Cada fracaso de la Selección de fútbol conlleva toda una cacería de brujas. No tardan en aparecer “los agazapados”, esos mismos que esperan un tropiezo de la Azul y Blanco para desenvainar la espada y cortar cabezas, o al menos intentarlo y pedirlo a gritos, muchas veces irresponsables. Echan la culpa a quien se les atraviese y no pierden el tiempo para erigirse como los “supermanes” del balompie nacional, en adalides de equipos. Que si fulano, que si zutano o a lo mejor perencejo, total, todos son culpables, nadie se salva.
Quizás hubo alguna decisión tomada con el hígado, y de manera personal, que desemboca en la tan cacareada “ruptura del proceso”. Tal vez no era adecuado traer a un director técnico extranjero, etc. Quejas, muchos; soluciones, si no nulas, inexistentes.
Y es que, en nuestro país, hablar de proceso parece más una herejía, una broma de mal gusto. Todo técnico que viene habla de iniciar un “proceso”, pero al final se va a los pocos meses dejando lo mismo de siempre. Y peor aún dejando una profunda brecha de desunión en todos los sectores del fútbol nacional.
Proceso es trabajar desde abajo, cimentar las bases, trabajar por el desarrollo del fútbol, de verdad, sin protagonismo, sin servirse del fútbol. Proceso significa invertir. Nicaragua, por ejemplo, sí, Nicaragua, un país donde el béisbol es el deporte número uno y el fútbol es casi un hobbie, construyó, gracias al Programa Goal de la FIFA, un centro de alto rendimiento en Diriamba y un estadio en Managua, con sus modificaciones después, además de la financiación de un proyecto de formación a largo plazo para jóvenes. Mientras acá, en nuestro país, con los mismos recursos, y quizás más, se construyó un auditorio que para colmo le pusieron el nombre del presidente de la FIFA y una que otra cancha. Nada de centro de alto rendimiento, mucho menos estadios. ¿Es eso trabajar por el desarrollo del fútbol? La respuesta la tienen las autoridades actuales y pasadas del balompié nacional.