Reflejo claro. Los poblanos se volcaron ayer a llenar el estadio Cuauhtémoc, pero hasta la noche, para ver a su selección. Pero a la cita de la Azulita, ante los panameños, el panorama fue desolador. El estadio estuvo prácticamente vacío, todos esperaban el plato fuerte azteca.
Se asomaron, al igual que el pasado sábado, seguidores panameños, con sus camisetas rojas y gritaron en todo momento. Mientras los salvadoreños estuvieron huérfanos, pero se escapó algún grito de “El Salvador” en las tribunas.
A diferencia de días anteriores, en que la afición se ha metido con los arqueros, con su tradicional “…uuuto”, el silencio fue el mejor amigo para la tensión. Y los porteros de ambos equipos estuvieron sin esa presión.
Algunos chicos de logística se tomaron con tranquilidad el encuentro, y aplaudían las jugadas de cada selección; al igual que repitieron la escena de respetar, dejar escuchar y aprobar con sus palmas el himno cuscatleco.
Y, como todos los días, la banda que ha acompañado el Premundial volvió a estar ahí en los graderíos, al menos tratando de levantar el ánimo y poniendo ambiente de fondo a los presentes.
Los salvadoreños, a pesar de que les hizo falta físicamente el apoyo de un país, estaban conscientes de que a la distancia y con todas las buenas vibras tenían el acompañamiento de millones de compatriotas.
Sin duda, una fiesta para pocos, pero con una marca cuscatleca que siempre será recordada en el recinto angelopolitano.