Miguel encontró su pasión por el deporte gracias a su padrastro, Alfredo Palacios, quien a su vez había encontrado entre los ciclistas de la línea del doctor Ayala una salida para dejar atrás un pasado ligado a la adicción al alcohol. El pequeño Miguel recibió una bicicleta de don Alfredo, y veía cómo los miembros y sus familiares participaban en las famosas “cicleadas”, donde los mejores corrían en una categoría que le llamaba poderosamente la atención: “La especial”.
La prueba “especial” era la de mayor nivel, y en ella se exigían a fondo en pruebas de ruta, a veces desde Zacatecoluca hacia San Salvador. Ahí Miguel se enamoró de la relación entre ciclista y bicicleta. “Antes había practicado fútbol y béisbol, en donde estuve unos cinco años en la juvenil, intermedia y hasta una semana en liga mayor; pero me di cuenta de que los deportes de conjunto no me gustaban, porque a veces no me elegían porque era muy delgado y pequeño, antes de pegar ‘el estirón’; y además, comenzaban a echarse la culpa unos a otros. Por eso me gustó el ciclismo, aunque también practiqué atletismo”, en las disciplinas de 400 y 800 metros planos.
Su profesor en el atletismo era Mauricio Cabezas, quien también le impartía física en el Instituto Nacional Francisco Menéndez (Inframen). “En ese entonces, mientras estudiaba, me iba en bicicleta desde Soyapango hasta el Instituto. Eso me ayudaba a mantenerme” en forma, tanto que pronto en bachillerato ya formaba parte del Equipo Coca Cola. Por entonces le pagaban 150 colones al mes.
Poco a poco, Portillo fue enfilando su carrera deportiva hacia el ciclismo, específicamente a la ruta. “Me ocupaban para hacer estorbo, anular escapadas, era explosivo”, recuerda Miguel. Lo que no sabía es que, en 1991, de pura casualidad, entraría al mundo del ciclismo de pista.
“En ‘las especiales’ había rivalidad con Carlos Molina. Le dábamos duro a la bicicleta cuando nos mirábamos. Un día pinché y me fui rodando hacia el taller del papá de Molina, cerca de la Avenida Cuba, esquina opuesta al Hogar del Niño. Yo sabía que él era bueno, pero nunca habíamos platicado. Resultó que nos hicimos bien amigos y después a él lo invitaron a conocer el velódromo, y para no ir él solo, me invitó a hacerle barra”, cuenta Portillo.
“Para mí fue impactante llegar y ver ese óvalo, el velódromo. Me gustó mucho conocerlo, aunque al principio no entendía ni qué era”, agrega.
La persona que los había invitado era nada menos que el presidente de la Federación Salvadoreña de Ciclismo, Carlos Rosales, uno de los principales impulsores de esta disciplina en el país. “Él nos dijo que teníamos condiciones, madera, buena frecuencia de pedaleo? Y quizás tenía razón, o nos dio paja, porque nos quedamos”, narra entre risas Miguel.
Desde 1991 y durante cinco años más, Miguel siguió enamorado del ciclismo. Se convirtió en un ciclista de calidad reconocida por su explosividad y fuerza, y no fue raro cuando lo eligió el cubano Báez para formar parte de la Selección Nacional de Ciclismo que compitió en los Juegos Centroamericanos de San Pedro Sula, en 1997. En esos Juegos, Miguel hizo los 200 metros, el kilómetro y el cuatro mil por equipos.
“El equipo no estaba en buenas condiciones, corrimos la prueba por equipo con una charamusca, con bicicletas con platos y piñones diferentes. Tony Martínez llevaba una bici ‘tipo cabrita’, Iván Espinoza corrió con un manubrio amarrado con tirro, y yo con un manubrio que lo agarraba abajo? Y aun así logramos la medalla de plata” en la prueba de cuatro mil por equipos (los otros miembros eran Mario Zometa y Walter Cruz), y además, Portillo se agenció la medalla de bronce en 200 metros.
Al volver vinieron desilusiones y problemas. Primero, los guatemaltecos, que les habían ganado la medalla de oro en San Pedro Sula, dieron positivo en una prueba antidopaje, por lo que fueron despojados de su medalla. Por ello eran los salvadoreños los ganadores del oro, y esto les daba derecho a Miguel y su equipo a viajar a los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Maracaibo 1998.
