Cascos vikingos rojo y azul, botellas de pisco, pelucas, camisas de la Roja por doquier… los chilenos aparecieron por miles en la Arena Sao Paulo al grito clásico de “¡Chi ch chi, le le le, vi-va Chi-le!”, pero esta vez no alcanzó. El equipo de Sampaoli recibió el cántico de “vamos los chilenos, vamos a ganar, una vez más, tenemos que ganar”, pero los suyos no pudieron repetir la alegría de los triunfos sobre Australia y España.
Cuando Holanda apretaba, destruía, anulaba y estorbaba, todo era sufrimiento y el rojo comenzaba a perder tono en los graderíos. Rugían de repente con el “vamos, vamos chilenoooooos, esta tarde, tenemos que ganaaarrrr”, y silbaban con furia cuando los de naranja tenían la pelota. Pero nada. Los goles de “el Alexis” y Vargas no llegaban, y con Arturo Vidal guardado por precaución (tocado de un tendón en la rodilla de su operación, no había que arriesgarlo hacia octavos), no se veía por dónde.
La afición chilena se fue apagando al irse al descanso y volvió aún más silencioso del medio tiempo. Ya no había cánticos ni gritos de aliento. Solo preocupación.
Todos los chilenos presentes se unieron al grito de “¡Valdivia, Valdivia! ¡Mete al Mago, Sampaoli!”, al rogarle al DT que le diera minutos al hechicero del Cagliari italiano. Y el técnico lo concedió, pero el 10 rojo no pudo exhibir lo mejor de su repertorio.
Después vinieron los goles finales de Holanda, la alegría de los de naranja y la desolación se apoderó del lado chileno del Arena Corinthians. El rojo, esta vez, palideció.