Pudo ser tragedia, no lo fue de milagro. El explosivo detonado ayer en el estadio Cuscatlán en la previa de Alianza-FAS pudo ocasionar una o varias muertes, sin exagerar. ¿Quién fue el loco que lo detonó? ¿Cómo se ingresó al estadio el explosivo? ¿Se contó con apoyo logístico de las barras organizadas o fue en forma aislada?
Todas y cada una de esas preguntas deberán investigar y responder las autoridades, los organizadores del evento y los dirigentes de la Primera División. Fue un hecho inadmisible que se debe aclarar con urgencia y cuyos responsables deben ser castigados.
Sobrevoló de inmediato el fantasma de la muerte del hincha Jesús Montano en similares características en 2004. Los responsables, en aquella oportunidad, nunca aparecieron. Lamentable impunidad que no debe repetirse.
La escalada de violencia en el fútbol salvadoreño es grande. Se la debe detener a tiempo, si no corre serio riesgo de ser incontrolable, como pasa tristemente en otros países. Trazando un paralelo con el violento fútbol argentino hay una constante: el cacheo policial siempre se hace con los hinchas de corazón que van a ver fútbol y no con los violentos que desean destruirlo.
Investigación, respuestas y castigo ejemplar. Esas deben ser las acciones urgentes para los hechos de ayer. Y soluciones de fondo para lo que viene. Antes de que sea tarde…