Sin duda, las últimas imágenes en la cancha para la Sub 20 fueron de locura. De lo que realmente significaba un pase histórico a una Copa del Mundo. Los chicos casi morían de la gloria que sentían, del significado de regalarle al país una alegría enorme.
Los momentos finales, el plantel no tuvo distinción. Los que estaban todavía calentando saltaron de un solo y se abrazaron, se metieron a la cancha y todos se juntaron en la cancha. Los rostros eran indescriptibles, mezclas de júbilo, llanto y de brazos alzados para brincar y celebrar.
Algunos, se acercaron a la tribuna para abrazar al presidente de Fesa, Jorge Bahaia; otros regalaron autógrafos; y juntos posaron como equipo que gana un título, sin camisetas, sin chalecos, para la foto del recuerdo eterno.
Al ir bajando la rampa hacia los camerinos, saludaban al público, miraron a los periodistas salvadoreños y festejaron como un aliciente de que un pedacito del país estaba con ellos. El festival que los lleva a Turquía continuó adentro del camerino.
Se tiraron agua, gatorade, se abrazaban, cantaban, confirmaron los propios jugadores. La misma escena se repitió de regreso al hotel de concentración, retornaron cantando, gritando, sin presiones, con la satisfacción de saber que son históricos.
Pero todo fue tranquilizándose. El equipo se fue a sus cuartos y luego salieron a cenar. A la hora de la comida, cantaban “oléééé, olé, olé, olééééé”, que contagiaban a los huéspedes del hotel. Pero había necesidad de descansar. La mayoría se fue a sus habitaciones a reposar, con la energía a mil; otros compartieron entre ellos mismos un rato más en el lobby del hotel, junto a sus celulares. Otros llamaron a sus familias…
Era una noche histórica, que tuvo fin hasta ese momento, pero que no tendrá fin nunca. Será para este equipo una noche eterna.