Pero cuando Portillo y sus compañeros pidieron respaldo para participar no lo encontraron, explica Miguel. Ellos se molestaron, e incluso fueron hasta el Indes para quejarse de esto y, además, “de otras anomalías que estaban pasando, como que ocupábamos bicicletas viejas, aros viejos, y los chapines con material de lo último. La Federación decía que había comprado equipo, y metía materiales que ya desde antes eran patrimonio de la institución. Pero lo que pasó fue que castigaron a mis compañeros por seis meses y a mí me dieron un castigo verbal, y quedé tildado como ‘guerrillero’, como ‘rebelde’. Pero pude seguir compitiendo”, explica el exciclista.
No fueron a Maracaibo y Miguel continuó su vida deportiva. En 1999 prácticamente había tomado la decisión de abandonar el deporte, a pesar de que aún destacaba en contrarreloj y pista gracias al trabajo de pesas que realizaba junto a Giuseppe Giocomiso. Cuando apareció en el mapa Rubén Contreras, un exciclista y empresario que estaba decidido a reimpulsar el ciclismo nacional y tenía el proyecto de llevarse a los mejores ciclistas salvadoreños a una base de entrenamiento en Europa.
“Viajamos en 2000 un primer grupo a Suiza por nueve meses, en Lausanne, y al siguiente año estuvimos en Francia, en Grenoble. Hacíamos pruebas y entrenamientos de ruta, muy poco velódromo, más como un relleno. Hasta que tres meses antes de los Centroamericanos de 2001, en Guatemala, comenzamos a entrenar pista, ya con el francés Philipe Tete. Nos enfrentamos a los chapines, que ya sabían manejar el velódromo bien. Por eso pienso que lo que conseguimos fue un triunfo”, considera hoy. Miguel ganó plata en 200 metros y bronce en el kilómetro.
La preparación europea continuó con seis meses en velódromo, en Grenoble, porque la idea era que el ciclismo salvadoreño de pista tuviera una digna participación en casa, durante los Juegos Centroamericanos y del Caribe San Salvador 2002. Y así fue: Aunque no les fue posible ganar medallas sí se fajaron contra los mejores del área. Miguel hizo un minuto con ocho segundos en el kilómetro, que fue récord nacional.
Esa fue la última gran competición de Miguel. En 2003, mientras entrenaba en Zacatecoluca, un camión lo impactó y le causó una grave herida en la pierna. “Yo ya trabajaba y tomé la decisión de retirarme. Seguí haciendo algunas carreras hasta 2005. Ya no había apoyo económico. Fue bonito, pero tuve que retirarme”.
¿Qué hace?
Miguel tuvo el gran acierto de estudiar mientras se desarrollaba como atleta. Se graduó de la Escuela Superior de Educación Física entre 1996 y 1998, y luego continuó sus estudios en la licenciatura en Educación Física en la Universidad de El Salvador.
Esos conocimientos le abrieron puertas profesionales y pudo dar clases de educación física en el Colegio Sión y más tarde en el Colegio Bautista; ahora está en el Centro Escolar Reinero de Dinamarca. Fue entrenador personal de Atilio Cornejo y Mónica Fuentes. Y desde 2009 entrena al equipo nacional de pista en el Velódromo Nacional.
“Tengo a un grupo entre seis a ocho ciclistas entre hombres y mujeres que entrenan de forma irregular, siempre con problemas de tiempo, por sus horarios, estudios y otras obligaciones”, detalla Miguel.
Ante la pregunta de cómo evalúa al ciclismo de pista actual en nuestro país,Portillo respondió que “con un 10, pues acabamos de venir de un Centroamericano de Pista, y aunque uno es exigente y sabe que quizá no hemos tenido la mejor preparación, porque uno siempre quiere algo más, pienso que el equipo hizo una labor excelente, porque ganó cuatro medallas de oro, un bronce y todo femenino”.
Miguel está agradecido con la Federación de ciclismo, porque “escuchan y entienden mis locuras y me apoyan. Yo les digo que en la pista están las medallas. Ruta y contrarreloj solo son dos pruebas, mientras que en el velódromo hay siete pruebas. Además ahora los pisteros pueden aprovechar la experiencia que nosotros tuvimos, ahora ya tenemos más conocimiento que les puede servir”.