Se acerca la hora en que se conocerá el próximo entrenador de la Selecta, elección que ha despertado todo tipo de comentarios y que ha dejado al descubierto dos corrientes bastante pronunciadas: por un lado, los que prefieren un entrenador extranjero; por otro, los que piden oportunidad para un salvadoreño.
En mi caso, particularmente, creo que el pasaporte es lo de menos. No voy con los malinchistas ni tampoco con los xenófobos. Simplemente que se elija la mejor opción, el más capaz, más allá de si tiene la partida de nacimiento expedida en Sarajevo, Medellín o Chalatenango. Eso es relativo. Estamos en un mundo globalizado donde un italiano dirige a Rusia, un alemán a Estados Unidos, un colombiano a Honduras y un argentino a Colombia…
Normalmente, un nacional conoce mejor el medio y es más barato. Un extranjero, en cambio, es más proclive a hacer cambios más radicales y a hacerse respetar más por los jugadores, aunque probablemente esté menos comprometido con el proyecto por la lógica carencia de afecto. Pero en definitiva no dejan de ser clichés… Cuando fracasa un extranjero, se pide a gritos un nacional. Cuando le va mal a un nacional, se cree que la solución es alguien de afuera.
En los 12 años que llevo en el país, he visto dirigir a cuatro entrenadores nacionales en la Selecta. El primero fue Juan Ramón Paredes, quien debería ser un prócer después de la medalla de oro de los Centroamericanos y del Caribe 2002. Pero no, no hay estatuas de él en ninguna parte y su destitución de la Selección, allá por septiembre de 2004 tras una caída 3-0 con Jamaica en el Cuscatlán, era pedida por el 90% de la gente. El mismo día de su despido, tomando un café con él, tiró una frase lacónica que acabó siendo el título de la entrevista: "El futbol salvadoreño no tiene salvación".
A él le relevó Armando Contreras Palma, con buen currículum a nivel nacional, pero incapaz de enderezar el rumbo que acabó con un triste 0-3 ante Panamá. Nadie pidió por su continuidad a pesar de ser nacional. A él le siguió Miguel Aguilar Obando, a quien interinamente le dieron el equipo para un amistoso ante Paraguay que acabó solo 3-0 porque existe la Divina Providencia. Tampoco nadie pidió otra oportunidad para él.
El siguiente fue José Luis Rugamas, que heredó el equipo de la Eliminatoria que condujo Carlos De los Cobos. En el momento de su nombramiento hubo respaldo: haber sido mundialista y formar parte del proceso anterior fueron sus credenciales, pero con el correr de los partidos fue perdiendo apoyo y al final nadie confiaba en él.
A esos cuatro nombres, agregaría dos más. Uno es Alberto Castillo, que si bien es peruano se formó aquí como entrenador, donde ha vivido los últimos 20 años de su vida. Lejos estuvo de tener adhesión del total de la gente. El otro caso en Mauricio Alfaro, que pese a que nunca dirigió a la Mayor, tiene entre sus méritos haber clasificado a la Sub 20 a un Mundial de la categoría por primera vez en la historia. Aún así, entre abril y junio -los tres meses que separaron la clasificación del Mundial de Turquía- hubo un fuerte movimiento que pretendía marginarlo del cargo y poner en su lugar a un entrenador extranjero. El propio Tuco lo denunció.
La estadística dice que en los últimos 30 años, ningún equipo de Centroamérica ha conseguido ir a un Mundial con un técnico nacional: Costa Rica (1990, el serbio Bora Mulitinovic), Costa Rica (2002 y 2006, el brasileño nacionalizado Guimaraes), Honduras (2010, el colombiano Reynaldo Rueda), Costa Rica (2014, el colombiano Jorge Pinto) y Honduras (2014, el colombiano Luis Suárez). Por supuesto, traer extranjeros, aún aquellos que han tenido éxito en otros países, no siempre funciona: Bora Milutinovic fracasó en Honduras y Bolillo Gómez en Guatemala.
Eso sí, conocer previamente el país y su fútbol no siempre es un requisito fundamental. Ni Rueda antes ni Luis Suárez en su momento habían estado en Honduras y sin embargo lo llevaron ambos a un Mundial. Pekerman jamás dirigió un club colombiano, llegó en medio de la eliminatoria y los clasificó luego de 16 años de ausencias. Como se ve, todo es relativo.
La pregunta es, ¿hay un entrenador salvadoreño con capacidad para dirigir a la Selecta en una Eliminatoria? Y aquí dejo afuera del análisis a Hugo Pérez ?uno de los candidatos de la Fesfut-, porque hizo toda su carrera de director técnico en el exterior y además vive afuera. ¿Edwin Portillo? ¿Nelson Ancheta? ¿Memo Rivera? Podría ser, han demostrado ser exitosos a nivel de clubes en el aspecto local, pero eso no es lo mismo. Igual, no estaría mal darle una oportunidad. ¿Hay algún salvadoreño dirigiendo en una liga del exterior? No, el último fue Ángel Orellana, que estaba en el Ocotal (Nicaragua).
Como todo parece indicar que el que llegará será un extranjero, y que sea como sea deberá trabajar con un auxiliar local, yo sugiero que se detengan a analizar quién será ese hombre: Memo, Bochinche, Juan Ramón Sánchez… No debe pensarse simplemente como un ayudante sino como el futuro entrenador de la Selección, que durante todo un proceso no sólo ayudará al entrenador principal sino que tres o cuatro años después tomará las riendas con ese bagaje experimental acumulado. ¿Qué así fue con Rugamas y De los Cobos? No, nunca se pensó así. La mano derecha de De los Cobos era Jaime Rodríguez, pero con su ida al INDES la responsabilidad quedó en el Chelís. Pero nunca fue parte de un plan, sino una solución del momento.
Algo parecido a esta propuesta está haciendo Holanda, que viene trabajando desde hace dos años a Danny Blind ?aquel defensa central del Ajax de fines de los 80 y mitad de los 90-, que se desempeña como auxiliar de Louis Van Gaal en la selección. Hace unos días, la Federación Holandesa anunció la contratación del experimentado Guus Hiddink para el proceso rumbo a la Euro 2016, pero no solo mantiene a Blind a su lado sino que también hizo pública la línea de sucesión. A partir de 2016, ya con cuatro años trabajando al lado de dos grandes, Blind se hará cargo de la selección para Rusia 2018.
Dicho todo esto, una última aclaración: los problemas del fútbol de El Salvador no pasan por el técnico de la Selecta. Pero tomar decisiones inteligentes nunca viene mal. A veces, incluso, son contagiosas.