Digamos que la Federación, por un monto que rondará (dólares más, dólares menos) los $25 mil, encuentra para abril 2014 un entrenador “con hambre de éxitos”, con un perfil de formador de jugadores y nuevas generaciones, dispuesto a trabajar en “las condiciones” en las que se encuentra el fútbol salvadoreño. Una mezcla, en términos literarios, de García Márquez (habrá que agarrarse del realismo mágico), Paulo Coelho (algo de Alquimista y búsqueda interios tendrá que ocupar), Alfred Hitchcock (maestro en hilar el suspenso y mantenerlo interesante hasta el final) y Stephenie Meyer (no tenía experiencia alguna en el campo de las letras hasta que la hizo con la saga de Crepúsculo).
Digamos que aparece este entrenador. Esa persona llamada a comandar una “nueva generación”, una “camada limpia”, hacia los amistosos de junio, la Copa Uncaf-USA de septiembre y luego Rusia 2018. Un tipo con la (teórica) capacidad de elegir a lo mejor de los futbolistas salvadoreños, y relanzarlos hacia la tercera Copa del Mundo, después de las ya lejanas México 1970 y España 1982. Ese técnico que seguramente llenará portadas, aparecerá en entrevistas, visitará cabinas y sets de TV, que será personaje de cables de agencias que anunciarán que El Salvador ya tiene eso, a su “salvador”.
Cuando ese personaje (nótese el lenguaje literario, es intencional) aparezca, entonces aparecerá también la realidad. Se dará de frente con ella, como un muro. Y la realidad es que nuestro fútbol no necesita a un entrenador como piedra de inicio, sino que urge, primero, una reforma total, una reestructuración completa, un cambio de disco duro.
El título de la carreta y el buey no es fortuito. Es que estamos haciendo las cosas al revés. Aquí puede venir un técnico a lo Guardiola o el mismo Pep, tan caro como un Capello o un Mourinho, pero siempre encontrará lo mismo, el mismo dramático panorama que no ha (hemos) cambiado por décadas y décadas: tenemos escasos campos de juego en buen estado, hay pocos formadores con la capacidad adecuada, las fuerzas básicas o semilleros de talentos que existen son esfuerzos quijotescos; tenemos equipos (y no clubes) con aficionados, pero no socios; decimos tener tres ligas profesionales, pero el amateurismo campea con evidencia en todos los niveles, desde las decisiones dirigenciales hasta las actitudes de los mismos futbolistas.
Hay que ir en orden. El buey primero, la carreta después. Primero hay que repensar este fútbol, reordenar qué queremos sus actores (medios incluidos), definir hacia dónde va, y cómo llegaremos a ese objetivo. ¿Queremos ir a otro Mundial? ¿Qué están haciendo otros países para lograrlo de forma continuada? ¿Cómo formaremos a las nuevas generaciones? ¿Cómo recuperamos los espacios públicos o privados para reorientarlos a este deporte? ¿Qué estilo futbolístico nos conviene adaptar y enseñar a nuestros niños y jóvenes? ¿Cómo seducimos a la empresa privada? ¿Qué rol debe tener el Gobierno, más allá de cinco, 10 ó 20 años? ¿Qué profesionales, o personas con preparación académica-futbolística adecuada, tomarán estas decisiones? ¿Quién elegirá a estos profesionales en los puestos clave del fútbol, llámese Fesfut, Liga Mayor, etc.? ¿En cuánto tiempo lograremos ir avanzando, paso a paso, hacia todas estas metas?
Una vez contestadas esas (y muchas más) preguntas, con cada rol bien delimitado y con cada protagonista entendido en su responsabilidad y campo de acción, podremos avanzar. Y será hasta ese momento que realmente importará el técnico y su perfil. Ahí se podrá decidir si conviene a un “formador” o a un profesional de corte más “de competencia”. Será hasta que hayamos trabajado para que ese entrenador tenga un universo de jugadores bien formados para elegir, y que así pueda formar debidamente una SELECCIÓN, en todas sus letras y todo su significado. Una SELECCIÓN capaz de competir en Concacaf, desde juveniles hasta mayores.
Pero, tristemente, usted y yo sabemos que es mucho más “mediático” elegir primero al entrenador de la Selecta. Ya nos pasó antes: Todos, tanto periodistas como afición, caímos en la trampa de la ilusión cuando ficharon en años recientes a los Cavagnaro, De los Cobos, Israel, “Cuate”, “Chochera”… Y ninguno venía con varita mágica. Es que no se trata, justamente, de realismo mágico, palabras de superación, novelas de suspenso o fortuna inesperada. Se trata de trabajo, orden y voluntad. De abrir los ojos, reconocernos en nuestro lamentable estado, y comenzar a trabajar para salir del hoyo. Aunque sea en carreta.