Chile está fuera del Mundial, pero antes se dio el lujo de desnudar a Brasil, de quitarle el ropaje de favorito y llenarlo de miedo, de angustia y hasta de terror. Apenas en octavos, la Canarinha casi sufre un “Mineirazo”, y solo sobrevivió porque el tiro de Pinilla, al 119? del segundo tiempo extra, dio en el travesaño, y porque ya en los tiros libres desde el manchón de penal, Julio César se inspiró y tapó dos y el tercero no entró.
Pero en el partido, la Roja mostró carácter, coraje y sobre todo fútbol. Mucho fútbol. Solo reventó la pelota cuando no tenía otra y siempre propuso el buen toque abajo, asociado, pensante, además del trazo controlado hacia un Alexis Sánchez que parecía teletransportarse a todos lados. Además, el enorme sacrificio de Arturo Vidal y Gary Medel, que jugaron con sendas lesiones e infiltrados para soportar el dolor, pareció contagiar a sus compañeros, que se convirtieron en espartanos del balón.
Morder, morder y volver a morder. Chile incomodó cuanto pudo a Brasil en todo el partido, más al inicio, cuando la Verdeamarelha salió al abordaje, apoyada por unos 45 mil brasileños en las gradas. Con más ánimo que fútbol, la Canarinha halló el gol en un tiro de esquina. Cobró Neymar al 18?, extendió Hulk de cabeza y David Luiz marcó en el segundo poste.
Fue un grito violento de gol. Con más decibeles que una turbina de avión. Un solo coro de calentura brasileñizada, el disfrute colectivo de ya sentirse ganadores, con sabor a “hexa” y con ganas de comerse al rival con el aderezo de una goleada.
Pero Chile fue más Chile que nunca. Quizá, como en una publicidad muy famosa en aquel país, los jugadores recordaron la angustia de aquellos mineros soterrados por semanas. Quizá se sintieron así, sin oxígeno, como una llama que se va apagando, ahogada por la algarabía de amarillo. Y ahí, apretaron los dientes, tomaron la pelota y se tuvieron fe. De esta salimos vivos, habrán pensado.
La respuesta chilena fue de nuevo morder, morder y volver a morder, ante un Brasil que se refugió atrás, ante las miradas atónitas de sus propios aficionados. Era la orgullosa pentacampeona a la contra, reculada ante una Roja crecida, que buscaba cómo salir del hoyo como fuera.
Y al 32?, aire para Chile. Empate. Luz. Pestañazo brasileño en un saque de banda, anticipo de Vidal, pase a Alexis, y tiro cruzado para vencer a Julio César. Fue un gol en mudo. O en murmullo. La mancha roja de aficionados chilenos en el Mineirao elevó su grito para que llegara a la Mina de San José, donde aquellos 33 mineros pasaron 69 días de angustia. Pero apenas se escuchó. Era más sonoro el asombro de los anfitriones.
– “Imagina qué va a pasar si eliminan a Brasil. Solo imagínalo”.
– “Cállate, cara (amigo), no esté diciendo eso”.
Las conversaciones en el estadio eran así. Y pronto, los 40 mil hinchas brasileños que estaban alentando se convirtieron en técnicos, y comenzaron a criticar a Scolari. “Brasil está jugando muy abierto por las bandas, que busque más el centro”. “¡Poja, Neymar, toca!”, exigían al 10, que buscaba en algunas el brillo personal.
Todo el segundo tiempo fue así. Un Brasil irreconocible, apagado, casi inútil, ante un Chile con más pelota, tal vez no tan peligroso ni profundo, pero sí paradito en tres cuartos de cancha, en territorio enemigo.
– “Esto no puede ser, carajo”.
– “El equipo está nervioso, no puede dar dos pases”.
– “¡Ay, Deus mío!”.
Este último grito fue al 64?, cuando Julio César tapó de milagro un disparo de Aranguiz. Brasil seguía desesperado e impreciso. Peor: angustiado. Y aunque la inercia de jugar en casa lo fue llevando a levantar su juego, las pocas que tuvo las tapó Bravo. Le dijo no a un cabezazo de Neymar, un trallazo de Hulk y una media tijera de David Luiz.
Chile tuvo un golpe anímico al 87?, cuando salió Vidal, todo corazón a pesar de jugar lesionado. Lo bañaron de aplausos al de Juventus. Pinilla entró por él.
Cuando los incrédulos ojos de los aficionados brasileños vieron que terminaban los 90?, una cifra hablaba por sí sola. Gritaba: Posesión de pelota para Chile, 54%. Más que el anfitrión. Y aunque Brasil había hecho 15 tiros a gol y Chile solamente siete, el marcador estaba equilibado en 1-1.
Entraron a los tiempos extra, territorio de nervios, suelo incierto. Chile seguía bien parado, con actitud guerrera, ante un Brasil que continuaba con su alma perdida, sin sabor a pentcampeón, mucho menos aderezado con goleada. El local fue un disparo de Hulk al 103?, que tapó Bravo, y poco más.
El otro impacto anímico para Chile fue al 107?. El desgarro de 15 milímetros en la pierna de Medel pudo más que el coraje del 17 chileno, que tuvo que abandonar en camilla. Con la salida de su referente en la zaga, la Roja dio un paso atrás… pero jamás renunció al milagro. Casi lo alcanza. El bombazo de Pinilla al 119? pegó en el travesaño. Unos centímetros más abajo, y ese disparo habría derrumbado el Mineirao desde sus cimientos.
El terror se instaló en las gradas. Terror de amarillo. Ojos al cielo, uñas comidas, manos juntas para rezar, abrazos, manos agarradas, miradas al vacío, al suelo, todo menos ver la cancha y llenarse de angustia.
Si el partido fue tenso, la tanda de penaltis fue un poema al sufrimiento. Retumbó el gol de David Luiz y luego Julio César tapó a Pinilla, pero después el tiro de Willian se fue muy abierto, y el brasileño tuvo que ser auxiliado por Luiz Gustavo para no llorar. Se agrandó Julio César y tapó a Alexis; y después no fallarían ni Marcelo ni Aranguiz. Hasta ahí, estaban Brasil 2-1 Chile.
Bravo tapó a Hulk y Díaz puso el 2-2 sin problemas. Revivía Chile. Luego, Neymar a cobrar. Saltitos de conejo, trotecito en corto, impacto a la pelota, y gol. El 10 no falló. Sí lo hizo Jara al estrellar el disparo en el poste, y ahí sí el estadio respiró, se fundió en solo grito, mezcla de alivio y alegría. El fantasma del Mineirazo se había ido.
Chile ya no está en el Mundial, pero se va con la frente en alto, y con el orgullo de haber desnudado a un Brasil que solo queda vestido de dudas.