Un Mineirao pintado de amarillo recibió a Chile ayer. La afición brasileña llegó sobrada de confianza, con sabor a victoria incluso antes de jugar. “Chi chi chi, le le le, chau chau Chile”, fue la parodia que inventaron del clásico grito de batalla de la hinchada contraria. Minimizaron a la Roja y sus posibilidades. Qué caro estuvieron de pagarlo…
Tan poca importancia daban a la Roja (Brasil siempre había superado a los chilenos en los tres cruces anteriores en Mundial, en 1962, 1998 y 2010), que los aficionados canarinhos mejor se dedicaban a recordarle a Argentina que “Neymar es mejor que Messi, es mejor jugador, tiene más futuro, Messi ya está acabado, esta es la copa de O Rei Ney”. Palabras del fanático local, Rodrigo, en las afueras del estadio.
Pero cuando ya la pelotita rodó y Chile comenzó a hacer ver mal a la Verdeamarelha, cuando el juego estaba 1-1, los hinchas canarinhos pasaron de la confianza a la preocupación, y de ahí a la angustia, y más allá, al enojo. Rechiflas y abucheos contra su propia Selección cuando había pases imprecisos, improperios a Felipao, cuestionamientos hasta para la “intocable” estrella del equipo, Neymar. Malestar.
“¡Chilenos maricones, chilenos maricones!”, insultaban los brasileros. Un hincha chileno pasaba por las gradas del estadio cerca de la tribuna de prensa, y un aficionado local le pasó pegando en la nuca, ante la pasividad de los miembros de la seguridad que vieron todo. Así de hostil pintaba para Chile.
Antes de los penaltis, las columnas del Mineirao estaban carcomidas por la angustia. Hasta los periodistas brasileños se tomaban la cara con las manos, se comían las uñas, se miraban entre ellos. No lo podían creer.
Todo ese sufrimiento terminó en la atajada definitiva de Julio César al tiro de Jara. Renació el grito de “¡yoooo, soy brasilerooo, con mucho orgulloooo, con mucho amooooor!”. Pero lo que no renació fue la fe en Scolari. La duda está instalada entre la “torcida” y el técnico de la Selección.