“La Calandria” Melgar

Campeón del Norceca y polifacético jugador de Adler que se retiró apenas a los 27 años. Militó en Selección Nacional y participó en las eliminatorias para México 1970, pero lo dejaron fuera del Mundial

descripción de la imagen

Julio César Melgar, hoy. Hizo un repaso de su carrera en el fútbol. Foto EDH / Douglas Urquilla

Por César Najarro - Twitter: @Cjnajarro

2014-05-12 10:16:00

En el barrio Santa Anita se formó “La Calandria”. Julio César Melgar sobresalió desde la escuela en el deporte, principalmente en el fútbol, aunque también practicó el baloncesto y estuvo a punto de fichar por un equipo de Primera en este otro deporte.

Sin embargo, su amor era con los tacos. Salió campeón goleador a nivel escolar de todo el país y ya era conocido  con ese peculiar apodo que le puso un vecino de juegos.
El fútbol lo inició de manera más formal con el Pipil, el equipo de Vïctor Manuel Piche, por el que pasaron otros como Mauricio Manzano o Conrado Miranda.

Hubo una convocatoria para la juvenil que iría al Norceca en 1964. El estadio de la colonia Flor Blanca no daba a basto con tanto muchacho, pero, luego de un breve retiro por el que le mandaron a llamar con correograma y en el que le ofrecieron ayuda para el pasae, regresó y quedó.

Fue seleccionado para el evento internacional, uno de los pocos que ha ganado El Salvador, cuando se impuso a Honduras por 1-0 en 1964, un evento en que la clave, para “La Calandria”, estuvo en la preparación física.

Para entonces, ya era polivalente porque manejaba ambos perfiles. Le pegaba bien con la zurda y con la derecha igual. Así las cosas, fue extremo, volante y contención (cuando se jugaba con formación de 3-2-5).

Al regresar con el título de campeones, “sin mi consentimiento, el club Adler compró mi pase por una cantidad ridícula, de 25 colones, y automáticamente me quedé. Me querían equipos grandes, como FAS y Águila, pero nunca pude pasar a otro club porque ellos tenían mi pase y lo que hicieron fue explotarlo a uno”, recuerda.

Estuvo siete años con el Adler, hasta que fue a reforzar a Guatemala al Juca de Puerto Barrios, en la Primera (la Segunda de ese momento en el vecino país) y lograron subirlo a Liga Mayor. Ahí lo contrataron por un año más, pero sufrió una lesión que lo marcaría de por vida. Ruptura de ligamentos y meniscos en la rodilla derecha. Sin embargo, nunca le pagaron una operación. “El doctor me dijo que lo hacía por 3 mil colones, pero si hasta le quedaban debiendo a uno los clubes, cómo me iban a pagar una operación”. Melgar siguió en el fútbol por pasión, y porque jugaba infiltrado.

Después fue contratado por el Municipal, siempre en Guatemala, para un torneo de la Fraternidad, con el que salió campeón. Regresó al país y el Adler había bajado a Segunda, a donde tuvo que jugar también. Después, por fin pudo desligarse del Adler y se fue al Águila a reforzarlo para otro torneo Fraternidad, allá por 1974. “No pude jugar toda la temporada porque ya había entrado en la Universidad, y quería seguir mis estudios. Cariota Barraza me dijo que podía tener problemas con otros jugadores porque yo solo iba a llegar a entrenar dos o tres veces por semana. Así que decidí quedarme en San Salvador estudiando”, comenta.

Se encontró con Tupinambá, quien entonces estaba como entrenador de Firpo, y ahí jugó dos temporadas con ellos. Terminó bajo la dirección de Raúl Magaña, a quien después le dieron Juventud Olímpica, equipo con el que estuvo dos temporadas y en el que se retiró a los 27 años.

“Pude haber jugado unas tres temporadas más, pero la verdad en el país la administración en nuestros equipos es muy mala y el jugador se muere hambre. Los únicos que logran sobrevivir son de los equipos que quedan en los primeros cuatro lugares. El resto se queda a la deriva, debiéndoles tres meses, cuatro meses, y no hay nadie que le garantice a uno que les van a pagar. Por eso tomé la decisión de dejar de jugar”, cuenta, aunque también pesó la vieja lesión que arrastraba y que le quedaron debiendo unos 7 mil colones en Juventud Olímpica.

Con la Selección

Su primera convocatoria a la Mayor fue en 1966, para las eliminatorias a las Olimpiadas de 1968, en la que jugaron contra Barbados, Estados Unidos, y otros equipos, lograndon la clasificación. “Esa selección fracasó en el evento. La desarmaron, pero llamaron a varios para otro grupo que comenzó a trabajar para las eleminatorias con Gregorio Bundio”.

Fue precisamente una de las páginas más extrañas del deporte nacional. “La Calandria” lo explica así. “Ahí se dieron prevendas, como antes los que manejaban el fútbol eran los militares… En ese entonces, Marte había salido campeón, y le quitaron la selección a Bundio y se la dieron a Carrasco Vivanco, quien no había hecho méritos para tenerla. Hicieron un solo desorden y llevaron a gente que no había trabajado para que el equipo clasificara”.

A “La Calandria” lo quitaron antes de que acabaran las eliminatorias. “A mí me quitó Bundio. Faltaban como cuatro partidos y llevaron a Élmer Acevedo. En EDH salió que yo dejé la Selección. Nada, me habían quitado. En ese entonces, a Bundio le habían dado a FAS, y Élmer era el niño bonito de Monedero (presidente de los tigrillos), así que tenían que llevarlo, y cayó sobre mí”, dice, y ya no volvió a la Selección.

¿Qué hace?

Después de dejar el fútbol, tomó unos cursos como entrenador y Armando Contreras Palam lo llevó a las reservas de Marte, con la que fue campeón. Después, Palma tomó las riendas del equipo prinicpal y La Calandria fue su auxiliar. Así, salieron campeones en 1980-81, con gente como Wil Huezo, el Pajarito, Fagoaga, Cañada, Milton Campos, Marcial Turcios, entre otros.
También llevó a una estudiantil a Luisiana, de donde salieron varios jugadores. Ahí fue declarado ciudadano honorario, algo que le serviría en la guerra.

Y es que llegaron a su casa a querer llevarse a su esposa, quien era maestra a nivel universitario.  Tuvieron que migrar a Estados Unidos. Inicialmente, organizó partidos para veteranos de fútbol en Los Ángeles, y entrenó a la selección de la Liga de California, con la que fueron subcampeones.

Trabajó en una imprenta y se lesionó y le dieron una rehabilitación vocacional. Entonces, aprovechó los estudios de administración de empresas (cuatro años) que realizó y de inglés, y se embarcó en la contabilidad computarizada, algo que comenzaba, y en la preparación de impuestos, en lo que se especializó. Casi paralelamente, también inició como consultante de inmigración, y ahora hasta tiene una oficina. “Inicié por ver la misma necesidad de los salvadoreños cuando iban con petición de asilo político”, cuenta.

Ahora, ya lleva 30 años en ambas ramas, los impuestos, y consultor, y visita el país cuando puede para ver a los suyos.