Entre tanto fútbol apático y temeroso; entre tanto entrenador poco audaz y mezquino y entre la abundancia de un fútbol tacaño y miserable, el Mundial de Brasil es un bálsamo. Por lo menos, hasta hoy.
Brasil es fútbol. Y un Mundial en ese maravilloso país está dando lo mejor de este maravilloso deporte. Buenos equipos, innovaciones tácticas, grandes duelos y, sobre todo, goles. Muchos goles.
Cuatro días de Mundial, 11 partidos y datos que hablan de un torneo inesperado por la audacia: no hay empates y el promedio de gol es de 3,3 goles por juego. No es un dato menor este número: es el más alto en los últimos 56 años, desde el Mundial de Suecia 58. Se tocó fondo en Italia 90 (2.21 de promedio) y desde la aparición de Pelé en Europa no se estuvo ni cerca de los 3 goles por partido.
Saludable ambición ofensiva, cátedras futbolísticas con Holanda, Italia y Francia a la cabeza, ante rivales de distinta jerarquía, es cierto, pero mostrando poderío; agradables sorpresas como Colombia, Costa de Marfil y Costa Rica; genios del fútbol en forma como Pirlo, Robben, Van Persie; destellos mágicos de Neymar, Messi o Benzema. Un coctel que demuestra que se puede jugar cada día más y que no todo tiempo pasado fue mejor.
Un Mundial ofensivo en la cuna del fútbol. ¿qué más se puede pedir en la cita máxima del deporte? En principio que este comienzo no sea solo un espejismo y que continúe así hasta el 13 de julio, el día que el Maracaná consagre al mejor. Y que marque una nueva tendencia a nivel global.
Brasil 2014 es un Mundial que arranca una sonrisa. Si hasta Joel dirigió bárbaro.