Los fanatismos de las barras de fútbol, los disturbios y los enfrentamientos violentos no son exclusivos de El Salvador. A los estadios ingleses acceden cada semana miles de impetuosos hooligans que no en pocas ocasiones causan desórdenes y ataques contra la integridad física de aficionados de equipos rivales. Lo mismo ocurre con los ultras de España, grupos de jóvenes y no tan jóvenes, muchos cercanos a una ideología neonazi, con un odio peligroso no sólo hacia las aficiones de otros equipos sino también, y sobre todo, hacia personas de otras razas y nacionalidades a las que han agredido y agreden, a veces hasta causarles la muerte. También es de conocimiento público que muchas de estas barras han estado arropadas por las mismas directivas de los clubes, como fue el caso de los Ultra Sur, apoyados, incluso económicamente, por el Real Madrid.
Sin embargo, desde aquí y con toda la avidez con la que seguimos en el fútbol europeo, parecemos incapaces de copiar las buenas iniciativas. Más de 40 equipos españoles de primera y segunda división cuentan con decenas de peñas, cada uno que se unen en federaciones que, a su vez, forman parte de una organización común: Aficiones Unidas, con más de un millón de aficionados de los diferentes clubes que comparten una sana afición al fútbol y el gusto de disfrutarlo desde una rivalidad pacífica y amistosa.
Entre otras actividades, cada peña, formada a veces por jóvenes, otras veces por familias o por adultos mayores, discuten y deciden anualmente los viajes que realizarán cada temporada para ver a su equipo fuera de casa. En algunos de estos viajes, una peña se hermana con otra peña del equipo rival a través de comidas, cenas, visitas a la ciudad y después, esa peña le devuelve la visita a la otra, que la recibirá de la mejor manera que se les pueda ocurrir, agasajando a sus miembros con actividades culturales y productos típicos de su tierra para que puedan tener una estancia inolvidable más allá del resultado que los equipos del corazón de cada una logren sobre el campo de juego, donde ya sí serán rivales pero con deportividad y convivencia.
Me llamarán ingenuo quienes lean estas líneas, pero después de conocer el funcionamiento de las peñas españolas (las que, imagino, también tendrán sus problemas y conflictos) se me ocurrió pensar en lo bonito que sería ver a las aficiones de los equipos de El Salvador organizarse de manera similar. ¿Imaginan a un grupo de albos de corazón viajando a Santa Ana y que allí un grupo de fasistas los recibieran en un acto festivo de convivencia con una yuca con chicharrones de Chalchuapa en las horas previas al partido? No sé si es ingenuidad o no, pero sueño con una afición salvadoreña que lejos de ir a romper vidrios y causar escándalos en los alrededores del estadio que visitan, puedan salir libremente, sin la escolta de la PNC, y tomarse un café con “totopostes” o una quesadilla en San Miguel.
El fútbol es para crear hermandades, las rivalidades deben durar lo que dura el partido y nadie debe jugarse la vida. Al final somos todos ?albos, fasistas, aguiluchos, firpenses, marcianos, etcétera?, los que nos ponemos el azul y blanco de la Selecta y lloramos y gritamos por ser fieles aficionados en la adversidad y en los pocos momentos de alegría. Sí se puede, podemos formar más barras parecidas a esas peñas y menos grupos de fanáticos similares a los ultras.