No es nuevo que al venir acá por la zona de Heredia y Alajuela me ofrezcan dónde vivir. Aprovecho a agradecer a mi amigo Gilberto, a su padre que tiene el mismo nombre, a su madre Blanca y a su hermana Karla. Todos han sido muy atentos conmigo.
Los desayunos suelen tener ese sabor de comida salvadoreña: frijoles licuados, queso duro y de capa roja, tortillas (no de harina como se comen por acá y delgadas) si no de maiz, chocolate de tablilla y hasta un día me sirvieron sopa de arroz aguado con carne de cerdo. En el refrigerador tengo libertad de servirme marquesote, semita y hasta sodas que consumimos (Uva Tropical, Fresca y Kolashampán).
Por ese lado no me he sentido lejos de mi país. Si no más bien muy consentido. También pude tratar a un compatriota que me ha paseado por los alrededores de San José: Walter Abarca. Además de llevarme a comer pupusas me ofreció que en un futuro no dude en visitarlo y quedarme con su familia proque su casa tiene cinco habitaciones.
Con unos días como visitante puedo entender que el salvadoreño, cuando no olvida sus raíces, puede brindar su amistad incondicional… en cambio el costarricense, con excepciones, es cauteloso y a veces un tanto desconfiado. Es cuestión de cultura. Pero nuestra gente es única.