmediato, grité a los compañeros de clase. Ellos solo me miraron sin decir nada.

Llegó la hora de atajar. Roberto Retana se paró frente al balón, justo cuando él iba a conectar, me vencí antes levemente a mi izquierda, sin perder el equilibrio. Así, Retana se dejó ir con el movimiento que hice y me tiró un globo suave a la derecha, me incorporé rápido porque mis rodillas no habían tocado suelo y solo tuve que extender el brazo derecho para detener el débil tiro.

Luego llegó Manuel para tirar un balazo al medio. El arquero se tiró a un costado, y ni le pasó cerca. 2-1. Era el cuarto penal. Llegó un chico que me lo clavó en el ángulo, me tiré en vano habiéndolo al menos adivinado, 2-2.

En el penal a favor nuestro, Gerardo hizo bien su faena y la metió en el poste derecho del arco, no sin antes ser rozada por el arquero y empujada por el poste hacia las redes. Pinball de calidad para el 3-2.

El quinto penal estaba ahí, de inmediato. Jason, como se hacía llamar mi amigo, el otro arquero, fue el encargado de patearlo. Esperé y cuando tiró, le atajé el penal que iba a la izquierda y a media altura.

Era el final. No necesitábamos cobrar otro, ya sexto había cobrado los cinco. Ganábamos, y levantaba las manos al cielo a lo Kaká, aún sin saber la trascendencia que tendría en los próximos cinco años el brasileño.

Di gracias a Dios, porque colaboré con el equipo y lo guie a su primera victoria. Contra todo pronóstico, pelearíamos el título ante séptimo, que tenía seis puntos tras dos ganes. Teníamos que vencerlos para ser campeones, pero no lo hicimos.

Perdimos con séptimo por 1-0 con un gol para el olvido. Me hicieron un tiro muy esquinado y raso. Como estaba tapado no tuve reacción, pero tenía un hombre en un poste, Leonardo, que acto seguido pifió y dejó que el cuero entrara.

La pifia fue tal, que si hubiera tenido el zapato mal amarrado, lo manda quizá “ a lo profundooo, y nooo, no, no, no…”

Con atajadas que me costaron hasta doblones de mano, y algunos postes, no dejé que marcaran más goles. Al final, séptimo, que tenía casi a todo su equipo en academias de fútbol vespertinas, pudo anotarnos solo una vez, tras 50 intentos creo.

Ese día, con unos R9 puestos, y un short que fue blanco apenas en el primer partido, fui arquero. Y quizá, fue uno de esos recuerdos, que no hay foto que retrate; más que solo el pensamiento amorfo que habita en mí.

Termos del Río, marzo, 2003.