Mi cabeza daba vueltas por el penal que nos pitó Baldomero Toledo contra España. El partido estaba temprano. Solo creía que un gol a esa altura pintaba para una paliza. Mientras tenía esa lucha interna de lo que podría pasar si solo Cesc Fabregas marcaba el gol ante Henry Hernández, veía a mi alrededor cómo los periodistas españoles se frotaban las manos y decían “este chaval seguro que no lo falla, es gol seguro”. Me temía la primera celebración de la campeona del mundo.
Pero llegó ese momento que creía ser poco probable, Cesc mandó el balón arriba, con mucha potencia y toda la fanaticada salvadoreña lo gritó a todo pulmón. Por la pantalla gigante pasaban una y otra vez ese penal “mal cobrado” y un Cesc que tenía una mirada perdida fija en el suelo. En contraste, Henry Hernández levantó sus manos al cielo en señal de agradecimiento a Dios.
Cuando salí del estadio escuché a dos colegas que por la forma de ejecutar, el todavía jugador del Barcelona, lo habría errado a propósito. No caía en el cinco para creerlo. Pensé “si esto fue a propósito, ¿será para que no se echara a perder tan rápido el espectáculo?”. Sin embargo, las dudas estaban allí sembradas, pero no le tomaba la suficiente importancia.
Pero la mejor versión de lo sucedido se lo escuché a un jugador salvadoreño, testigo del momento. Richard Menjívar estaba con su familia y antes de sentarse con ellos en el lobby, soltó una valiosa confesión: “Eso no debió ser penal, el mismo Cesc se lo dijo al árbitro. Tomó la pelota y le mencionó que esa falta dentro del área no era para penal… lo escuché con mis propios oídos, nadie me lo contó”.
No siguió más, tenía algo más importante que atender, pero la pista era clara. Cesc falló a propósito, digno del fair play. No vio justo un penal “regalado por el árbitro” y es por eso que ahora sí tiene sentido el por qué de su remate arriba. Estoy más que seguro que si ese balón entra en la red, no lo habría celebrado. Qué lección en el deporte, gracias Cesc.