Es difícil que, en un país tan lleno de polarización y extremas en tantos niveles, nos podamos poner de acuerdo en algo. Y el fútbol, por supuesto, no puede escapar a ese choque constante de corrientes.
Es normal y hasta sano que haya desacuerdo en las opiniones; lo que a veces no se entiende es lo rápido que éstas cambian su posición en la cancha de la coherencia. ¿Ejemplos? Aquí van:
En Turquía 2013: “Estos de la Sub 20 son el futuro, mira cómo juegan. Son nuestra esperanza”. Ahora: “¿Viste que te dije? Esos cipotes no sirven, ahí están de banca en Turín, en Segunda. Tan bichos y ya quemados”.
Durante la pretemporada de FAS: “Ese Viveros anda encendido, figura, crack, la vamos a hacer”. Ahora: “¿Por qué ponen a Viveros? No sirve. Tanto cipote con talento que hay, le vienen a quitar espacio al nacional”.
Cuando Firpo venía mal en pretemporada: “Este campeón es de juguete, no le gana a nadie”. Cuando le empató a Xolos: “Grande Firpo, el único que saca la cara en Concacaf por el país, gran campeón”. Y tras dos empates seguidos en Liga Mayor: “Pura empatitis tienen esos toros, Gamarra no sabe nada”, etc.
Y así vamos. Del amor al odio y de regreso, en eterno tránsito entre ambos carriles, con la pasión como gasolina y el corazón de brújula. Si eres aficionado, se vale. Si eres periodista, cuidado…