Con noches de frío y hasta de lluvia, con viento, con calor humano a favor y en contra, el estadio Cuauhtémoc también pasó a la historia salvadoreña, ya que será recordado siempre como el templo en el que hubo gloria nacional.
Atrás quedaron ya todos los partidos, selecciones eliminadas, solo cuatro mundialistas, fatiga, lesiones, golpes y alegría al corazón. Además, un pueblo amable, servicial, cariñoso, que de alguna forma se contagió con la hazaña cuscatleca.
La publicidad, los banners y afiches en el estadio, los anuncios en la televisión y las camisetas en los niños con el logo del Premundial caducaron y quedaron únicamente para la memoria. Todo es una página escrita y que se ha pasado, gracias a los angelopolitanos que permitieron que se hiciera realidad.
Lo que no pasará nunca es la tremenda alegría que esta nueva generación le regaló a su pueblo, precisamente en Puebla, en donde un sueño se hizo realidad. Y se multiplicó en millones de sonrisas